viernes, 10 de junio de 2016

Hora Santa en acción de gracias por el don de la Eucaristía



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en acción de gracias a Dios Uno y Trino por el don inestimable de la Eucaristía.
         Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad, a adorar a Cristo que está en el altar”.
         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado (misterios a elección). 
Primer misterio del Santo Rosario.
Meditación. 
La Eucaristía no se puede apreciar en su insondable misterio sobrenatural si no es en referencia a Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios, Aquel que nació en Belén, Casa de Pan, en el tiempo y en el seno de la Virgen Madre, y que es el mismo que, Increado, fue engendrado del seno del Padre en la eternidad, para donarse como Pan de Vida eterna, que concede la vida misma de Dios a quien lo consume con fe y con amor. El que se encarnó en María Virgen y nació en Belén en el tiempo, El que fue engendrado en la eternidad en el seno del Padre, prolonga su Encarnación en el seno virgen de la Iglesia, para donarse como Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, que dona al alma la vida eterna del Ser divino trinitario. Por medio de la Eucaristía, Pan de Vida eterna, el misterio sacramental por excelencia, los hombres profundizan su incorporación a Cristo, de manera tal que pueden glorificar  a la Trinidad como si fueran una extensión y una continuación de la glorificación infinita que el Padre recibe de su Hijo consubstancial. Por la Eucaristía, Dios Trino recibe de los hombres unidos a Cristo en su Cuerpo sacramental por el Espíritu, la misma glorificación que le tributa el Hijo Eterno del Padre, Cristo Jesús, y esta es la razón por la cual la Eucaristía no puede apreciarse en su misterio sobrenatural, sino es en referencia a Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios. Y si se pierde esta referencia, se piensa que la Eucaristía es solo un pan bendecido en una ceremonia religiosa, un recuerdo vacío de un hecho pasado, y no se piensa aquello que la Eucaristía es en realidad, el Hijo Eterno del Padre que prolonga su Encarnación en el Pan del Altar, para donarse como alimento de las almas.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
         Según San Ambrosio, la Eucaristía, el Verdadero Maná bajado del cielo, fue figurada en el pan del desierto, porque allí Dios hizo llover maná del cielo para alimentar al Pueblo Elegido, pero aun así, alimentándose de este manjar celestial, estos murieron; en cambio, el que se alimenta del Pan Vivo bajado del cielo recibe la vida eterna y no muere, porque este Pan es el Cuerpo de Cristo , el Hijo de Dios Viviente. Y este Pan celestial que es la Carne de Cristo, es superior al maná del desierto, que era “pan de ángeles”, porque es el Cuerpo Vivo del Señor Jesús, que vivifica con la vida misma de Dios Trino al que lo consume. Además, el maná del desierto se corrompía, dice San Ambrosio; en cambio, el Pan Vivo, la Eucaristía, no sólo no se corrompe jamás, sino que “comunica la incorrupción a todos los que lo comen con reverencia” . Y si en el desierto, en el camino hacia la Tierra Prometida, la Jerusalén terrena, el Pueblo Elegido “sació su sed corporal con agua que manaba de la roca” , el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, en nuestro peregrinar por la vida terrena hacia la Nueva Tierra Prometida, la Jerusalén celestial, somos saciados no momentáneamente con agua inerte de una roca, sino que somos saciados en nuestra sed de Dios para toda la eternidad con la Sangre del Cordero, que brota de la Roca Viva que es Cristo, Dios Hijo encarnado y que prolonga su encarnación en la Eucaristía. Como dice San Ambrosio, “los judíos bebieron y volvieron a tener sed”, porque bebieron un agua terrena para saciar la sed del cuerpo, pero el que bebe del Costado traspasado de Jesús en la cruz, “ya no vuelve a sentir sed -de Dios, de su Amor, de su paz, de su alegría-, porque aquello –el maná del desierto- era la sombra, y esto –la Eucaristía- la realidad” . Y la realidad, el Cuerpo resucitado, vivo y glorioso de Cristo en la Eucaristía, la Roca Viva de la que brota un manantial de agua pura, la gracia santificante que da la vida eterna, es más, mucho más, que la figura, el pan milagroso recibido en el desierto.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En la Eucaristía está Aquel a quien los serafines adoran en el cielo y ante Quien se postran en continua adoración exclamando a viva voz: “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos” (cfr. Is 6, 2); es el Mismo que prolonga, por las palabras de la consagración, su Encarnación en el Altar Eucarístico, que en la Santa Misa se convierte en una parte del cielo, y así el Altar Eucarístico, por la consagración, se convierte en algo más grande que los cielos mismos, porque contiene en la Eucaristía al “Rey de reyes y Señor de señores” (cfr. Ap 19, 16), Cristo Dios, Aquel al que los cielos no pueden contener. Este prodigio maravilloso, que asombra a los ángeles, es posible por la transubstanciación del pan en el Cuerpo de Cristo mediante la virtud del Espíritu Santo, lo cual es una renovación asombrosa y admirable del acto por el cual su Cuerpo se formó, originariamente, en las entrañas purísimas de María Virgen, siendo asumido por la Persona Segunda de la Trinidad, el Hijo; y así como por este acto el Verbo de Dios hecho hombre entró en el mundo, así multiplica, en el altar eucarístico y por la potencia del Espíritu Santo, su Presencia substancial en todos los lugares y en el transcurso de los tiempos, dando así cumplimiento a la Escritura: “Desde la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el Nombre del Señor” (cfr. Sal 133, 3), porque por la Eucaristía el nombre Tres veces santo de Dios es alabado, ensalzado, glorificado, amado y adorado en toda la tierra. 
