jueves, 28 de noviembre de 2013

Hora Santa para Adviento


         Inicio: Ingresamos en el Oratorio y pedimos la asistencia de Nuestra Madre del cielo, la Virgen María, y de nuestros ángeles custodios, para que nos ayuden en esta Hora Santa que realizamos en tiempo de Adviento. El mundo trata de distraernos, de llevarnos por caminos contrarios a los de Dios; el mundo busca hacernos creer que Adviento y Navidad son tiempos de distracción, de diversión, de compras, de olvido de Dios. El mundo quiere hacernos creer que la Navidad es sucumbir a la glotonería y a la diversión sin freno. Ofrecemos esta Hora Santa en reparación por quienes caerán en los engaños del mundo, y le pedimos a la Virgen el verdadero espíritu de Adviento, espíritu de oración, de penitencia, de obras de misericordia, de espera alegre del Mesías que vendrá para Navidad escondido en la naturaleza de un Niño recién nacido.

         Canto inicial: “Anhelos del Mesías”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Meditación

Jesús, en el Antiguo Testamento, los justos del Pueblo Elegido esperaban con ansias tu Venida. Ellos conocían las Escrituras y los profetas y anhelaban fervientemente su cumplimiento, el cumplimiento de las profecías que anunciaban el hecho más grande y maravilloso que le pudiera acontecer a la humanidad toda, la Encarnación del Verbo de Dios. los justos y los profetas del Antiguo Testamento anhelaban tu Venida, oh Rey Mesías, porque se daban cuenta que este mundo, sin Ti, es un erial, un desierto ardiente, un paraje desolado, una morada de bestias; se daban cuenta que este mundo sin Ti, es un valle de tinieblas y de sombras de muerte, lleno de peligros y de amenazas mortales, y por eso clamaban por tu Venida, porque al venir a este mundo, lo habrías de iluminar con la luz de tu Ser divino, luz que es al mismo tiempo Vida y Amor eternos. También nosotros, igual que los que te esperaban con ansias en el Antiguo Testamento, esperamos con ansias la Navidad, el tiempo de la Iglesia en el cual, por el misterio de la liturgia, habrás de renovar tu Nacimiento virginal en una gruta de Belén. Junto a los hombres y mujeres que en la Antigüedad te esperaban, también nosotros te esperamos con fe y con amor, oh Rey Mesías, que vienes a nosotros revestido de Niño sin dejar de ser el Dios omnipotente y de toda majestad que eres desde los siglos sin fin. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús, Tú que fuiste engendrado “entre esplendores sagrados” desde la eternidad en el seno eterno del Padre; Tú que eres Dios tres veces Santo, ante los ángeles y santos del cielo se postran en adoración y no pueden hacer otra cosa que cantar de alegría y exultar de gozo ante la visión de tu infinita majestad; cuando viniste a este mundo, ya antes de nacer, conociste el rechazo, la frialdad y la indiferencia de los hombres, porque “no había lugar” en los albergues para tu Madre encinta de Ti y para San José, tu padre adoptivo y debido a esta razón, tu Madre y San José debieron ir a las afueras de Belén, a una pobre y oscura gruta. Jesús, estos albergues, con grandes y cómodos aposentos, con música y calor de fuego, con abundantes alimentos y bebidas, llenos de gentes que comen, beben y ríen despreocupadamente, pero que no tienen lugar para que entres Tú, que vienes traído por tu Madre, son figura de los corazones soberbios que, en su necio orgullo, creen no tener necesidad de Ti; estos albergues son, oh Jesús, la figura de los pobres hombres que se aferran a los bienes materiales y a los placeres de este mundo, olvidándose de la vida eterna y del juicio particular que habrán de recibir el día de su muerte. Ten piedad de ellos, Jesús, por el amor del Inmaculado Corazón de María; no les tengas en cuenta este pecado y dales la gracia de la conversión. Amén.

             Silencio para meditar.

