jueves, 28 de abril de 2016

Hora Santa en honor al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en honor al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María.

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer Misterio.

Meditación.

Sagrado Corazón, al contemplarte, vemos cómo te rodea y estrecha fuertemente una corona de gruesas y filosas espinas, que te provoca acerbos dolores en todo momento, porque cuando las paredes del corazón se dilatan, para recibir la sangre, las agudas y filosas espinas se hunden en el músculo, provocando agudos y punzantes dolores, y cuando las paredes del corazón se contraen, para expulsar la sangre, las espinas laceran el corazón, provocando nuevos e inenarrables dolores. Sagrado Corazón de Jesús, cuánto dolor experimentas, cuánto dolor te cuesta darnos tu Amor, porque si a cada latido quieres derramar sobre nosotros la Sangre de tu Corazón y con ella, tu Amor, en cada latido experimentas el dolor que te causamos con nuestros pecados, materializados en las espinas que te perforan y laceran. ¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, que lates en la Eucaristía con la fuerza del Divino Amor, concédenos la gracia de aliviar tus dolores llevando una vida de santidad!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Sagrado Corazón, al contemplarte, vemos cómo el fuego te envuelve todo e impregna cada fibra, cada célula, cada átomo: es el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo; es Fuego que es Amor, es Amor que es Fuego divino; es Fuego que arde pero no solo no provoca dolor, sino que es causa de gozo, alegría, amor y paz, porque el fuego que te envuelve es Dios, que es Fuego y es Amor; es Dios, que es Amor que hace arder al alma en el Fuego de la Divina Caridad. Es Fuego de Amor que Tú comunicas por la Comunión Eucarística; es el Fuego de Amor que convierte los corazones de los hombres, oscuros, duros y fríos como el carbón, en brasas luminosas y ardientes, que arden con el Fuego del Divino Amor y que, convertidos en llameantes flamas, todo lo incendian a su paso, con este Divino Fuego, el Fuego de la Caridad, el Fuego del Amor de Dios. Es con este fuego, que arde en tu Corazón, con el que quieres incendiar el mundo, en el Amor de Dios: “He venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo quisiera ya verlo ardiendo!” (Lc 12, 49). ¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, envuelto en las llamas de la Divina Caridad, haz que nuestros corazones sean como la hierba seca, para que ardan en el Fuego del Amor de Dios, al contacto con las llamas de tu Corazón que late en la Eucaristía!

 Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Sagrado Corazón, al contemplarte, vemos cómo la Santa Cruz está plantada en la base misma de tu Corazón. La Cruz es el verdadero y único Árbol de la Vida, porque quien la abraza, recibe de Ti, oh Buen Jesús, la vida divina, la vida eterna que eres Tú mismo, Hijo de Dios Encarnado. Quien se abraza a la Cruz, recibe la gracia de morir al hombre viejo, para nacer al hombre nuevo, el hombre que vive la vida de la gracia, la vida nueva de los hijos de Dios. Así como los israelitas, en el desierto, al ver la serpiente de bronce, eran curados de las mordeduras venenosas de las serpientes, así también, el cristiano que eleve sus ojos y te contemple a Ti en la Cruz, recibe la gracia de la conversión y la curación del veneno de la soberbia y de la rebelión contra Dios inoculados por la Serpiente Antigua, el Demonio. La Cruz es el Árbol de la Vida, y está en la base de tu Sagrado Corazón para indicarnos que si queremos alcanzar el Fruto bendito de este Árbol, tu Sagrado Corazón, la única manera posible de hacerlo es subiendo al Árbol de la Cruz, y el que sube al Árbol de la Cruz, lo único que debe hacer para alcanzar este Fruto bendito que es tu Sagrado Corazón, es elevar sus manos hacia tu Costado traspasado, en donde se encuentra vivo, glorioso, y latiendo con la fuerza del Divino Amor, tu Sagrado Corazón. ¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, haz que experimentemos siempre un ardiente apetito por el Fruto del Árbol de la Cruz, tu Sagrado Corazón, y danos tu gracia para que seamos capaces de cargar nuestra propia cruz y seguirte por el Camino del Calvario, el Via Crucis!

 Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Sagrado Corazón de Jesús, al contemplarte, vemos cómo de tu herida, provocada por la lanza del soldado romano, brotan, incontenibles, la Sangre y el Agua que portan consigo mismos al Amor de Dios, siendo así vehículos de la Divina Misericordia: la Sangre, que santifica las almas; el Agua, que las justifica. La Sangre y el Agua que brotan de tu Corazón traspasado, oh Jesús, simbolizan, al tiempo que lo contienen, al Amor de Dios, el Espíritu Santo que, derramado sobre las almas, no sólo lava los pecados, sino que les concede la gracia de la divina filiación, gracia por la cual el alma es elevada de simple creatura a hija adoptiva de Dios. Arrodillados ante Ti, bajo la cruz, te suplicamos, oh Buen Jesús, que todo el contenido de tu Sagrado Corazón, la Sangre y el Agua, caigan sobre nuestras almas, para que se vean libres de toda malicia y de todo pecado y para que se enciendan en el Fuego del Divio Amor. Por esta Sangre y Agua, el contenido de tu Corazón traspasado, oh Jesús, se derrama sobre las almas la Divina Misericordia y es gracias a tu Sagrado Corazón que infinidad de santos han llegado al Reino de los cielos, santificándose con el contenido preciosísimo de tu Corazón. Oh Jesús, que desde la Eucaristía nos iluminas con la luz esplendorosa de tu Ser divino trinitario, luz que, al mismo tiempo que nos ilumina, nos vivifica con la vida misma de la Trinidad. ¡Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, ilumina nuestras tinieblas, acude en nuestro auxilio, enciende nuestros corazones en el Fuego del Divino Amor!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Al contemplar tu Inmaculado Corazón, oh María Santísima, vemos que también, al igual que sucede con el Sagrado Corazón de Jesús, tu Purísimo Corazón se encuentra también rodeado y ceñido con una corona de gruesas espinas: esas espinas son la materialización de nuestros pecados, que convirtiéndose en duras y filosas espinas, laceran tu Corazón Lleno de gracia. Esas espinas son el rechazo al Amor del Sagrado Corazón; esas espinas son las comuniones realizadas con indiferencia, con frialdad, con el corazón lleno de amores mundanos, profanos, llenos de pasiones impuras, esas espinas son las comuniones hechas en pecado mortal; esas espinas son las comuniones recibidas con ausencia de Amor de Dios al prójimo en el corazón. Y tú sufres, oh Madre nuestra del cielo, al compartir los dolores de tu Hijo en su Pasión, porque aunque no padeciste en tu cuerpo los flagelos, los golpes, las espinas, sí padeciste sus dolores en tu bienaventurado espíritu. Y al participar de su Pasión y al ofrecer, de pie al lado de la cruz, a tu Hijo al Padre por nuestra salvación, te conviertes, oh Madre de los Dolores, en Corredentora de los hombres. Y de la misma manera a como, al pie de la cruz, ofreciste a tu Hijo al Padre por nuestra salvación, para así aplacar la Justicia Divina y abrirnos para nosotros las Puertas del cielo, el Corazón traspasado de tu Hijo, así también continúas ofreciendo a tu Hijo cada vez, en la Santa Misa, por medio de la Iglesia, por el sacerdote ministerial, para adorar a la Santísima Trinidad, para aplacar la Justicia Divina, y para impetrar clemencia y gracias para nosotros. Al contemplar tu Corazón Inmaculado, oh María Santísima, vemos también que, al igual que el Sagrado Corazón de Jesús, tu Corazón Purísimo está envuelto en el fuego: es el Fuego con el cual quieres incendiar nuestros corazones, secos como la hierba de otoño, el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo. ¡Oh María Santísima, Nuestra Señora de los Dolores, enséñanos a ofrecernos en la Santa Misa como hostias vivas, santas y puras, en ti y por ti y unidos al sacrificio de Jesús en la cruz, al Padre, para la salvación del mundo! Amén.

         Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Los cielos, la tierra”.



jueves, 14 de abril de 2016

Hora Santa y rezo del Rosario en honor a la Madre de Dios


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en honor a la Madre de Dios. Meditaremos en los dogmas marianos -Maternidad Divina, Inmaculada Concepción, Perpetua Virginidad, Asunción de María- y también en el misterio de María Santísima como Corredentora.

