sábado, 4 de febrero de 2017

Hora Santa en reparación por ultraje a imagen de Nuestra Señora de Belén en España


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la profanación de la imagen de la Virgen María Santísima de Belén Coronada, patrona de la localidad de Córdoba, España, cuya corona fue robada, además de sufrir la imagen la ruptura de un dedo y también un brazo a la talla del Niño Jesús. La información pertinente del lamentable suceso se encuentra en los siguientes enlaces: https://twitter.com/gjbelenmontilla/status/823551668272893953/photo/1?ref_src=twsrc%5Etfw ; https://www.aciprensa.com/noticias/roban-y-profanan-imagenes-de-la-virgen-y-el-nino-en-ermita-de-cordoba-81679/ ; http://www.actuall.com/laicismo/mutilan-las-imagenes-la-virgen-belen-del-nino-jesus-palma-del-rio

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

El Hijo de Dios, el Verbo Eterno del Padre, el Verbo que “era Dios y estaba junto a Dios” (cfr. Jn 1, 1), se encarnó y se hizo hombre en el seno virgen de María, la Nueva Eva, para finalizar y reparar la desobediencia de la primera Eva: esta, siendo virgen, prestando oído al silbido de la Serpiente Antigua, concibió en su corazón la palabra de la Serpiente y, engendrando el pecado, dio a luz a la rebelión y a la muerte[1]; la Nueva Eva, la Siempre Virgen María, luego de recibir el Anuncio del Ángel, concibió por obra del Espíritu Santo a la Palabra de Dios que, de esta manera, se encarnó en su seno, siendo luego esta Palabra dada a luz, revestida de carne y manifestándose al mundo como Niño recién nacido, para iluminar a los que vivían en “tinieblas y en sombras de muerte” (cfr. Lc 1, 68) y para concederles, junto con su luz, su Vida, su Amor, su Paz y su Alegría divina. Y si la Serpiente triunfó al seducir a la primera Eva, esta misma Serpiente fue derrotada por la Nueva Eva, la Virgen María, quien aplastó su orgullosa cabeza por medio de la obediencia y humildad de su Inmaculado Corazón, porque Dios da el triunfo no a los soberbios y orgullos, sino a quienes participan de las mismas virtudes del Sagrado Corazón, la primera entre todas, María Santísima. Mientras la primera Eva, al prestar oídos a la Serpiente y su palabra de odio a Dios, engendró el pecado, la rebelión y la muerte, la segunda Eva, María Santísima, al abrir su Corazón Purísimo al Anuncio de la Encarnación de la Palabra de Dios en su seno virginal, la concibió, la nutrió con su substancia materna, le tejió un cuerpo de carne humana para hacerla visible y la dio a luz, engendrando así al Verbo de Vida eterna humanado que, al ofrecer su Cuerpo Purísimo en la Cruz y al derramar su Sangre Preciosísima en el Calvario, concede a las almas la gracia santificante y con la gracia, su vida divina y con ella todas sus virtudes, la primera, la obediente y humilde sumisión amorosa a la amabilísima Voluntad de Dios Trino, que quiere que todos, todos los hombres, sin excepción alguna, nos salvemos y vivamos en el Reino eterno de los cielos, para siempre, en la feliz contemplación de la esencia y el Ser trinitario divino. Así como la primera Eva fue causa de muerte para el género humano, así la Segunda Eva, la Madre de Dios, fue causa de vida y de vida eterna, al engendrar y dar a luz a la Vida Increada en sí misma, el Nuevo Adán, el Hombre-Dios, Cristo Jesús.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Madre de Dios es la Siempre Virgen María: fue Virgen antes del parto, durante el parto y después del parto, y lo seguirá siendo por eternidades de eternidades. La Virgen no concibió por obra de varón alguno, sino por obra del Amor de Dios, el Espíritu Santo, porque fue el Espíritu Santo el que condujo al Verbo del Padre, desde el seno del eterno Padre, al seno de la Madre Virgen; fue el Amor de Dios el que llevó al Hijo de Dios, desde el cielo en el que vivía en la eternidad, en el seno del Padre, a ese cielo en la tierra y en el tiempo, que era el seno de la Virgen Madre, y lo hizo, para que el Hijo de Dios, que vivía en el Amor de Dios en el cielo, al encarnarse, no extrañara ese mismo Divino Amor, que inhabitaba en el cuerpo, en el alma y en el Inmaculado Corazón de María. Así fue la Concepción Inmaculada del Hijo de Dios en el tiempo: no hubo intervención alguna de ningún varón, sino que fue el Divino Amor el que condujo a la Persona del Verbo al seno