viernes, 25 de julio de 2014

Hora Santa en honor al Cordero de Dios, Jesús Eucaristía



       
Inicio: ingresamos en el oratorio; hacemos genuflexión delante de Jesús Sacramentado, como signo exterior de adoración, acompañando con el cuerpo la adoración interior del alma y del corazón a Nuestro Dios Jesucristo, que está Presente real, verdadera y substancialmente, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la Eucaristía. Pedimos a María Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía, Madre y Maestra de los Adoradores, que permita que nuestros sentidos externos e internos se concentren en la oración, de manera tal que esta se eleve hasta el trono de la majestad de su Hijo Jesucristo, llevada por Ella. También pedimos la ayuda de nuestros ángeles custodios, para que esta Hora Santa, dedicada en honor a Jesús, el Cordero de Dios, se para mayor gloria de Dios y salvación de las almas.

Canto inicial: “Sagrado Corazón Eterna Alianza”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo, te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Meditación
Jesús, Tú en la Eucaristía eres el Cordero de Dios, anunciado por Juan el Bautista ya desde antes de nacer, cuando saltó de alegría en el seno de su madre, Santa Isabel, al saber de tu presencia en la Visitación de María Santísima (cfr. Lc 1, 39-45): Juan el Bautista se alegró por tu presencia aun sin verte, porque sabía, iluminado por el Espíritu Santo, que Tú serías el Salvador de la humanidad, porque Tú eres el Cordero que habrías de ser inmolado en el ara santa de la cruz, para expiar por nuestros pecados, lavando con tu Sangre inocente la malicia de nuestros corazones para que así, libres de nuestras iniquidades y regenerados por la gracia santificante, fuéramos capaces de ingresar al Reino eterno de los cielos; Jesús, Tú eres el Cordero que, procediendo eternamente del seno del Padre, te encarnaste por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre, para ofrendar tu Carne purísima, sin mancha, en el ara de la cruz, para quitar los pecados del mundo, los pecados de todos y cada uno de los hombres, para que todo aquel que te reconozca se vea libre de toda malicia, sea colmado de toda gracia y bendición y sea conducido a la morada santa, a la Casa del Padre, cuya entrada, oh Jesús, nos granjeaste, al precio altísimo de tus penas inenarrables, de tus dolores infinitos y de muerte atroz y dolorosísima en la cruz. Jesús, Tú eres el Dios Invisible, el Dios Tres veces Santo, ante quien se postran en adoración los ángeles y santos en el cielo y en obediencia a los designios del Eterno Padre, fuiste traído a esta tierra, a este valle de oscuridad y malicia por el Amor Divino, para encarnarte en el seno de la Virgen Madre y así adquirir un Cuerpo, tu Cuerpo Sacrosanto, el Cuerpo Inmaculado del Cordero de Dios, para ofrecerlo al Padre como ofrenda agradabilísima de suave aroma, Cuerpo que habrías de inmolarlo en sacrificio en el ara santa de la cruz para salvarnos de la eterna condenación; Cuerpo que habrías de entregar de una vez y para siempre en la cruz en santo sacrificio, y cuya entrega sacrificial habrías de renovar cada vez, de modo incruento, en el altar eucarístico para nuestra salvación, para nuestro deleite y para concedernos el cielo por anticipado, aquí en la tierra. 
A Ti, Cordero de Dios, que iluminas a la Jerusalén celestial con la luz eterna e indefectible de tu Ser trinitario y que reinas con tu Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, te adoramos, te bendecimos y glorificamos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.