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer Misterio.

Meditación.

         La Virgen María fue concebida sin pecado original porque estaba destinada, desde la eternidad, a ser la Madre de Dios, la Madre de Cristo, el Emmanuel, “Dios con nosotros”. Y puesto que toda mujer que concibe y da a luz a una persona, recibe el nombre de “madre”, por lo mismo, la Santísima Virgen María es “Madre de Dios” porque, concibiendo por el Espíritu Santo al Verbo de Dios, lo revistió en su seno purísimo con su propia carne, lo alimentó con su propia sangre y lo protegió en su seno inmaculado durante nueve meses, pasados los cuales la Virgen y Madre parió milagrosamente según la carne al Verbo de Dios hecho carne. La Virgen es Madre de Dios porque concibiendo por el Espíritu Santo al Verbo eterno de Dios, luego de revestirlo con su propia carne, lo dio a luz milagrosa y virginalmente en Belén, manifestándose el Verbo hecho carne bajo la forma de un Niño humano. María Santísima es por esto la Madre de Dios, que da al mundo al Verbo de Dios Encarnado, que se manifiesta por medio de la Maternidad Divina de la Virgen. Pero la Virgen se convierte también en Madre de la Iglesia y en Madre de los hombres, porque Jesús en la cruz, antes de morir, le pidió que nos adoptara como sus hijos y es así como, por gracia de Dios, la Madre de Dios es también, para nuestra alegría, nuestra Madre del cielo. ¡Oh Madre de Dios y Madre nuestra también, concédenos la gracia de amarte, como te ama Jesús!

         Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Segundo Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         La Virgen Santísima fue concebida como Inmaculada Concepción, es decir, su naturaleza humana, su cuerpo y su alma, estuvieron exentos, en virtud a los méritos de su Hijo, de la mancha del pecado original. Esto significa que María no solo no tuvo nunca ni siquiera un pecado venial, sino tampoco fue capaz de cometer la más ligera imperfección, y esto porque desde el primer instante de su concepción, además de ser preservada inmune de toda mancha de culpa original, la Virgen fue inhabitada, también desde el primer instante de su concepción, por el Espíritu Santo, de modo que toda Ella era Templo de Dios, siendo su Corazón Inmaculado el nido de amor y luz en el que reposaba la Dulce Paloma del Espíritu Santo. Así, la Inmaculada Concepción, Llena de gracia e Inhabitada por el Espíritu Santo es modelo para nosotros, para nuestra vida cotidiana como cristianos, porque nosotros, siendo sus hijos, estamos llamados a imitarla en su pureza inmaculada, no solo evitando el pecado, esto es, la malicia del corazón, de donde “surgen toda clase de cosas malas”, sino que estamos llamados también, como María, a vivir en estado de gracia santificante, que hermosea las almas con la Pureza de Dios, y estamos llamados, como María, a convertir nuestros cuerpos, también por la gracia, en templos del Espíritu Santo, para que nuestros corazones se conviertan en otros tantos sagrarios y altares eucarísticos en donde el Dios de la Eucaristía, Jesús, sea adorado, bendecido, alabado y ensalzado, en el tiempo y en la eternidad.

         Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Tercer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

