domingo, 28 de agosto de 2016

Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en honor al Inmaculado Corazón de María[1]


Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en honor al Inmaculado Corazón de María[1]
         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en honor al Inmaculado Corazón de María.
Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
La Virgen es nuestra Madre del cielo y así como un niño pequeño, cuando hay algo que lo asusta, o cuando experimenta temor, dolor, o angustia, eleva sus bracitos en busca de su madre y se calma y tranquiliza con el solo hecho de que su madre lo abrace, así también hace con nosotros la Virgen, Nuestra Madre celestial, abrazándonos como a niños pequeños para protegernos en las tribulaciones de la vida y dándonos su consuelo y amor maternal; de igual manera, así como una madre alimenta a su pequeño hijo para que este pueda crecer sano y fuerte, así también nos alimenta, pero no con un alimento terreno, sino con el alimento más substancioso y exquisito que pueda ser concebido, y es el Pan Vivo bajado del cielo, la Santa Eucaristía, que nos concede la vida y la fortaleza misma de Dios. También, como una madre que toma de la mano a su niño para llevarlo a un lugar seguro, caminando a su lado, así también la Virgen nos toma de la mano y nos guía por el camino seguro del Calvario, que conduce al Reino de los cielos, y con su amor y su presencia maternal nos conforta y nos ayuda a llevar la cruz, como también lo hizo con su Hijo Jesús, acompañándolo en su doloroso subir al Calvario y confortándolo con su amorosa presencia maternal. Por último, así como una madre terrena instruye a su hijo en la sabiduría de las cosas cotidianas, así también la Virgen, nuestra Madre celestial, nos instruye en la Sabiduría divina, que es la sabiduría de la cruz, enseñándonos que no hay nada bueno, ninguna alegría, ningún gozo, ningún solaz verdadero, ningún descanso para el alma, que no pase por la Santa Cruz de Jesús, porque en la Cruz Jesús transforma nuestros dolores en gozos y alegrías imposibles de imaginar. ¡Oh María, Madre nuestra celestial, estréchanos entre tus brazos y nunca nos abandones!
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
María, nuestra Madre del cielo, para que estemos más profundamente unidos a Ella y a su Hijo en el Amor de Dios, quiere que nos consagremos a su Inmaculado Corazón, para instruirnos en la Sabiduría Divina, la Sabiduría que impide que no solo no seamos seducidos por la falsedad mundana, sino que, al iluminarnos con la luz del Espíritu Santo, impide que caigamos en el error, la herejía, el cisma o la apostasía, sobre todo en lo relativo a la Presencia real de su Hijo en la Eucaristía. Consagrándonos a su Inmaculado Corazón, la Virgen nos revestirá de la luz del Espíritu Santo, para que seamos capaces de conocer en profundidad los misterios de la Encarnación de su Hijo Jesús, llevada a cabo en su seno virginal y los misterios de su Crucifixión realizada en el Monte Calvario, misterios ambos renovados, prolongados y actualizados por el Espíritu Santo, a través de la liturgia eucarística en la Santa Misa. Por la consagración a su Inmaculado Corazón, la Virgen nos llevará a despreciar los falaces encantos del  mundo, para que nos gocemos solo en los deleites del Pan Vivo bajado del cielo, el Cuerpo de su Hijo, Jesús resucitado. Por la consagración, la Virgen configurará nuestros corazones a los Sagrados Corazones de Jesús y María, para que sean copias e imágenes vivientes del Amor de Dios que en ambos inhabita, para que el mundo que yace en las tinieblas y sombras de muerte vea la luz del Amor misericordioso de Dios por medio de la caridad de sus hijos adoptivos. Por la consagración, la Virgen nos hace crecer en la fe en su Hijo Jesús en la Eucaristía, para que alimentándonos con el verdadero Maná bajado del cielo, su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, no decaigamos en las duras tribulaciones que acontecen en nuestro peregrinar por el desierto de la vida hacia la Jerusalén celestial.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
María, nuestra Madre del cielo, nos fortalece en la fe cuando nos consagramos a su Inmaculado Corazón, porque aunque decimos creer en Dios y en su Mesías, Jesús, nos comportamos muchas veces, con respecto al Milagro de los milagros, la Santa Eucaristía, como incrédulos, al no reflejar en nuestras vidas cotidianas la inmensidad del Amor Misericordioso del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, derramado en nuestras almas en cada comunión. Y al fallar nuestra fe en aquello que es el cimiento y el fundamento de nuestra vida espiritual, la Eucaristía, luego fallamos en otros aspectos de la fe, como el no abandonarnos a los Misterios de la Divina Providencia, atreviéndonos no solo a cuestionar los designios de Dios, sino a sugerirle nuevas rutas y