Adoración Eucarística en honor al Cordero de Dios, 
Jesús Eucaristía

Jesús, Tú en la Eucaristía, eres el Cordero de Dios “como degollado” (cfr. Ap 5, 6), a quien adoran los ángeles y los santos en el cielo, postrándose en adoración perpetua, extasiándose ante la hermosura y majestad inefables de tu Ser trinitario. Por un milagro de tu Amor, de tu Sabiduría y de tu Omnipotencia trinitaria, también nosotros nos unimos a esa adoración que te tributan los ángeles y los santos, porque ese mismo Cordero a quien ellos adoran con estupor sagrado, contemplándolo cara a cara, lo adoramos nosotros, oh Jesús, porque eres Tú mismo, solo que oculto bajo las especies sacramentales, en la Eucaristía. Es por ello que, para nosotros, estar delante de la Eucaristía, es estar delante de algo más grande que los cielos mismos, porque es estar delante del Cordero de Dios “como degollado”, a quien adoran los ángeles y santos bienaventurados y es así como, movidos por tu gracia, nos postramos en adoración ante tu Presencia sacramental eucarística y te tributamos nuestra humilde adoración, que brota desde lo más profundo de nuestro ser y junto con los ángeles y los santos te decimos, oh Jesús Eucaristía, con nuestros corazones exultantes de amor y de agradecimiento, oh Dios Tres veces Santo, contemplándote en el misterio eucarístico: “Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo, llenos están el cielo y la tierra de su gloria” (Is 6, 3). 
A Ti, Cordero de Dios, que iluminas a la Jerusalén celestial con la luz eterna de tu Ser trinitario y que reinas con tu Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, llenos de admiración y de estupor sagrado, te adoramos, te bendecimos y glorificamos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús, Tú en la Eucaristía, eres el Cordero de Dios prefigurado en la cena pascual judía, cena que era una figura de la verdadera cena, la Santa Misa. En la cena pascual celebrada por el Pueblo Elegido, se sacrificaba un cordero, y con su sangre se marcaban el dintel y las jambas de las puertas, para que el ángel exterminador pasara de largo y no hiciera nada a sus moradores, reconociendo en la sangre del cordero la señal de pertenencia al Pueblo de Dios; además, los integrantes del Pueblo Elegido comían la Cena Pascual de pie y esta cena consistía en un cordero asado, acompañado con pan ázimo, verduras amargas y vino, y así celebraban la Pascua, el paso, la liberación de la esclavitud de Egipto a la Tierra Prometida, todo lo cual era una prefiguración del banquete escatológico, la Santa Misa, en donde el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, celebran el verdadero y definitivo banquete pascual, que consiste en la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo; en el Pan de Vida eterna, el Cuerpo resucitado de Jesús, el Hombre-Dios; en Vino de la Alianza Nueva y Eterna, obtenido en la Vendimia de la Pasión, y todo acompañado con las hierbas amargas de la tribulación, que nunca faltan a los verdaderos hijos de Dios, que acompañan a Jesús, en el camino de la cruz. Los hijos de Dios se alimentan con el Cordero Pascual, el Cuerpo resucitado y glorioso de Jesús, el Hombre-Dios, en el verdadero Banquete Pascual, la Santa Misa, que es al mismo tiempo, la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la cruz, en donde es inmolado el Cordero de Dios, Jesús, el Hijo de Dios, que con su Sangre derramada, limpia y quita para siempre los pecados de todos los hombres de todos los tiempos.