La Virgen Santísima, Madre de Dios, fue Virgen antes, durante y después del parto y continúa siendo Virgen, perpetuamente, por toda la eternidad. Al encarnarse el Verbo, la Virgen conservó su virginidad, por la Encarnación fue exclusivamente obra del Divino Amor, el Espíritu Santo, y al nacer el Verbo de Dios Encarnado, la Virgen conservó también su virginidad, porque su nacimiento milagroso fue también obra del Amor de Dios, y esa es la razón por la cual María Santísima continúa siendo Virgen y lo seguirá siendo por toda la eternidad, y esto porque el parto milagroso del Verbo de Dios no disminuyó, sino que consagró la integridad virginal de la Madre de Dios. Por esto, la Iglesia celebra a María como la “Siempre-Virgen” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 499); Ella es el Prodigio más grande de la Creación y, después de su Hijo, el Hombre-Dios, es el prodigio más grande de la Nueva Creación, la Creación nacida de la gracia santificante, que brota del Costado abierto del Salvador en la cruz; la Virgen es un prodigio que supera en santidad, pureza y hermosura a los ángeles y santos juntos, porque reúne en sí misma y en su sola persona un doble don divino, la Maternidad Divina y la Perpetua Virginidad. La Virgen Santa es la Doncella anunciada por el profeta Elías, la destinada a ser, además de Virgen, la Madre de Dios Encarnado, el “Dios con nosotros”, el “Emanuel”: “Ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emanuel” (Cfr. Is 7, 14; Miq 5, 2-3; Mt 1, 22-23; cfr. Const. Dogmática Lumen Gentium, 55 - Concilio Vaticano II). Esta doble condición y galardón de la Virgen, el ser Madre y Virgen, es signo de que todo en Ella proviene de Dios y es para Dios: es Virgen de Dios y Madre de Dios. La Virgen fue, es y será Virgen, y su virginidad contiene, a la par que simboliza, la pureza del amor debido a Dios, el cual no se debe contaminar con amores mundanos o profanos; su virginidad contiene y simboliza el amor santo que debemos a Dios Uno y Trino y, de modo particular, a Dios Hijo encarnado, a la par que es nuestro modelo para nuestro amor a Jesús Eucaristía: así como la Virgen amó a su Hijo Encarnado con un Amor Puro, el Amor del Espíritu Santo, así nosotros debemos amar a Jesús Eucaristía -que prolonga su Encarnación en el Santísimo Sacramento del Altar-, con un amor también puro, no contaminado con amores que no son santos. La Virginidad de María es también nuestro modelo para una vida casta y pura, pero no solo, sino que lo es también para una fe, pura e inmaculada, en la Presencia Eucarística de Jesús; una fe no contaminada con creencias extrañas, con doctrinas heréticas “llamativas y extrañas” (cfr. Col 2, 8) acerca de la Presencia Real, Verdadera y Substancial de Jesús en la Eucaristía; la Virgen es modelo para nuestra fe en Jesús Eucaristía, que es la fe de la Iglesia, la misma e inalterable fe, que se mantiene pura e intacta, desde hace más de dos mil años; la fe que nos dice que Jesús, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hombre-Dios, que se encarnó de María Virgen, padeció y murió en cruz y resucitó al tercer día, es el mismo Jesús que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y se dona a nuestras almas con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, para colmarnos de su gracia y de su Amor Divino.

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Cuarto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

La Virgen Santísima no sufrió la corrupción de su cuerpo y la separación de su alma, porque en el momento en que debía pasar de esta vida al Padre, su alma Purísima, Llena de gracia e inhabitada por el Espíritu Santo, derramó la sobreabundancia de la gloria divina de la que participaba y así, con su cuerpo y su alma glorificados, fue Asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. La Asunción o Dormición de la Virgen, el evento por el cual su alma y su cuerpo fueron asuntos, glorificados –esto es, llenos de la vida, la luz, el amor divinos-, al cielo, anticipa y prefigura, por un lado, el estado de gracia santificante, al que todo cristiano está llamado, pues por la gracia, el alma no sufre la muerte que provoca el pecado, pero además prefigura el estado de gloria en cuerpo y alma en la bienaventuranza eterna, en el Reino de los cielos, a la que también está llamado todo hijo de la Iglesia, todo hijo de María Virgen.

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Quinto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