caminos, no dispuestas por Él, pero sí aceptas a nuestros gustos y pareceres. Por la consagración, María Santísima nos iluminará con la luz celestial que inhabita en su Inmaculado Corazón, la luz del Espíritu Santo, que nos llevará a creer firmemente en los misterios de la redención de Nuestro Señor Jesucristo y a ver la cruz como el único camino para llegar al cielo, aceptando pacientemente las tribulaciones y pruebas que Dios nos envíe, aquellas que Él dispone para el bien de todos los que lo aman y lo adoran “en espíritu y en verdad”. María Santísima fortalecerá nuestra fe de tal manera, que aunque soplen los vientos huracanados de las acechanzas del Maligno y aunque se precipiten las torrenciales lluvias de las tribulaciones y crezcan los ríos de las tentaciones mundanas, nuestros edificios espirituales, es decir, nuestras almas y corazones, firmemente anclados en la Roca que es Cristo Jesús, no solo no se tambalearán, sino que permanecerán en la calma, la paz y la serena alegría que sólo el Espíritu de Dios, comunicado por el Corazón de Jesús en la Eucaristía, puede otorgar. María fortalecerá nuestra fe en la Presencia real de Nuestro Señor Jesucristo, y lo hará de tal manera, que aunque nuestro edificio espiritual sea azotado por el viento de las tentaciones, de las tribulaciones y de las acechanzas del Enemigo de las almas, al estar edificado sobre la Roca que es Jesucristo, no sólo permanecerá incólume y sin una fisura, sino que será de refugio para muchos de nuestros hermanos, que no supieron, no pudieron o no quisieron edificar sobre la Roca que es Cristo. Además, la Virgen hará que nuestra fe sea tan fuerte, que sea capaza de demostrar su fortaleza y vitalidad por medio de las obras de caridad: “Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te mostraré mi fe”.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Al consagrarnos a su Inmaculado Corazón, María Santísima fortalecerá nuestra esperanza, que no radica en ningún bien de este mundo terreno y pasajero, sino en la vida eterna en el Reino de los cielos, vida eterna que nos es comunicada a nosotros, que vivimos en este “valle de lágrimas”, en medio de “tinieblas y sombras de muerte”, por la Eucaristía que recibimos en cada comunión, porque la Eucaristía nos infunde la vida misma del Hombre-Dios Jesucristo, que alimenta así nuestra esperanza en llegar al Reino de Dios. La Virgen nos ayudará a que cultivemos esta esperanza con la oración, la cual penetrará en lo más profundo de nuestras almas, insuflando la vida del Corazón de Jesús, así como la savia penetra en lo más profundo de la raíz, dándole vida e impidiendo que se marchite. Es la esperanza en la vida eterna en el Reino de Dios, contemplando en la feliz eternidad a Dios Trino y al Cordero, junto a los ángeles y santos, lo que nos permite superar las dolorosas tribulaciones a la que esta vida terrena está sometida, y es lo que nos permite ver más allá del horizonte de nuestra existencia, al elevar la vista del alma en el destino de bienaventuranza que nos espera si somos fieles a la gracia y a los mandatos del Señor Jesús.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por la consagración a su Inmaculado Corazón, la Virgen fortalecerá y hará crecer en nosotros la caridad, virtud por la cual, como hijos de la Iglesia, no brindamos a nuestros prójimos una mera fraternidad humana, ni como Iglesia nos comportamos como organizaciones de justicia social, sino que buscamos comunicar el Amor Misericordioso derramado en nuestras almas por la Sagrada Comunión, Amor que late con la fuerza del Divino Amor en el Corazón Eucarístico de Jesús y que debe ser dado a nuestros hermanos, sobre todo los que más sufren. En cada comunión eucarística, recibimos al Sagrado Corazón de Jesús, que arde en el Fuego del Divino Amor, que nos comunica de ese Amor al tomar contacto con un corazón dispuesto, así como el fuego se propaga por medio de las llamas, al tomar contacto con el leño o la hierba seca. Al consagrarnos a su Inmaculado Corazón, la Virgen nos ayudará a desprendernos de aquello que nos ata a esta tierra y nos impide elevarnos al cielo, los bienes terrenos, el oro, el dinero, la plata, pero al mismo tiempo, nos hará desear –con la avidez de un avaro- los verdaderos bienes, los bienes celestiales, y nos hará acumular, no tesoros terrenos, sino “tesoros en el cielo”, tesoros formados por las obras de misericordia corporales y espirituales. Así, la Virgen, al cortar los lazos que aprisionan nuestras almas y la encadenan a la tierra, que son los bienes materiales, y al hacernos desear el Reino de los cielos, hará que nuestros tesoros estén en el cielo y así también nuestros corazones, aun cuando todavía estemos en la tierra, estarán anticipadamente en el cielo, según las palabras de Jesús: “Donde esté tu tesoro, ahí estará tu corazón”.
Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.