 A Ti, Cordero de Dios, que iluminas a la Jerusalén celestial con la luz eterna de tu Ser trinitario, y que reinas con tu Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, llenos de admiración y de estupor sagrado, te adoramos, te bendecimos y glorificamos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús, Tú en la Eucaristía, eres el Cordero de Dios, que renuevas tu sacrificio en la cruz, cada vez, de modo incruento, en el santo sacrificio del altar, en la Santa Misa, y haces en la Santa Misa lo mismo que haces en el sacrificio de la cruz: entregas tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad y por ello la Santa Misa es llamada también “Santo Sacrificio del Altar”, porque en el altar haces lo mismo que haces en el Calvario, solo que de modo incruento, sin derramamiento de sangre. Tanto en el Calvario, como en el Altar Eucarístico, nos donas tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad, y con ellos entregas tu Amor, para nuestra salvación y para que, viviendo aun en esta vida terrena, poseamos ya por anticipado de aquello de lo que gozaremos por toda la eternidad, por tu misericordia: tu Sagrado Corazón Eucarístico que late, glorioso y resucitado, envuelto en las llamas del Amor divino.
Jesús, Tú subiste a la cruz voluntariamente, en obediencia al Padre, para ser inmolado por nuestros pecados, para salvarnos de la ira de Dios, para concedernos la filiación divina, para donarnos el Espíritu Santo, el Amor de Dios, con la efusión de Sangre que brotó de tus heridas y de tu Sagrado Corazón traspasado por la lanza, para así tributar al Padre el más grande homenaje de adoración que jamás la humanidad podría ofrendar.
A Ti, Cordero de Dios, que iluminas a la Jerusalén celestial con la luz eterna de tu Ser trinitario y que reinas con tu Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, llenos de admiración y de estupor sagrado, te adoramos, te bendecimos y glorificamos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús, Tú en la Eucaristía, eres el Cordero de Dios prefigurado en el sacrificio de Isaac, porque Isaac era el hijo primogénito, inocente, que habría de ser sacrificado en obediencia a la voluntad divina, y en esa inocencia y mansedumbre con la cual Isaac obedeció a su padre, estaba prefigurada tu inocencia y tu mansedumbre, oh Jesucristo, Cordero de Dios “manso y humilde de corazón”, que al precio altísimo de tu Sangre preciosísima, derramada de forma cruenta y dolorosísima en la cruz, y renovada de modo incruenta y sacramental en el altar eucarístico, nos redimes de nuestros pecados, nos concedes la gracia santificante, nos abres las puertas del cielo, tu Sagrado Corazón traspasado, y nos conduces a las delicias inenarrables del Reino celestial, el seno del Eterno Padre.
Jesús, Tú eres el Cordero de Dios, prefigurado en el sacerdocio de Melquisedec, porque Melquisedec ofrendó pan y vino, las mismas ofrendas bajo las cuales Tú, Cordero de Dios, habrías de hacerte Presente luego de la consagración en la Santa Misa, para donarte todo entero, con tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad, y con todo tu Amor Divino, sin reservarte nada para Ti, donándote con todo tu Ser trinitario en las especies eucarísticas, al alma que te recibe con fe, con amor y con piedad.
Jesús, Tú eres el Cordero de Dios, prefigurado en el sacrificio Elías, cuando Elías, desafiando a los sacerdotes de Baal, los derrotó, haciendo caer sobre la ofrenda del altar fuego del cielo, al invocar al Dios verdadero, fuego que consumió la ofrenda, convirtiéndola de carne inerte en humo que subió al cielo, simbolizando su conversión algo inmaterial y celestial, que ascendía al cielo porque era ya posesión de la divinidad. De la misma manera, el pan y el vino, materiales inertes que se colocan sobre el altar eucarístico, al descender sobre ellos el Fuego del Espíritu Santo por las palabras de la consagración pronunciadas por el sacerdote ministerial, son convertidos, transubstanciados en tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad, y así ascienden al cielo, porque ya no son pan y vino, materias inertes, sino que son tu Cuerpo glorificado, resucitado, es decir, eres Tú, resucitado y glorioso, vivo y eternamente glorioso, que te ofreces al Padre como Cordero de Dios, como Víctima agradabilísima de suave perfume, en reparación y en expiación de nuestros pecados, impetrando y pidiendo piedad y misericordia por nosotros, pobres pecadores, y obteniendo para nosotros, para toda la humanidad, dones y gracias celestiales inimaginables.