La Virgen Santísima, al pie de la Cruz en la cima del Monte Calvario, ofreció a su Hijo al Padre el Viernes Santo, por la Redención del mundo. La Virgen no sufrió físicamente los dolores de la Pasión de Jesús, pero sí los sufrió espiritualmente, participando místicamente de la Pasión Redentora de Jesús: al estar unida a Él por el Divino Amor y al ser Jesús la Fuente de su vida y de su ser, todo lo que le sucedía a su Hijo en su Cuerpo real, lo sufría la Madre en su Corazón. Es decir, la Virgen no sufría solamente como sufre moralmente toda madre, al ver a su propio hijo padecer dolor: además del sufrimiento moral que le provocaba ver a su Hijo ser condenado injustamente a muerte y luego recibir tantos castigos para ser finalmente crucificado, la Virgen sufría ante todo espiritualmente, en virtud de la unión mística en el Amor Divino entre su Inmaculado Corazón y el Sagrado Corazón de Jesús. Sin sufrir físicamente, la Virgen sufrió espiritualmente la Pasión de su Hijo; al tiempo que sufría, y en medio de los dolores desgarradores que experimentaba su Inmaculado Corazón –era el cumplimiento de la profecía de Simeón: “A ti, una espada de dolor te atravesará el corazón” (Lc 2, 35)-, la Virgen no solo jamás dirigió a Dios ni el más ligerísimo reproche -acerca de porque permitía la muerte y una muerte tan cruel para su Hijo-, sino que ofreció a su Hijo al Padre con todo el amor de su Corazón Inmaculado, inhabitado por el Espíritu Santo, y al hacer esto, la Virgen se ofrecía a sí misma en unión con su Hijo, porque ofrecer a su Hijo, que era la Vida, la Luz y el Amor de su alma y de su Corazón equivalía, para la Madre de Dios, a morir en vida. Por estas dos razones –porque sufrió espiritualmente con su Hijo la Pasión y porque ofreciéndolo a Él en la cruz se ofreció a sí misma-, María Santísima es Corredentora junto a su Hijo Jesús, el Redentor del mundo. Y también en esto la Virgen es nuestro modelo –junto a Jesús-, porque como cristianos, también nosotros estamos llamados a ser corredentores, como María y en María y el modo es hacer un ofrecimiento –interior, espiritual- de nosotros mismos en la Santa Misa -renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz-, a Jesús y a María, de todo nuestro ser, nuestro presente, pasado y futuro, con todo lo que somos y tenemos, por la salvación de nuestros hermanos y del mundo entero.

         Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.


viernes, 1 de abril de 2016

Hora Santa en honor y reparación a la Santa Cruz de Jesús


La Santa Cruz profanada por un grupo vandálico en España.


La Santa Cruz profanada por grupo pro-abortista 
en una universidad católica en Chile.


         Inicio: con dolor, nos hemos enterado de la profanación sufrida por la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo a manos de dos grupos distintos: un grupo abortista y feminista en una universidad católica en Chile, y un grupo anónimo de vándalos en Málaga, España, según consta en los siguientes sitios: https://www.aciprensa.com/noticias/abortistas-profanan-cruz-en-universidad-catolica-de-chile-90741/; http://www.diariosur.es/axarquia/201511/03/destrozan-cristo-virgen-rincon-20151102232146.html Ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por estos ultrajes, al tiempo que pedimos por nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos, y la de quienes cometieron estas profanaciones.

Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación. 