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En la Parábola del hijo pródigo (cfr. Lc 11, 15-32) se simbolizan y representan, además de la contrición del corazón –en el hijo que, hambriento, se recuerda de la casa de su Padre y se arrepiente de haberse alejado- y el Sacramento de la Confesión –en el abrazo amoroso del padre de la parábola que perdona al hijo arrepentido-, el Sacramento de la Eucaristía -en el banquete de fiesta que el padre de la parábola organiza para festejar el regreso de su hijo-. La Eucaristía es el manjar celestial que Dios Padre nos sirve a nosotros, sus hijos pródigos, que habiéndonos apartado de su Amor a causa del pecado, recibimos su perdón en el Sacramento de la Penitencia y, para celebrar este su reencuentro con nosotros, Dios Padre organiza y nos sirve el Banquete del Reino, la Santa Misa. La Eucaristía es, para nosotros, hijos pródigos, Banquete celestial, porque es un manjar que no se origina en la tierra, sino en el seno mismo de Dios y es un manjar que consiste en Pan, Carne de Cordero y Vino: la Eucaristía es el Pan Vivo bajado del cielo, Jesús de Nazareth, Pan amasado con el Trigo partido y molido en la Pasión y cocido con el calor del Fuego del Amor de Dios; es la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo; es el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, que embriaga el corazón con la Alegría del Divino Amor. El divino banquete eucarístico estaba prefigurado también en la cena pascual hebrea, en donde el Pueblo Elegido, congregado en la noche pascual para conmemorar el paso prodigioso por el Mar Rojo y dar gracias a Yahvéh por haberlo librado de sus enemigos, se sentaba a la mesa para comer cordero asado, acompañado con el cáliz de bendición, hierbas amargas y pan ácimo. En la Santa Misa, la figura se vuelve realidad, puesto que el Nuevo Pueblo elegido se congrega alrededor de altar eucarístico para hacer memoria de su Pascua, el sacrificio de Jesús en la cruz, sacrificio por el cual conduce a los redimidos, unidos a Él, Camino al Padre, por su Espíritu, al Reino de los cielos. La Pascua cristiana consiste en pasar de este mundo al Padre, no por el prodigio del mar abierto, sino por el prodigio infinitamente mayor del Costado traspasado de Jesús, para llegar, no a la Jerusalén terrena, sino a la Jerusalén celeste, y se festeja esta Pascua con el manjar más exquisito que jamás el hombre haya probado: la Carne del Cordero de Dios, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, el Pan Vivo bajado del cielo, siendo todo acompañado con las hierbas amargas de la tribulación de la vida presente, “valle de lágrimas”.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por la comunión eucarística los hijos de Dios somos alimentados con un manjar celestial, super-substancial, porque por la sunción eucarística recibimos como alimento la substancia misma de Dios, contenida en el Pan Vivo bajado del cielo. Pero con el alimento eucarístico sucede de modo inverso al alimento terreno: mientras éste es incorporado al organismo del hombre y termina transformándose, por así decirlo, en el cuerpo del que lo consume, en el caso de la Eucaristía, es la Eucaristía la que nos asimila a Cristo, porque el que se une al Cuerpo sacramentado de Cristo recibe su Espíritu, el cual nos une a su vez, en Cristo, nos transforma en Cristo y así, en Cristo y con Cristo, nos une al Padre. La Eucaristía es así el milagro inefable del Amor de Dios para con nosotros, que lleva a cabo el deseo de Dios, el de unirse a nosotros –a todos y cada uno de nosotros- del modo más íntimo, más estrecho y profundo que pueda darse, no ya entre creatura y Creador, sino entre Dios y sus hijos adoptivos. La comunión eucarística es el anhelo más ardiente de Dios, cumplido a la perfección, esto es, el vernos unidos a Él, en Cristo, por el Espíritu Santo, el Amor Divino. La Eucaristía es el medio y el fin, el camino y el término de la unión de Dios con los hombres y esta unión en el Cuerpo de Cristo es el objetivo último de Dios, para el cual la instituyó en la Última Cena y ordenó a su Iglesia que la perpetuara hasta el fin de los tiempos por medio del sacerdocio ministerial, que perpetúa de modo incruento el Santo Sacrificio de la Cruz, cada vez, en la Santa Misa. Sin esta unión de los hombres con Dios, en el Amor de Dios, el Espíritu Santo, la Eucaristía sería una obra divina aislada, pero no lo es, porque su sunción, al unirnos con la divinidad, nos comunica la vida eterna de Dios y con su vida, su paz, su alegría y su Amor divinos, preparándonos así para la visión beatífica, para la vida de gloria en la contemplación trinitaria, en el Reino de los cielos. 
 Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.





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