[1] Las siguientes meditaciones están adaptadas de Agustín del Divino Corazón, Consagración a mi Inmaculado Corazón, Tomo I, Editorial Fiat Voluntas Tuas, 25ss.

domingo, 14 de agosto de 2016

Hora Santa en reparación por los ultrajes contra la Eucaristía a ser cometidos en la misa negra satánica programada para el día de la Asunción de la Virgen en Oklahoma, EE. UU.


          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la misa negra programada para el 15 de Agosto, día de la Asunción de María Santísima en la ciudad de Oklahoma, EE.UU. en ese día, una secta satánica planea burlarse sacrílegamente de la Eucaristía, de la Santa Misa y de María Santísima, Virgen y Madre de Dios. Nos sumamos al pedido del Arzobispo Mons. Paul Coakley, quien ha pedido reiteradamente que se suspenda dicho acto blasfemo y sacrílego. Acerca de la misa negra, el Arzobispo de Oklahoma ha dicho lo siguiente: “Es un grave sacrilegio y una blasfemia (…) Obviamente horrendo y ofensivo bajo todo punto de vista”. Las informaciones respectivas acerca de este horrible sacrilegio que intenta ser perpetrado por parte de sectas satánicas, se pueden encontrar en las siguientes direcciones electrónicas:http://www.citizengo.org/es/pr/36180-paremos-misma-negra-oklahoma;http://www.hispanidad.com/eeuu-miles-de-apoyos-para-detener-una-misa-negra-en-oklahoma.html

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).


Meditación. 