         Jesús, desde el seno de Dios Padre viniste a esta tierra, a encarnarte en el seno de la Virgen Madre. Viniste en un noche helada, prefiguración de los corazones oscuros y helados de los hombres, vacíos del Amor Divino. Elegiste para tu Nacimiento, Tú, que eres el Creador del universo, una pobre, fría y oscura gruta, gruta que tu Madre tuvo que limpiar para que sea más digna para tu llegada, porque estaba llena del estiércol de los animales, porque era un refugio del buey y del asno. Jesús, esa cueva de Belén, así de fría, oscura y pobre, y toda manchada, es una figura del corazón del hombre sin tu gracia: es frío, porque no tiene tu amor; es oscuro, porque no tiene tu luz; es pobre, porque no tiene la riqueza de tu divinidad, y está manchada, porque el pecado es la mancha espiritual que ennegrece el corazón. Jesús, haz que tu Madre, así como preparó la gruta, limpiándola, para que Tú nacieras en un lugar digno, haz que sea también la Virgen quien prepare nuestros corazones; haz que Ella, que es la Mediadora de todas las gracias, nos consiga de Ti todas las gracias que necesitamos, para que nuestros corazones sean como la cueva de Belén, limpia por la acción de María y tu gracia. Amén.

         Silencio para meditar.

Jesús, Tú elegiste para venir a este mundo, el ser recibido por un matrimonio santo, formado por la Virgen María y por San José, su esposo casto y cuando naciste, el matrimonio santo se convirtió en una familia santa, la Sagrada Familia. Jesús, Tú quisiste ser acunado en brazos de una Madre mujer y quisiste ser socorrido por un padre varón; de esta manera, enalteciste a la familia humana con la santidad que viene de Ti, Dios tres veces Santo. Al ser tu deseo el nacer en una familia formada por mujer y varón y por un hijo, nos quieres hacer ver que la familia humana, creada por Ti y santificada por Ti, es una sola y única y está formada por la esposa-madre-mujer, por el esposo-padre-varón y que los hijos que nacen de esta unión nupcial son fruto del amor esponsal. Jesús, te pedimos por la multitud de niños que ven negado este derecho, el derecho a nacer en el seno de una familia, como fruto del amor de los esposos y no como consecuencia de la fría manipulación de laboratorio; Jesús, te pedimos por los niños que son congelados en tubos de ensayo antes de nacer; te pedimos por los que son desechados; te pedimos por los que son implantados en “vientres de alquiler”; te pedimos por todos estos niños, porque ven violentado el derecho de todo niño de vivir, de ser concebido como fruto del amor esponsal, de nacer en el seno de una familia, de ser educado por una madre-mujer y un padre-varón. Te pedimos también por quienes constituyen familias contrarias al orden natural, contrarias al orden creado por Ti, avasallando así el derecho que tienes como Dios de que sea respetada tu Voluntad expresada en la naturaleza humana. Haz que los hombres entiendan que hay un solo modelo de familia posible, la Sagrada Familia de Nazareth. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús, cuando naciste en Belén, fuiste adorado por los ángeles y los pastores: mientras los ángeles entonaban cánticos de alabanza y glorificaban a Dios por su inmensa bondad, los pastores se postraban ante tu Presencia, adorándote, porque unos y otros reconocían tu divinidad, oculta en la humanidad de un Niño recién nacido. Los ángeles y los pastores veían en Ti, oh Jesús, no a un niño más entre tantos otros, sino al Dios de majestad inefable escondido, oculto, en el cuerpo de un Niño, y por eso se alegraban y cantaban por tu Nacimiento. Te pedimos, oh Jesús, que enciendas nuestros corazones con el mismo amor de ángeles y pastores, para que también nosotros, que esperamos anhelantes la Navidad, te cantemos y te adoramos en el misterio de tu Nacimiento. Amén.

Meditación final

Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, te pedimos que aceptes nuestra humilde adoración en reparación de tu Santo Nombre y en acción de gracias por tu Encarnación y Nacimiento.  Acepta cada latido de nuestros corazones, une nuestros latidos a los de tu Sacratísimo Corazón y a los del Inmaculado Corazón de María, y por los méritos de tu Pasión y por los dolores de tu Madre, haz que se salve un alma por cada latido nuestro unido a los vuestros. Tú eres el Dueño y el Señor de la historia y vienes a nosotros no en el esplendor de tu majestad y poder, sino en la humildad de nuestra naturaleza, desvalido como un Niño recién nacido. Acepta la humilde ofrenda de nuestros pobres corazones, como si fueran otras tantas grutas de Belén para que, por intercesión de María Santísima, te dignes a nacer en ellos, para que seas la alegría y el gozo de nuestras vidas, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Los cielos, la tierra, y el mismo Señor Dios”.


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