martes, 21 de junio de 2011

El asombro ante el Cristo sangrante del Oratorio



¿Qué es lo que diferencia un día rutinario de un día especial? La diferencia es que en la rutina no hay asombro: todo es igual, todo da lo mismo, todo sucede según la rutina prevista, todo acontece según lo planeado, todo pasa según el horario establecido.

Creemos que un día es igual a otro, porque preparamos las cosas, y todo sucede de acuerdo al horario previsto y en el tiempo previsto, pero no nos damos cuenta que un día de veinticuatro horas, si sucede, si se da en su totalidad, es porque interviene la liberalidad de Dios: es Dios, quien con su libertad divina, permite que transcurran los segundos, los minutos, las horas, los días.

Es Dios Uno y Trino quien, con su libertad, decide que el día de hoy sea igual al de ayer en la duración de las horas. Es por la libertad y el amor de Dios que tenemos un día al cual le sucede la noche, y una noche a la cual le sucede el día. Él es el dueño del ser, del universo y del tiempo, porque es su Creador: Dios Uno y Trino creó el Universo, y con él el tiempo, y si todo se mantiene y se sostiene y continúa sin cambios, es porque Dios mantiene el universo en el ser, por puro amor. Si no se considera, impactado por el asombro, al día que inicia como un don de Dios Trinidad, entonces el día transcurrirá tal como lo teníamos pensado, sin ninguna novedad.

Será un día rutinario, como tantos otros, un día que no de lugar ni al asombro ni a la admiración, uno más entre tantos otros.

Es necesaria la capacidad de asombro en lo rutinario; es necesaria la capacidad de admiración ante lo cotidiano, porque quien no se asombra, quien tiene anestesiada su capacidad de asombro, se encontrará de frente con un milagro asombroso, venido del cielo, y seguirá de largo.

Quien ha perdido la capacidad de asombro, se encontrará con que una imagen de Nuestro Señor efunde sangre, y será como si nada hubiera visto.

Quien pierde la capacidad de asombro, asiste a Misa, y no se conmueve interiormente por el milagro más asombroso que jamás pueda darse, la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, y su comunión será una comunión rutinaria, una más entre tantas.

Por el contrario, la gracia del asombro abre paso al estupor, y el estupor, a la adoración.

lunes, 13 de junio de 2011

La corona de espinas del Sagrado Corazón



La cabeza es el lugar en donde simbólicamente se originan los pensamientos, puesto que allí es donde se aloja el cerebro, por cuyo funcionamiento toman forma y actualidad los pensamientos. Como tal, la cabeza es, junto con el corazón, sede de la voluntad y del querer, el motor del espíritu. Incluso podría darse cierta preeminencia a la cabeza, porque de un pensamiento puede originarse un deseo, y de ambos, la acción; aunque a veces sucede lo contrario: primero viene el mal deseo, luego el mal pensamiento, y por último la mala acción.

Es por esto que la coronación de espinas de Nuestro Señor, llevada a cabo en la cabeza, no es casual, y tiene un sentido salvífico y sobrenatural: Jesús se deja coronar de espinas en la cabeza porque esta es el origen de nuestra vida espiritual, ya que allí se originan los pensamientos, y de los pensamientos seguirán los sentimientos, y de acuerdo a estos el obrar. La coronación de espinas tiene un sentido salvífico sobrenatural, porque Jesús se deja coronar en su cabeza no para que Él no tuviera malos pensamientos, lo cual es imposible de toda imposibilidad, ya que Él es el Hombre-Dios, y como tal, es el Cordero Inmaculado, sin mancha de pecado, sino para que nosotros, que somos quienes tenemos malos pensamientos, y en consecuencia, malos deseos, no solo no tengamos malos pensamientos y deseos, sino para que tengamos pensamientos y deseos santos y puros, tal como Él los tuvo en la Pasión y en la cruz.

Al ver su cabeza sangrante, pensemos entonces en su infinito Amor por los hombres, porque fue por ellos, por su salvación, que se dejó coronar de espinas. Al ver su cabeza sangrante, pidamos la gracia de tener pensamientos y deseos santos y puros, y meditemos en el Amor infinito del Sagrado Corazón, que por nuestra salvación se deja coronar de espinas en la cabeza.

lunes, 6 de junio de 2011

Oración a Jesús en el Sagrario



Oración a Jesús en el Sagrario
Santa Teresita del Niño Jesús
¡Oh Dios escondido en la prisión del sagrario!, todas las noches vengo feliz a tu lado para darte gracias por todos los beneficios que me has concedido y para pedirte perdón por las faltas que he cometido en esta jornada, que acaba de pasar como un sueño...

¡Qué feliz sería, Jesús, si hubiese sido enteramente fiel! Pero, ¡ay!, muchas veces por la noche estoy triste porque veo que hubiera podido responder mejor a tus gracias... Si hubiese estado más unida a ti, si hubiera sido más caritativa con mis hermanas, más humilde y más mortificada, me costaría menos hablar contigo en la oración.

Sin embargo, Dios mío, lejos de desalentarme a la vista de mis miserias, vengo a ti confiada, acordándome de que "no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos". Te pido, pues, que me cures, que me perdones, y yo, Señor, recordaré que "el alma a la que más has perdonado debe amarte también más que las otras..." Te ofrezco todos los latidos de mi corazón como otros tantos actos de amor y de reparación, y los uno a tus méritos infinitos. Y te pido, divino Esposo mío, que seas tú mismo el Reparador de mi alma y que actúes en mí sin hacer caso de mis resistencias; en una palabra, ya no quiero tener más voluntad que la tuya. Y mañana, con la ayuda de tu gracia, volveré a comenzar una vida nueva, cada uno de cuyos instantes será un acto de amor y de renuncia.

Después de haber venido así, cada noche, al pie de tu altar, llegaré por fin a la última noche de mi vida, y entonces comenzará para mí el día sin ocaso de la eternidad, en el que descansaré sobre tu divino Corazón de las luchas del destierro... Amén.

Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendito sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Consolador.
Bendita sea la Incomparable Madre de Dios la Santísima Virgen María.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el Nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José su casto esposo.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.
Oh Dios, que en este sacramento admirable
nos dejaste el memorial de Tú pasión;

Te pedimos nos concedas venerar de tal modo
los sagrados misterios de Tu Cuerpo y de Tu Sangre,
que experimentemos constantemente en nosotros
el fruto de Tu redención.

Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos.
Amén.