Nuestro Señor Jesucristo, Dios eterno por los siglos, engendrado y no creado en el seno del Padre desde la eternidad, siendo igual al Padre en naturaleza, majestad, gloria y poder, se encarnó en el seno virgen de María Santísima en el tiempo, en el Portal de Belén, Casa de Pan, para donarse como Pan de Vida eterna. Ese mismo Dios Hijo, que en cuanto Dios es la Vida Increada en sí misma y fuente de toda vida, y es la Gracia Increada en sí misma y fuente de toda gracia, se encarnó en el seno purísimo de la Virgen y Madre de Dios, María Santísima, para manifestarse y donarse al mundo como Pan Vivo bajado del cielo, y ese mismo Niño Dios, que manifestó su gloria en la Epifanía ante los Reyes Magos venidos de Oriente, que subió a la cruz y entregó su Cuerpo y derramó su Sangre para nuestra salvación, continúa donándose, como Fuente de Vida eterna y como Fuente de gracia, a las almas que lo reciben con fe y con amor, en el Pan Eucarístico, el verdadero Maná bajado del cielo, el Pan de Vida eterna, que comunica la vida misma del ser trinitario a los hombres de buena voluntad. ¡Jesús, Dios de la Eucaristía, yo creo en tu Presencia Eucarística, Espero en tu Presencia Eucarística, te adoro en tu Presencia Eucarística, te amo en tu Presencia Eucarística, y te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman en la Eucaristía!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En el desierto, el Pueblo Elegido, en su marcha hacia la Tierra Prometida, Jerusalén, se alimentó del maná llovido del cielo y sació su sed con el agua cristalina que brotó de la roca golpeada por la vara de Moisés; en el desierto de la vida, el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, en su marcha hacia la Jerusalén celestial, la Ciudad del Cordero, se alimenta del verdadero Maná llovido del cielo, el Maná que da el Padre celestial, la Eucaristía, y sacia su sed de paz y amor con la gracia santificante, que brota de la Roca que es Cristo, al ser su Corazón traspasado por la lanza del soldado romano. En el desierto, los miembros del Pueblo Elegido añoraban “las cebollas y la carne de Egipto”, que son los manjares terrenos y la atracción de la concupiscencia propia del hombre viejo, mientras que los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, alimentándose del manjar de los cielos, el Pan de Vida eterna, el Cuerpo de Jesús resucitado, desprecian los manjares terrenos y rechazan la concupiscencia, porque el que se alimenta de la Vida nueva que concede el Pan Eucarístico, el Cuerpo glorioso y resucitado del Señor Jesús, nada desea y nada tiene en común con el hombre viejo y el mundo y sus falsos atractivos. ¡Jesús, Dios de la Eucaristía, yo creo en tu Presencia Eucarística, Espero en tu Presencia Eucarística, te adoro en tu Presencia Eucarística, te amo en tu Presencia Eucarística, y te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman en la Eucaristía!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Los hebreos fueron preservados del paso del ángel exterminador por medio de la sangre del cordero, colocada en los dinteles de las puertas y los umbrales de las casas. De esa manera, el ángel exterminador, al ver la sangre del cordero, no hacía descender sobre el Pueblo Elegido la ira de Dios y los preparaba así para el éxodo que habría de comenzar y portarlos, luego de la travesía por el desierto, a la Jerusalén terrena, la Tierra Prometida. Los miembros del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, son librados del Juicio de Dios y protegidos de su ira cuando, estando en gracia, el ángel exterminador ve en sus labios y sus corazones la Sangre roja, rutilante, Preciosísima, del Cordero de Dios, y pasa de largo, recibiendo así los cristianos la Divina Misericordia y no su Divina Justicia, y es con esta Sangre, que además ahuyenta a los ángeles caídos, con la que los cristianos, bebiéndola del Cáliz de salvación y del Costado traspasado del Redentor, son fortalecidos para atravesar el desierto de la vida, para alcanzar la Jerusalén celestial, el Reino de Dios. ¡Jesús, Dios de la Eucaristía, yo creo en tu Presencia Eucarística, Espero en tu Presencia Eucarística, te adoro en tu Presencia Eucarística, te amo en tu Presencia Eucarística, y te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman en la Eucaristía!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En la Última Cena, cuando Jesús pronuncia las palabras de la consagración sobre el pan y el vino “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo; tomad y bebed, esta es mi Sangre”, lo que hace es anticipar sacramental incruentamente el Santo Sacrificio de la Cruz, sacrificio que habría de dar cumplimiento a su vez al acto sacramental del Jueves Santo. Y ambos, Santo Sacrificio de la Cruz y Última Cena, es decir, el sacrificio cruento en la cruz y su anticipación sacramental en el Cenáculo, se hacen presentes en el memorial de la Santa Misa, pero no como mero recuerdo simbólico, sino como presencia viva del misterio de Cristo que, por la Cruz, anticipada en la Última Cena y actualizada en la Santa Misa, se entrega con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía. Así, Última Cena, Sacrificio de la Cruz y Sacrificio del Altar, forman una unidad indisoluble que conforman, en su conjunto, el misterio pascual del Hombre-Dios Jesucristo, el Cordero de Dios que con su muerte en cruz quita el pecado del mundo, nos dona la filiación divina, nos abre las puertas del cielo y, en el don de su Sagrado Corazón Eucarístico, nos une al Padre en el Amor de Dios, el Espíritu Santo. ¡Jesús, Dios de la Eucaristía, yo creo en tu Presencia Eucarística, Espero en tu Presencia Eucarística, te adoro en tu Presencia Eucarística, te amo en tu Presencia Eucarística, y te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman en la Eucaristía!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Para quien quiera aprender a amar y adorar a Jesús Eucaristía, todo lo que tiene que hacer es contemplar a la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía. Con su “Sí” al Anuncio del Ángel, la Virgen adoró a su Hijo, la Verdad y la Sabiduría de Dios, con su mente sapientísima, libre de todo error, de toda herejía, de todo cisma y de toda falsedad acerca del Verbo de Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios; con su “Sí” a la Voluntad de Dios, comunicada por al Ángel, por el cual le comunicaba que Ella habría de ser la Madre de Dios, la Virgen amó y adoró a su Hijo, la Palabra de Dios, en su Inmaculado Corazón, inhabitado por el Espíritu Santo, el Amor de Dios, con su “Sí” al plan salvífico de Dios, que establecía la Encarnación del Verbo para que fuera visible a los ojos de los hombres y tuviera un Cuerpo para ofrendarlo en el altar de la cruz y en la cruz del altar, la Virgen adoró, con su cuerpo purísimo, a Dios Hijo que se encarnaba en su seno virginal, y así la Virgen se convirtió en Nuestra Señora de la Eucaristía, porque en Ella la Divinidad del Verbo se recubrió con un Cuerpo, recibió su sangre materna para nutrirse, y le fue creada e insuflada su Alma santísima en el momento de la Encarnación. Quien desee aprender a adorar y amar a Jesús Eucaristía, que contemple a Nuestra Señora de la Eucaristía, que alojó en su Mente sapientísima, en su Corazón Inmaculado y en su Cuerpo Purísimo, a la Palabra de Dios hecha carne, a Jesús, el Hijo de Dios, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, la Eucaristía. ¡Jesús, Dios de la Eucaristía, yo creo en tu Presencia Eucarística, Espero en tu Presencia Eucarística, te adoro en tu Presencia Eucarística, te amo en tu Presencia Eucarística, y te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman en la Eucaristía!

