sábado, 22 de octubre de 2011

Hora Santa para Adoradores



1- Introducción

Hacemos la señal de la Cruz, invocando a la Santísima Trinidad sobre nosotros: en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo. Amén.

Nos ponemos en presencia de Dios, con un corazón arrepentido para ello podemos cantar un canto penitencial pidiendo arrepentimiento y perdón.

Venimos a hacer una Hora Santa, para meditar sobre la inmensidad del Amor divino, manifestado en la Pasión de Jesús, y en el misterio de iniquidad que habita en el corazón del hombre. Dice el Papa Pío XII sobre la Hora Santa: "su fin principalísimo es recordar a los fieles la pasión y muerte de Jesucristo, e impulsarles a la meditación y veneración del ardiente amor por el cual instituyó la Eucaristía (memorial de su pasión), para que purifiquen y expíen sus pecados y los de todos los hombres".

2-Meditación:

Jesús prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19), y la Eucaristía es la confirmación de sus palabras. Por la Eucaristía, el Dios de los cielos, Tres veces santo, que es adorado por la eternidad por miríadas de ángeles y por todos los santos, se introduce en nuestro mundo para irradiar sobre los hombres su luz, su paz y su Amor.

Su Presencia eucarística es un faro de luz divina en medio de la inmensa oscuridad que se ha abatido hoy sobre el mundo, una oscuridad espiritual creada por el mismo hombre, por el pecado que brota de su corazón: “Es del corazón del hombre de donde salen todas las maldades: “los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (cfr. Mc 7, 20-23).

El pecado, que brota del corazón humano, es como una nube densa y oscura, que oculta al hombre la luz del Sol de justicia, Jesucristo, y lo envuelve en una tiniebla que le impide ver el camino, y le impide además distinguir a su hermano. Así es como hoy el hombre no solo blasfema contra Dios, buscando de erigirse él mismo en Dios, adorándose a sí mismo, sino se vuelve contra su hermano, buscando cómo destrozarlo.

Erigido por sí mismo, por su soberbia, participación al pecado capital del ángel caído en los cielos, en un dios falso, el hombre ha construido una sociedad y una civilización en donde no entra Dios y su ley nueva, la ley de la caridad y del amor, y es así que día a día crece el mal, que amenaza con aniquilar a la humanidad, haciéndola desaparecer de la faz de la tierra.

Nunca como antes, en la historia de la humanidad, ha habido tanto mal como en nuestros días: violencia irracional, drogas, avaricia, usura, aborto, eutanasia, fecundación in vitro, alquiler de vientres, lujuria, lascivia, adulterio, robo, mentira, fraude, ambición de poder, de placer… Pero la causa principal de tanto mal está en los cristianos, aquellos que, llamados a vivir del Amor de Dios y a testimoniarlo en sus vidas, han abandonado a su Dios en el sagrario, dejándolo solo, por preferir inclinarse a los ídolos del mundo.

Frente a este desolador panorama, Jesús nos recuerda que tres son los caminos que nos regresan a Dios: la pureza, la penitencia y el Amor, pero los cristianos, en vez de transitar por estos caminos, que suben hasta la Presencia de Dios, se han desbarrancado por los abismos del mundo, la impureza, el goce de los sentidos y el odio.

La pureza conduce a Dios desde el momento que recuerda que el cuerpo es templo de Dios, que es Dios de pureza y santidad infinitas, y así todo cristiano está llamado a convertir su corazón en un sagrario que custodie la amorosa presencia de Dios. El cristiano está llamado a evitar todo aquello que pueda introducir imágenes, pensamientos, deseos, que dañan la pureza corporal y son contrarios a la santidad divina. Pero la pureza se refiere también al alma, y así la pureza espiritual se refiere a evitar la contaminación espiritual que proviene de la superstición, que se disfraza de múltiples formas.

El mundo propone hoy un estilo de vida nauseabundo, cuyo hedor sube a los mismos cielos, y cuya pestilencia es la de una cloaca inmunda cuyo contenido aflora a plena luz del día: la sexualidad humana, creada por Dios para el matrimonio, ha sido rebajada a un nivel más bajo que el de las bestias irracionales, y son los cristianos los primeros responsables, al consentir y producir ellos mismos una cultura de la sexualidad desenfrenada que pisotea la inocencia de los pequeños, así como la pezuña de un toro aplasta el delicado lirio del campo.

La penitencia es el otro camino que conduce a Dios, al buscar la mortificación corporal, por medio del ayuno, o la mortificación del espíritu, buscando refrenar la impaciencia, el enojo, la ira, el rencor, la murmuración, para que reine en el espíritu primero y en la sociedad después la armonía del alma con Dios y con su prójimo.