         Te adoramos, ¡oh Cristo! y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo. La Santa Cruz de Jesús es el verdadero y único Árbol de la vida, porque en ella pende, como un fruto exquisito, el Cuerpo Sacratísimo del Redentor, que a través de sus heridas abiertas y su Corazón traspasado, derrama sobre las almas su Sangre Preciosísima, Sangre que quita los pecados, concede la filiación divina y nos une al Cuerpo Místico del Redentor en un mismo espíritu, el Espíritu Santo, que nos da la Vida divina. Sólo la Santa Cruz de Jesús es el Único y Verdadero Árbol de la Vida y no hay otro, ni lo hubo, ni lo habrá y todo otro árbol que pretenda arrogarse el título de ser Árbol de la vida, sólo es árbol de muerte e iniquidad. Como todo “árbol bueno, da frutos buenos” (cfr. Mt 7, 17) y de entre todos los frutos exquisitos que da este Árbol Santo –paz, alegría, fortaleza de Dios-, hay uno que se destaca por su dulzura; un fruto tan sabroso, que no hay manjar en el mundo que se le pueda comparar y este fruto de sabor celestial es el Sagrado Corazón de Jesús, cuya pulpa es el Espíritu Santo y cuyo jugo son el Agua y la Sangre que salvan a los hombres. Quien quiera deleitarse con el fruto más exquisito de todos los frutos exquisitos del Árbol de la Vida, el Sagrado Corazón de Jesús, sólo tiene que acercarse a este Árbol bendito y extender sus manos, hasta tocar el Costado traspasado del Señor, de donde fluyen el Agua que santifica a las almas y la Sangre que las justifica; quien esto haga, quedará saciado en su espíritu con la dulzura sin par de la Misericordia Divina, que a todos se ofrece y a todos quiere donarse sin límite, para los pecadores en el tiempo y para los bienaventurados en la eternidad.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Al inicio de los tiempos, en el Edén y plantado en el centro del Jardín del Paraíso, se encontraba el “Árbol de la ciencia del bien y del mal” (cfr. Gn 2, 17), árbol hacia el cual Adán y Eva extendieron sus manos -desoyendo la Voz de Dios e instigados por la voz maligna de la Serpiente Antigua- para tomar el fruto prohibido, adquiriendo en el instante el conocimiento de que habían ofendido a Dios y que por lo tanto habían perdido su amistad. Como consecuencia de su desobediencia al haber tomado del fruto prohibido por la Divina Sabiduría y el Divino Amor, Adán y Eva, habiendo experimentado un ligero dulzor primero, experimentaron luego la amargura de este fruto, porque los hizo perder la alegría de ser amigos de Dios y su lugar en el Edén. Para remediar la desgracia del pecado original abatida sobre la humanidad a partir del Pecado Original, Dios plantó otro árbol en el Calvario, el Árbol de la vida, árbol cuyo fruto no es de muerte sino de vida y de vida eterna, porque el fruto sabrosísimo de este Árbol Tres veces bendito, es el Sagrado Corazón de Jesús. A diferencia del Árbol del Edén, cuyos frutos estaban prohibidos para el hombre por parte de Dios, el fruto de este Árbol Santo no solo no está prohibido, sino que Dios quiere –aún más, es su deseo más ardiente- que todos los hombres se alimenten y se gocen de la substancia divina y de la gloria celestial que este fruto contiene en sí mismo, la Sangre y el Agua del Corazón de Jesús, que santifican y dan vida a las almas. Y a diferencia de Adán y Eva, que cuando comieron del Árbol del Edén probaron primero dulzura y después amargura –la amargura del pecado, de la soberbia, de la desobediencia a Dios y de la pérdida de su amistad-, todo aquel que prueba de este fruto exquisito, experimenta amargura primero –pero por poco tiempo, y la razón es que para llegar hasta donde está el fruto, hay que cargar la cruz todos  los días y seguir a Jesús por el duro Camino del Calvario, el Via Crucis para así dar muerte al hombre viejo-, para experimentar después su dulzura, que es el Amor de Dios contenido en el Sagrado Corazón. El que come de este fruto saborea su dulzura incluso en las tribulaciones y en el dolor propios de esta vida, y la continúa saboreando -ya sin dolor ni pena alguna- en la vida eterna, en el Reino de de los cielos, para siempre, para siempre. ¡Dichoso aquél que, negándose a sí mismo y cargando la cruz de cada día, llegue hasta el Calvario, en donde está el Árbol Santo de la Cruz y extienda sus manos hasta el Costado traspasado del Redentor, para gozar del Fruto exquisito de este árbol, el Sagrado Corazón de Jesús!