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.


jueves, 11 de agosto de 2016

Hora Santa en reparación por la misa negra satánica programada para el 15 de Agosto de 2016 en Oklahoma, EE.UU.


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la misa negra programada para el 15 de Agosto, día de la Asunción de María Santísima en la ciudad de Oklahoma, EE.UU. Nos sumamos al pedido del Arzobispo Mons. Paul Coakley, quien ha pedido reiteradamente que se suspenda dicho acto blasfemo y sacrílego. Acerca de la misa negra, el Arzobispo de Oklahoma ha dicho lo siguiente: “Es un grave sacrilegio y una blasfemia (…) Obviamente horrendo y ofensivo bajo todo punto de vista”. Las informaciones respectivas acerca de este horrible sacrilegio que intenta ser perpetrado por parte de sectas satánicas, se pueden encontrar en las siguientes direcciones electrónicas: http://www.citizengo.org/es/pr/36180-paremos-misma-negra-oklahoma; http://www.hispanidad.com/eeuu-miles-de-apoyos-para-detener-una-misa-negra-en-oklahoma.html

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación. 

La Misa es principalmente un Sacrificio, el mismo, único, idéntico e irrepetible Sacrificio de la Cruz que, ofrecido en el altar bajo las especies del pan y del vino, consagradas por separado por el sacerdote ministerial, expresa la naturaleza eminentemente religiosa de la Iglesia, instituida por Cristo para aplicar a las almas los méritos de su Pasión[1]. Y aunque Jesucristo, el único y verdadero Sacerdote oferente y exclusiva Víctima ofrecida, está actualmente glorioso y resucitado, la Misa no es un ágape celebrado en memoria de la Resurrección. El signo de la liturgia eucarística responde, en su contenido, a la realidad atemporal de una Muerte –la de Cristo en el Calvario, el Viernes Santo- que trasciende todo dato empírico. Es verdad que la Misa es banquete –es el Padre quien sirve para nosotros, sus hijos pródigos, un banquete celestial, esto es, la Carne del Cordero de Dios, el Pan Vivo bajado del cielo y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna-, pero es un banquete en tanto y en cuanto ya sea el ministro como los fieles, se nutren de la Víctima sacrificada, el Cordero de Dios, lo cual supone como realidad principal del misterio eucarístico la inmolación de la Víctima, Cristo Jesús, el Cordero de Dios “como degollado”, y esa es la razón por la cual la Misa es, según la fe, Sacramento del Sacrificio y no de la Resurrección. La liturgia eucarística es una liturgia sacrificial, y por lo mismo, se llama “sacrificio eucarístico”, instituido por el mismo Señor Jesús en la Última Cena[2].