Silencio para meditar.

Jesús, Tú en la Eucaristía eres el “Varón de los Dolores” profetizado por Isaías, Aquel que fue “triturado por nuestras iniquidades, molido por nuestros pecados”; Tú en la Eucaristía, eres Aquel que sufrió dolores, penas y amarguras infinitas por nuestra salvación y fuiste cubierto por tanta cantidad de heridas, que no había parte sana en Ti, y todo lo ofreciste por los hombres ingratos e indiferentes a tu sacrificio de Amor. Permítenos ofrecerte a Ti mismo en la cruz, en la Santa Misa, en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón de María, con todo su Amor hacia Ti, en reparación por tantos sacrilegios, indiferencias, crueldades y desprecios hacia el don de tu vida sacrificada con dolor infinito por nosotros.
A Ti, Cordero de Dios, que iluminas a la Jerusalén celestial con la luz eterna de tu Ser trinitario y que reinas con tu Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, llenos de admiración y de estupor sagrado, te adoramos, te bendecimos y glorificamos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.

Canto final: “Sagrado Corazón Eterna Alianza”.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo, te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

viernes, 11 de julio de 2014

Hora Santa pidiendo por la paz en Medio Oriente



         Inicio: ingresamos en el Oratorio, hacemos genuflexión delante de Jesús sacramentado, como signo exterior de la adoración interior del corazón, que tributamos al Dios de la Eucaristía. Pedimos a María Santísima, Madre y Maestra de los Adoradores Eucarísticos, que nos asista en esta Hora Santa, para que nuestra humilde adoración se eleve como aroma de suave fragancia hasta el altar del cielo, por su intercesión. Ofrecemos esta Hora Santa pidiendo de manera especial por el cese de las hostilidades armadas en Medio Oriente.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

        “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

         Meditación

         Jesús, Tú que en el Evangelio dijiste: “Mi paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14, 27), venimos a implorarte el don de la paz, para todo el mundo y para todos los hombres, pero especialmente para Medio Oriente y para nuestros hermanos judíos y palestinos, quienes se encuentran, en estos momentos, enfrentados por diversos problemas, todos los cuales, el apelar al recurso a la violencia solo los hará empeorar en vez de solucionarlos. Jesús, Tú que eres llamado “Rey Pacífico”, porque sólo Tú puedes dar la verdadera y única paz que proporciona consuelo y alivio al corazón humano, porque es la paz espiritual, profunda, la paz que sobreviene al alma como consecuencia de la reconciliación con su Dios, por haber sido perdonada por sus pecados; es la paz que le sobreviene al alma, al saber que Dios la abraza con su Amor infinito y eterno, porque le lava sus iniquidades con la Sangre del Cordero degollado en el ara de la cruz; es la paz que desciende como suave bálsamo sobre el corazón del hombre, luego de que el Cordero de Dios le quita sus pecados, al precio de su vida, al dar su vida en la cruz, ofrendándola a Dios Trino como sacrificio santo, ofrendando sus llagas y su Sangre Preciosísima en rescate de su alma, no solo para que no se pierda en el Abismo del dolor sin fin, sino para que sea conducida a las delicias y dulzuras del seno amoroso del Padre Eterno; sólo Tú, oh Jesús Eucaristía, Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, concedes la verdadera paz, la paz del espíritu, la paz del corazón, la paz que nadie más puede conceder, y es por eso que te pedimos esa paz para nuestros hermanos judíos y palestinos, para que cesen en sus enfrentamientos milenarios y Te conozcan a Ti, Príncipe de la paz. Escúchanos, Te lo pedimos, por la poderosa intercesión del Inmaculado Corazón de María, Tu Madre y Nuestra Madre. Amén.

            Silencio para meditar.