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El Santo Sacrificio de la Cruz se renueva, incruenta y sacramentalmente, en el Santo Sacrificio de la Misa: la Cruz y la Misa son un único y mismo sacrificio, en donde el Sumo y Eterno Sacerdote es el mismo, el Hombre-Dios Jesucristo; la Víctima es Una y la misma, el Cordero de Dios, Jesús de Nazareth; el Altar es Uno y el mismo,  la Humanidad Santísima del Señor Jesús unida a la Persona divina del Verbo. En el Sacrificio cruento del Calvario, el Sacerdote Eterno ofrece en la cruz al Padre el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios, que empapa e impregna el leño de la cruz; en el Sacrificio del Altar, la Santa Misa, el Cuerpo se ofrece en la Eucaristía y la Sangre del Cordero se vierte, bajo apariencia de vino, en el cáliz del Altar Eucarístico, para que impregne las almas de los redimidos. Siendo ambos sacrificios -el del Calvario y el de la Misa- un único y solo sacrificio, substancial y numéricamente idénticos, significa que acudir a la Santa Misa equivale a acudir al Sacrificio del Calvario; entonces, al asistir al Nuevo Calvario que es la Misa, debemos hacerlo con la misma intención y disposición espiritual de María Santísima y de San Juan Evangelista: unirnos al sacrificio del Cordero de Dios para la salvación del mundo.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Cruz del Calvario está teñida con la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios, que brota de las heridas: de su Cabeza, coronada de espinas a causa de nuestros pecados de pensamiento; de sus manos, perforadas por gruesos clavos de hierro, a causa de nuestros pecados de violencia e indiferencia contra nuestros hermanos y a causa de nuestros pecados de idolatría, al elevar las manos no para adorar a Dios Uno y Trino, sino para adorar a los ídolos; de sus pies, clavados al madero por un duro y frío clavo, a causa de los pecados cometidos al dirigir nuestros pasos en dirección opuesta al Calvario, pisando el amplio y espacioso sendero de la perdición, negándonos a caminar detrás del Cordero cargando la cruz de cada día; de la Cruz mana, como un río inagotable, la Sangre Preciosísima de Jesús, al ser traspasado su Sagrado Corazón por el hierro duro y frío de la lanza, a causa de nuestros pecados del corazón, cometidos cuando somos indiferentes hacia el prójimo y no amamos amar a nuestros enemigos. Y toda esta Sangre Preciosísima de la Cruz es recogida por los ángeles en cálices de oro y es vertida en el sagrado Cáliz del Altar Eucarístico sostenido por el sacerdote ministerial, Cáliz que cual contiene, luego de la consagración y el milagro de la Transubstanciación, ya no más vino, sino esta Sangre Preciosísima del Cordero, derramada en abundancia para nuestra salvación. ¡Oh, dichoso aquel que pudiera de este Cáliz sagrado beber, porque la Sangre del Cordero, fluyendo en su alma, la dejaría inmaculada, al tiempo que haría arder en su pobre corazón la Llama Eterna del Divino Amor!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Al lado de la cruz de Jesús, de pie, está María, su Madre (cfr. Jn 19, 25-30). La Virgen está pálida, con su rostro surcado por lágrimas que brotan incontenibles ante la vista de la cruel agonía y muerte del Hijo de su Corazón. La Virgen siente que muere en vida, porque muere en la cruz Aquél que es la Vida de su vida, el Amor de su Corazón, la razón de su existir. Estando viva quiere Ella morir junto a su Hijo, porque siente que ya no puede vivir más sin Jesús, que es la Vida de su alma, y sin esta Vida que es su Hijo, solo quiere la Virgen morir junto a su Hijo. Sin embargo, es el Amor el que la obliga a seguir viva y a vivir en una continua agonía, porque sólo podrá dar la vida de la gracia, de quien es Mediadora, a los hijos que por el Querer divino adoptó al pie de la cruz (cfr. Jn 19, 27). Muriendo en la cruz para dar muerte a la muerte, Jesús da la vida de su Corazón, la gracia santificante, por medio de su Madre, a los hombres, que están muertos en vida a causa del pecado y que sin la gracia, aún cuando vivan en la otra vida, morirán para siempre de muerte segunda. Vive la Virgen de los Dolores con el alma que le parece muerta en vida, porque su Hijo, la Vida Increada, ha muerto en cruz y vive la Virgen, para hacer de Mediadora entre su Hijo y los hombres, para que estos, que viven una vida muerta en la tierra, vivan luego para siempre en la vida eterna, con la Vida que brota de su Hijo Jesús. Y si la Virgen está en el Calvario, está también en la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario, la Santa Misa, y así como en el Calvario, también en la Misa ofrece al Padre a su Hijo, que es la Vida de su Corazón, para nuestra salvación. En el Calvario lo ofrece en la cruz, en la Misa lo ofrece en la Eucaristía; en ambos, Calvario y Misa, ofrece al Padre para nuestra salvación el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo, el Cordero de Dios, nuestro Redentor. ¡Oh Madre Santísima, Nuestra Señora de los Dolores, que estás de pie al lado de la cruz, dame tus lágrimas, dame tus penas, dame tu dolor, para que llorando contigo en esta vida por mis pecados, pueda vivir para siempre en el Reino con Jesús!

Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria.


Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.