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         En la Santa Misa es Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, el sacerdote principal, independientemente del ministro que celebra el rito y, aun cuando lo celebre todos los días, el sacerdote ministerial multiplica el rito litúrgico –es decir, el sacramento-, pero no el Sacrificio de la Cruz, que permanece siempre único, perfecto, irrepetible. En el altar, dice San Ambrosio, está siempre Cristo que se ofrece en sacrificio, aunque es visible solo a través del ministro –el sacerdote ministerial- que lo representa y que habla en su misma persona, en su nombre. Al comentar las palabras de San Pablo: “Cada vez que comáis de este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él vuelva” (1 Cor 11, 26), los Padres de la Iglesia reconocen, de modo principal y directamente, no la celebración del Cristo resucitado, asunto en la gloria del Padre, sino el Sacrificio del Cristo agonizante, inmerso en la ignominia de la Cruz; reconocen, no un banquete que celebra las relaciones humanas de amor fraterno, sino ante todo un supremo acto de culto en la reparación debida a Dios Uno y Trino, ofendido por los pecados de los hombres. En la Santa Misa, por lo tanto, al ofrecer el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, la Eucaristía, en acto de adoración y reparación, se cumple la oración del Ángel de Portugal a los Pastorcitos de Fátima: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”. Por la Santa Misa Jesús, Sacerdote, Altar y Víctima, se ofrece en la Eucaristía así como se ofrece en el Calvario, para adorar a Dios Trino y para reparar por los “ultrajes, sacrilegios e indiferencias”, con los cuales los hombres ofenden continuamente la infinita majestad divina.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Iglesia, como Esposa Mística del Cordero, está a los pies de la Santa Cruz en el Calvario, adorando a su Esposo y Señor que da la vida y derrama su Sangre por Ella; la misma Iglesia, en la persona de los bautizados, está a los pies del altar eucarístico, adorando a su Señor Jesucristo, que ofrece, como Sumo y Eterno Sacerdote, su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad, entregados en el Sumo Sacrificio del Altar, sacrificio que toma toda su divina virtud del Santo Sacrificio del Calvario, para la salvación y redención de los hijos de la Iglesia, los bautizados en la Iglesia Católica. Por el ministerio de la Iglesia, por medio del sacerdote ministerial, Cristo Jesús es Sacerdote y Sacrificio bajo las especies del pan y del vino. Jesús instituyó, en la Última Cena, el sacerdocio ministerial y, en la Eucaristía, el rito destinado a re-presentar en el tiempo y en el espacio, en los siglos venideros y hasta el fin de los tiempos, el único y perfecto Sacrificio de la Cruz bajo las especies sacramentales del pan y del vino, transubstanciados en su Cuerpo y en su Sangre, instaurando así el culto de la Alianza Nueva y Eterna.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         En la Santa Misa, Santo Sacrificio del Altar, es Jesucristo el Único Sacerdote que se inmola, sin que haya ningún otro sacerdote, ninguna otra víctima ofrecida y ninguna otra acción oblativa. Las únicas diferencias entre el Sacrificio de la Cruz y el del altar consisten en la mediación del ministro visible y en el hecho de que el dramatismo y el aspecto sensible de la inmolación del Calvario está substituido por el símbolo que representa la separación violenta de la Sangre del Cuerpo de la Víctima en la consagración por separado del pan y del vino. En otras palabras, las diferencias entre el Santo Sacrificio de la Cruz y el Santo Sacrificio del Altar consisten en que, en el primero, el Sacerdote Único, Supremo y Eterno, Cristo Jesús, se ofrece como Víctima en el altar de la cruz, sufriendo la efusión de Sangre de su Cuerpo malherido, consumando así su sacrificio y oblación, mientras que en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, el sacerdote ministerial representa, visiblemente, a Jesús Sacerdote, y en vez de percibirse visiblemente la separación del Cuerpo y de la Sangre de Jesús, lo que indica sacrificio, este se significa por la consagración separada del pan y del vino, que serán su Cuerpo y Sangre respectivamente, separados en el altar por la consagración, porque están separados primero en el Calvario por la crucifixión.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El Santo Sacrificio de la Cruz y el Santo Sacrificio del Altar son numéricamente uno, es decir, no son dos sacrificios distintos, sino uno solo y el mismo, y siendo así, el sacrificio del altar no agrega ni sustrae nada al de la cruz, limitándose a aplicar los méritos infinitos del Sacrificio del Calvario para vivos y muertos, revelando así su eficacia infinita. El Sacrificio del Altar obtiene toda su virtud del Sacrificio de la Cruz, y el Sacrificio de la Cruz despliega todo su poder salvífico a través del Sacrificio del Altar. La Santa Misa, Santo Sacrificio del Altar, al actualizar y representar el único y mismo Santo Sacrificio del Calvario, lo que hace es hacer presente el Sacrificio en cruz del Viernes Santo, a todos los hombres de todo tiempo y lugar, además de aplicarse sus méritos salvíficos a los difuntos, las Benditas Almas del Purgatorio. Es por esto que la Misa no es una mera conmemoración del Sacrificio de la Cruz, como si se limitara a una sola rememoración en el orden simbólico y psicológico, pero sin hacer presente, por el misterio de la liturgia, al Sacrificio del Calvario: se trata de una verdadera presencia, por la liturgia eucarística y por la acción del Espíritu Santo, del Sacrificio del Viernes Santo, que proporciona al Sacrificio del Altar toda su virtud divina y todo su poder salvífico y hace posible que sea aplicado a vivos y difuntos. Nada de esto sería posible, si la Santa Misa fuera sólo una conmemoración psicológica, en el orden de la simple memoria humana, pero que no hace presente, como sí lo hace, al Misterio de la Redención sacrificial del Cordero.

         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. Enrico Zoffoli, Questa è la Messa, non altro!, Edizioni Segno, Udine 1994, 39.
[2] Cfr. San Gregorio Niceno, Or. in Christi resurrect., I, PG 46, 611.

viernes, 5 de agosto de 2016

Hora Santa en honor a los Sagrados Corazones de Jesús y María


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en honor de los Sagrados Corazones de Jesús y María.

         Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación. 

Sagrado Corazón de Jesús, antes de entrar en agonía en el Huerto de Getsemaní, Tú pediste a tus amigos y discípulos que te acompañaran en la oración, en esa oración en la que pedías al Padre que no se hiciera tu voluntad, sino la suya, que era que Tú murieras en la Cruz por nuestra salvación. Y tus amigos y discípulos, a quienes habías privilegiado con tu amor de amistad y por quienes estabas entregando tu vida, en vez de permanecer vigilantes en la oración, llevados por el desamor hacia Ti, por la frialdad y la indiferencia, cayeron en un profundo sueño, dejándote solo y abandonado a tu merced. Y mientras tus amigos dormían y te dejaban solo, rechazando tu amor, tus enemigos, oh Sagrado Corazón de Jesús, movidos por el odio satánico hacia tu Persona divina, oh Hijo de Dios, que eres la Divina Misericordia encarnada, se mostraban despiertos y activos, buscando, por todos los medios posibles, encarcelarte para darte muerte. Al mismo tiempo que tus discípulos y amigos, rechazando el Amor de Dios, te dejaban solo y desprotegido, tus enemigos en cambio, movidos por el odio satánico hacia Ti, se dirigían veloces hacia el Huerto de los Olivos, para apresarte y dar así inicio a tu dolorosa Pasión. Oh Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, hoy también se repite la misma escena evangélica, porque mientras Tú estás en el sagrario, llamando y pidiendo a tus amigos, que somos nosotros, para que te hagamos compañía y elevemos oraciones de adoración y reparación, nosotros, como los discípulos en el Huerto, nos dejamos también llevar, muchas veces, por el desamor, la frialdad y la indiferencia hacia Ti, y de igual modo a como sucedió en el Huerto, tus enemigos se muestran activos y frenéticos en su tarea de quitar tu Nombre de las mentes y los corazones. ¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, despierta nuestro letargo, concédenos el Amor de tu Corazón, que nos incendie en el Fuego del Divino Amor y así vengamos a hacerte compañía por la adoración eucarística!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Inmaculado Corazón de María, en el que mora el Amor de Dios, el Espíritu Santo; Tú eres el modelo de adoración eucarística, porque tú alojaste en tu seno virginal al Verbo Eterno del Padre, encarnado para nuestra salvación. Desde el primer instante de la Encarnación, tú, oh María Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía, adoraste al Verbo de Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios. Tú, Virgen de la Eucaristía, te convertiste en el Primer Sagrario y Sagrario Viviente, albergando el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Tu seno materno, oh María Santísima, fue el lugar que sirvió, en la tierra, de sustituto del seno de Dios Padre, en donde el Verbo de Dios inhabitaba desde la eternidad; en tu seno virginal, María Santísima, Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, encontró el mismo Amor con el que era amado por el Padre desde siglos sin fin, el Espíritu Santo, y por este motivo el Hijo de Dios, al encarnarse y venir a este “valle de lágrimas”, no encontró diferencia alguna entre el Amor recibido en el seno del Eterno Padre y el Amor recibido en tu seno virginal, oh Santa Madre de Dios. Tú eres nuestro modelo perfectísimo de adoración eucarística, Nuestra Señora de la Eucaristía, porque tú adoraste al Verbo de Dios, desde el primer instante de la Encarnación, cuando era una célula unida a su Alma y su Alma unida a su Divinidad; tú lo adoraste mientras lo revestías, con tu misma substancia materna, y tejías un cuerpo con tu sangre y tu carne, para darle al Dios Invisible y Espíritu Puro, un Cuerpo mediante el cual fuera visible por nosotros y que pudiera ser ofrecido como Hostia Viva, Santa y Pura, sobre el Altar de la Cruz y sobre la Cruz del Altar; tú adoraste a tu Hijo, Dios encarnado, que habitaba en tu seno virginal con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, convirtiéndote en Custodia viviente y dándonos ejemplo de cómo debemos adorar el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. ¡Oh Santa Madre de Dios, Nuestra Señora de la Eucaristía, danos la gracia de amar a tu Hijo Jesús, en el Santísimo Sacramento del Altar, con el mismo Amor con el que lo amabas en tu seno virginal!