Adoración Eucarística pidiendo por la paz en Medio Oriente 1/3

                Jesús, la discordia y la guerra entre los hombres, por causa de motivos ideológicos, son signos de la ausencia del Espíritu Santo. La discordia, la división, la desunión, el enfrentamiento y el ver al prójimo como un enemigo al cual hay que eliminar a toda costa cuando no se pliega a la propia ideología, es una de las nefastas consecuencias del pecado original, pecado causado por la envidia del Demonio que, infectando las mentes y los corazones de nuestros primeros padres, Adán y Eva, les hizo perder el estado de gracia con el cual los habías creado y al perder la gracia, perdieron la comunión contigo, Dios de la paz y del Amor, y así se introdujo en el seno de la humanidad la semilla de la discordia, de la guerra, de la desunión, del odio y del enfrentamiento entre los hombres, que perdura hasta nuestros días. Pero Tú, Jesús, con tu Cuerpo crucificado (cfr. Ef 2, 13-16), has derribado el muro de odio que separa a los hombres, porque quien se alimenta con tu Cuerpo y tu Sangre, la Eucaristía, recibe el Fuego del Amor Divino que inflama con sus ardientes llamas tu Sagrado Corazón Eucarístico, y como el Amor de Dios, contenido en tu Sagrado Corazón Eucarístico es más fuerte que el odio que anida en el corazón del hombre caído a causa del pecado original, tu Amor eucarístico vence al odio que enfrenta a los hombres y los reconcilia con Dios y entre sí. Por este motivo, Jesús, Tú eres el Único que puede no solo detener la guerra, toda guerra, y especialmente el conflicto que se desarrolla en nuestros días en Medio Oriente y que enfrenta a nuestros hermanos judíos y palestinos, sino que, aún más, solo Tú puedes borrar para siempre el odio que anida en el corazón de los hombres, para reemplazarlo por el Amor Divino, Amor que les concede la paz y la alegría. Te suplicamos, Jesús, Mesías y Salvador de la humanidad, por los dolores del Inmaculado Corazón de María, que te des a conocer a estos hermanos nuestros, los judíos y los palestinos, que hoy están enfrentados, para que conociéndote, Te amen, y amándote, no solo depongan las armas y cesen el odio y la guerra, sino que “se amen los unos a los otros” (cfr. Jn 13, 34), con el Amor Puro y Santo del Espíritu Divino, como Tú lo mandaste en el Evangelio. Te lo pedimos por tu gran misericordia. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, Tú dijiste en el Evangelio, que son “bienaventurados los que construyen la paz” (Mt 5, 9), porque quien se esfuerza por construir la paz entre sus hermanos, lo hace guiado por tu Espíritu Santo. Quien se esfuerza por pacificar los corazones, se esfuerza por llevar a Dios al corazón de los hombres, porque Dios es el Dios de la paz, y así se convierte en bienaventurado, porque su recompensa es el mismo Dios de la paz, y no hay recompensa más grande que tener a Dios en el corazón. Quien trabaja por la paz, trabaja por el Reino de los cielos, pero no puede haber paz en donde no hay justicia ni caridad, es decir, amor sobrenatural, y no hay justicia ni caridad en donde no estás Tú, Hombre-Dios, Jesucristo. Esta es la razón por la cual, para que se obtenga la paz en los corazones de los hombres, y especialmente en Medio Oriente, es necesario que Te conozcan a Ti, Cordero de Dios, Príncipe de la Paz, porque solo Tú eres Dios de Amor infinito y de Justicia perfecta. Sólo Tú puedes iluminar las mentes y los corazones de los hombres, concediéndoles la paz profunda del alma, desterrando para siempre la ira, el odio, la animosidad, la injusticia, la violencia inaudita del hermano contra el hermano, ocurrida en tantos casos a lo largo de la historia humana, que no se explica por las meras pasiones humanas, sino es por la intervención de siniestras fuerzas sobrehumanas, preternaturales, los ángeles caídos. Jesús, Tú eres el Príncipe de la Paz, te suplicamos que concedas tu paz, la paz profunda del espíritu, la paz de Dios, la paz que sólo Tú puedes dar, a nuestros hermanos judíos y palestinos, y a todos aquellos que la necesiten, para que sean desterrados para siempre, definitivamente, la ira, el odio, la venganza, la violencia, y todo mal sentimiento, de todos los corazones de los hombres. Te lo pedimos, por los méritos, la intercesión y los dolores del Inmaculado Corazón de María. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, Tú eres el Rey Pacífico, el Príncipe de la Paz: en tu Nacimiento terreno, los ángeles anunciaron la llegada de la paz a los hombres (“Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”; cfr. Lc 2, 14ss); al entrar en Jerusalén, en el Domingo, de Ramos, te aclamaron como Rey de la paz (“¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”; cfr. Lc 19, 38); tu legado fue el legado de la paz (“Mi paz os dejo, mi paz os doy”; cfr. Jn 14, 27); tu Iglesia concede tu paz al alma, al perdonar los pecados en el Sacramento de la Penitencia, y Tú nos conseguiste la paz definitiva, al triunfar en la cruz, derrotando para siempre a nuestros enemigos mortales, el demonio, la muerte y el pecado, abriéndonos las puertas del cielo, derramando sobre nosotros, los torrentes inagotables de tu Divina Misericordia, la Sangre y Agua que brotaron de tu Sagrado Corazón traspasado. Te suplicamos, Jesús, Príncipe de la paz, que hagas partícipes a todos los hombres, de todos los tiempos, pero especialmente, a nuestros hermanos judíos y palestinos de nuestros días, y también a nuestros hermanos sirios e iraquíes, que están inmersos en graves conflictos armados, y que por lo tanto sufren enormemente, que te des a conocer desde la Eucaristía por medio de tu Madre, la Virgen María, para que también ellos, como nosotros, te conozcan, te amen y te aclamen como a su Rey, el Rey de la Paz y de Ti reciban la paz de Dios, que sólo Tú puedes dar. Amén.