Pero los cristianos, en vez de hacer penitencia, son los primeros en cometer pecados de gula y de soberbia, como si nunca hubieran escuchado la palabra de Cristo, que manda a hacer penitencia, y como si nunca les hubiera dado el ejemplo con su vida, con los cuarenta días de ayuno en el desierto.

El tercer camino es el del Amor de Dios, que se manifiesta en el amor al prójimo, según el primer mandamiento: “Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Puesto que Dios es invisible para nosotros, Él ha puesto al prójimo, que es su imagen, delante nuestro, para que en el amor al prójimo, a quien vemos, demostremos nuestro amor a Él, a quien no vemos. De esta manera, el amor al prójimo es la medida del amor a Dios. El prójimo está puesto por Dios para que no nos engañemos y pensemos que amamos a Dios, mientras al mismo tiempo despreciamos a nuestro prójimo, o guardamos rencor contra él, o lo prejuzgamos: así como trato al prójimo, así es como trato a Dios en la realidad.

Hoy el mundo conduce a la destrucción del hombre por el hombre, y es así que son múltiples las formas de destruir al prójimo: destruirlo en su inocencia, con la impureza corporal y espiritual; destruirlo en su cuerpo, con la violencia, el asesinato, el homicidio, el aborto, la eutanasia, la fecundación in Vitro, y tantas otras miles y miles de formas con las cuales el hombre de hoy alza su mano contra su prójimo, repitiendo el pecado de Caín.

Y son los cristianos, una vez más, los que contribuyen a que el odio a Dios y al hermano se propaguen a la velocidad de la luz, porque los cristianos han olvidado al Amor de los amores, si es que alguna vez lo han conocido. Son los cristianos los llamados a beber del Amor divino, Presente en la Eucaristía, para convertir sus corazones en manantiales de vida eterna y en tantos otros focos de amor y de luz divina, que iluminen al mundo en tinieblas, que sacie la sed de amor y de paz de los hombres, pero en vez de eso, han abandonado la fuente de agua viva, el Corazón de Cristo en el sagrario, por fuentes agrietadas, que no retienen el agua: “Me abandonaron a Mí, la fuente de aguas vivas, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (Jer 2, 13).

En vez de venir a adorar al Dios del sagrario, día y noche, los cristianos, dándole la espalda y dejándolo en el olvido, adoran a una caja de colores, con imágenes que se mueven, y con voz seductora y divertida; adoran a un ídolo que les habla sensualmente, halagándolos al oído y a la vista, pero al mismo tiempo, llenando sus corazones de vacío, de hastío, de indiferencia hacia Dios y de odio hacia el prójimo. Los cristianos han reemplazado al sagrario por un ídolo que habita en una caja colorida y parlanchina, que les promete una felicidad falsa, inexistente, la felicidad del mundo, del placer, del dinero, del tener, al tiempo que les hace olvidar que están destinados a la eternidad en el Amor de Dios.

Debemos, como cristianos, volver a la adoración eucarística, en donde nos espera nuestro Dios, el Dios del sagrario, para que lo acompañemos en su Pasión: “Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza; y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación”.

No durmamos, despertemos, porque el Amor no es amado y la oscuridad se cierne sobre los hombres, quitando la paz de los corazones: “Todos los que militáis debajo desta bandera, ya no durmáis, ya no durmáis, pues que no hay paz en la tierra” (Santa Teresa de Ávila).

3-Peticiones

Jesús Eucaristía, te pedimos por los que no creen, ni esperan, ni adoran, ni aman Tu Presencia Eucarística;

Jesús Eucaristía, te pedimos también por nosotros, que creemos en Tu Presencia Eucarística, pero muchas veces caemos en la tibieza y nos olvidamos de Ti, y dejamos de ser luz del mundo y sal de la tierra;

Jesús Eucaristía, te pedimos por tu Iglesia, por sus sacerdotes y sus laicos, para que sepamos dar testimonio de tu Amor entre los hombres.

Jesús Eucaristía, ilumina nuestras tinieblas con la luz de Tu Amor.

4-Despedida

Dios del Sagrario, Jesucristo, despiértanos de nuestro letargo espiritual, ayúdanos a vivir el camino que nos conduce a ti, el camino de la pureza, de la penitencia y del Amor, que no es otro que el Camino de la Cruz. Es en la cruz en donde, crucificando nuestras pasiones, vivimos la pureza; es en la Cruz en donde hacemos la máxima penitencia; es en la Cruz en donde nos unimos al Amor de los amores y bebemos de su santidad y de su Amor. Ayúdanos a seguirte camino de la cruz, el único camino que conduce a la feliz eternidad.