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Sagrado Corazón de Jesús, cuyo único deseo es donarte todo, sin medida, a cada hombre, para que cada hombre conozca y se deleite en el gozo del Amor de Dios; Sagrado Corazón de Jesús, en Quien inhabita el Divino Amor, el Espíritu Santo, como Llamas de Fuego y como Fuego de Amor celestial, Tú quieres encender los corazones de los hombres con este Fuego y cuanto antes lo quieres ver ardiendo, como dijiste en el Evangelio: “He venido a traer Fuego sobre la tierra, ¡y cómo quisiera ya verlo ardiendo!” (Lc 12, 49). Este fuego que quieres ver ardiendo y que Tú has traído desde el cielo eterno en el que vives, es el Fuego que arde en tu Corazón, es el Fuego que es transportado en tu Sangre, es el Fuego que se derrama sobre las almas cuando sobre las almas cae tu Preciosísima Sangre, es el Fuego que se bebe en el Cáliz del altar, es el Fuego que se oculta en el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, tu Sangre derramada en la Cruz, es el Fuego que incendia a las almas en el Amor de Dios, es el Fuego que se transmite por la Sagrada Comunión, es el Fuego que convierte los corazones humanos, secos como un leño, en brasas ardientes que resplandecen con la luz del Divino Amor. ¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, que tu Sangre Preciosísima caiga sobre nuestras almas y que nuestros corazones sean como la hierba reseca, para que al contacto con tu Sangre, se enciendan en el Amor de Dios y, como teas ardientes, iluminen con tu divino resplandor al “mundo que yace en tinieblas y sombras de muerte” (cfr. Lc 1, 79)!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Inmaculado Corazón de María, que lates en el Amor de Dios, Dios te salve, eres la Morada predilecta del Dios Altísimo, la Flor celestial que embriaga con su perfume a la Trinidad; Dios te salve, Madre siempre Virgen, tu Corazón es un nido de luz y de amor, en donde mora la Palabra de Dios y en donde la Palabra de Dios eternamente pronunciada, Jesucristo, resplandece con su luz y su gracia en todo su divino esplendor; Inmaculado Corazón de María, tú eres el modelo perfecto para quien escucha la Palabra de Dios y desea cumplir la Divina Voluntad: con tu “Sí” al Anuncio del Ángel, nos diste ejemplo de cómo recibir al Verbo de Dios, Encarnado por nuestra salvación: lo recibiste en tu Mente Purísima, iluminada por la luz de la Divina Sabiduría, y así nos das ejemplo para recibir la Palabra de Dios encarnada, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, con una mente y una fe libres de toda mancha de error, de duda, ante la Verdad de su Presencia real en la Eucaristía; lo recibiste en tu Corazón Inmaculado, inhabitado por el Purísimo Amor de Dios, el Espíritu Santo, y así nos das ejemplo de cómo comulgar por Amor a Dios, con el Amor de Dios y en el Amor de Dios, rechazando todo amor profano y mundano; lo recibiste en tu seno virginal, adorando al Hijo de Dios encarnado también con tu cuerpo castísimo y purísimo, convertido en templo del Espíritu Santo, y así nos das ejemplo de cómo comulgar, con pureza de cuerpo, en castidad y en gracia. de esta manera, Nuestra Señora de la Eucaristía, con tu “Sí”, al Ángel, que te anunciaba la Encarnación del Hijo de Dios, recibiendo a Dios Hijo en tu Mente Sapientísima, en tu Corazón Inmaculado y en tu Cuerpo castísimo, nos das ejemplo de cómo comulgar, que significa recibir triplemente a Jesús Eucaristía: en la mente, con una fe firme en su Presencia real eucarística, sin contaminaciones con errores, dudas o herejías; en el corazón, con un amor puro hacia Dios e indiviso, sin amar nada profano, mundano o pecaminoso; en la boca, es decir, el cuerpo, recibiendo el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía en estado de gracia y en castidad. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que en la Comunión Eucarística te imitemos para que, al igual que tú, que recibiste a tu Hijo en la mente, en el corazón y en el cuerpo, con un Amor Purísimo, también nosotros seamos capaces de comulgar, amando a Jesús y sólo a Jesús en la Eucaristía!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Sagrados Corazones de Jesús y María, os suplicamos por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos y la de todo el mundo, y especialmente os suplicamos por la conversión de los pecadores más empedernidos, aquellas almas que más alejadas están del Amor de Dios, aquellos hermanos nuestros que viven en las tinieblas del error y del pecado, en las sombras de la muerte espiritual, porque cierran sus almas y sus corazones a la gracia santificante; os imploramos, Sagrados Corazones de Jesús y María, que aceptéis el humilde obsequio del amor de nuestros pobres corazones y os pedimos la salvación de todas las almas. Sagrados Corazones de Jesús y María, haced que vuestros latidos sean la vida de nuestros corazones. ¡Jesús, María, os amo, salvad las almas!

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.