Adoración Eucarística pidiendo por la paz en Medio Oriente 2/3

         Silencio para meditar.

         Jesús, Tú eres nuestra paz, porque “reconciliaste en tu Cuerpo” (Ef 2, 14-22), a todos los hombres, “por la Sangre de tu cruz” (cfr. Col 1, 20), haciendo “reinar la paz en los corazones” (Col 3, 15), porque tu Sangre, al caer sobre los corazones, destruye el pecado que anida en ellos, y los regenera con la gracia santificante, re-creándolos nuevamente, convirtiéndolos en nuevos corazones, en corazones de luz, en corazones en gracia, en donde hace su morada Dios Uno y Trino, el Dios de la paz. Todo el que se abraza a tu cruz, obtiene de Ti la paz de Dios, porque tu Sangre limpia sus pecados, regenera su corazón con la gracia, lo convierte en morada santa y en templo del Espíritu Santo, y en Casa de la Santísima Trinidad, y la Trinidad, Dios de la paz, inhabita en ese corazón, colmándolo de paz y de santidad, de dicha, de amor y de felicidad inenarrables, imposibles siquiera de imaginar, porque son un anticipo de la vida eterna, ya aquí en la tierra (Rom 8, 6). Quien se abraza a la cruz, obtiene los frutos del Espíritu Santo, que son la caridad, el gozo y la paz (2 Cor 3, 11), porque el que se abraza a la cruz, se abraza a Dios crucificado, y Dios crucificado es el Dios del Amor y de la paz. Es por esto, oh Jesús, Dios crucificado, Dios del sagrario, Dios de la Eucaristía, Dios que quitas el pecado del mundo y que concedes la paz a los corazones, que te pedimos que te apiades de nuestros hermanos judíos y palestinos, sirios e iraquíes, y de todos los que viven en conflictos diversos, y que te manifiestes a ellos, por medio de tu Madre, María Santísima, para que Te conozcan a Ti, Dios de la Paz y del Amor Hermoso, para que conociéndote, te amen, y amándote, cesen definitivamente en sus desencuentros, en sus rencores y odios, en sus homicidios y asesinatos, en sus guerras, e inicien, de una vez y para siempre, una era de paz en el Amor de Dios, una era en donde el Amor de Dios reine en las mentes y en los corazones de los hombres. Amén.

         Silencio para meditar.

         Meditación final

         Jesús Eucaristía, Dios del sagrario, Príncipe de la paz, que nos obtuviste la paz al precio de tu Sangre derramada en la cruz, te pedimos por nuestros prójimos en Medio Oriente, sobre todo aquellos que sufren de un modo particularmente violento el flagelo de la guerra y de la violencia armada, nuestros hermanos judíos y palestinos, sirios e iraquíes, y sobre todo los más indefensos, los niños, las mujeres, los enfermos y los ancianos. Por la intercesión del Inmaculado Corazón de María, te pedimos que cesen los enfrentamientos armados y que tu paz reine en sus corazones. Amén.  


Adoración Eucarística pidiendo por la paz en Medio Oriente 3/3

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


         Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.