de la Madre Virgen y, en concurso con el Padre y el Hijo, creó en el momento de la Concepción del Verbo en el seno de la Virgen, la naturaleza humana de Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios. Y así, el Verbo de Dios, al encarnarse, puesto que en el seno virginal de María inhabitaba el mismo Amor Divino con el cual el Hijo de Dios inhabitaba con el Padre desde la eternidad, al adquirir un cuerpo y un alma humanos en el vientre de María, no tuvo en falta el Amor de Dios, porque este Amor de Dios moraba en María. Es por esto que la Encarnación de la Palabra de Dios fue obra del Amor de Dios y no obra del amor humano, por casto y puro que este pudiera llegar a ser y por esta razón la Virgen fue Virgen antes, durante y después del parto, y lo seguirá siendo por eternidades de eternidades.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         San Juan Evangelista es representado por un águila, debido a las características místicas de su contemplación del Verbo de Dios, que supera a la de los demás Evangelistas: lo contempla junto al Padre y lo contempla luego, ya Encarnado. En efecto, así como el águila se eleva hasta las alturas inconmensurables y fija su vista en el sol, así el Evangelista Juan se eleva hasta las alturas inconmensurables de la contemplación del Verbo Eterno del Padre, describiéndolo como Dios igual al Padre, que vive con Él y es Dios desde la eternidad: “El Verbo era Dios, el Verbo estaba en Dios” (cfr. Jn 1, 1); pero así también como el águila, desde las alturas y gracias a su agudeza visual, es capaz de contemplar con todo detalle lo que está en la tierra, así también el Evangelista Juan, en su Prólogo, contempla a este Verbo que, desde las alturas del seno del Padre, ha descendido a la tierra y se ha encarnado en el seno de María Virgen: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y nosotros hemos contemplado su gloria”. Pero el Evangelista, si bien llevado por el Espíritu Santo e  iluminado por este, contempla al Verbo, tanto en las alturas inefables de su condición de Hijo en el seno del Padre, como ya en su condición de Verbo hecho carne, con todo, sólo lo contempla, y por esto es llamado el más grande teólogo, comparable al águila que se eleva hasta el sol y fija su vista en él, al mismo tiempo que puede ver, con toda claridad, a ese Verbo que ha descendido ya a la tierra y se ha encarnado: “Hemos visto su gloria”. Es decir, el Evangelista Juan es representado con el águila debido a la excelsa contemplación del Verbo, pero sólo lo contempla: hay Alguien, y es la Virgen, quien lo supera en su contemplación, en una medida mayor a la distancia que hay entre la tierra y el sol, porque la Virgen, además de contemplarlo, a este Verbo Eterno del Padre, lo lleva en sus entrañas virginales.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Entonces, si se dice del Evangelista Juan que es un teólogo místico, ¿qué podemos decir de la Siempre Virgen María, la Madre de Dios, la Virgen Inmaculada y Purísima, que no sólo lo contempla a este Verbo Eterno, sino que lo porta con Ella en su seno virginal? ¿Qué podemos decir de la Madre de Dios, que a ese mismo Verbo Eterno que es Dios y que está con el Padre, contemplado por San Juan, se encarna, por el Espíritu Santo, en sus entrañas purísimas, para darle al Verbo de Dios, Invisible en sí mismo, de sus nutrientes maternos, tejiéndole un cuerpo humano, para que el Hijo de Dios Invisible, al nacer de la Madre de Dios, sea visible y pueda ser contemplado y adorado por los hombres? El Evangelista Juan es como el águila que se remonta hasta las alturas, fijando su ojo sobrenatural en el Sol de justicia, Cristo Jesús, que está con el Padre desde la eternidad: “El Verbo era Dios (…) el Verbo estaba junto a Dios” y desde allí es testigo de la Encarnación del Verbo: “El Verbo se encarnó y habitó entre nosotros”, pero la que hace posible que el Verbo sea contemplado en su gloria, poseyendo ya su naturalezas humana, es la Virgen, porque es Ella la que le da al Verbo Invisible de su carne y de su sangre materna, de manera tal que el Hijo de Dios, alojado en su seno purísimo y revestido de la substancia materna, adquiere un cuerpo que puede ser adorado por los hombres y así cada hombre, al ver al Hijo de Dios, revestido con la substancia materna de la Virgen, pueda decir: “Hemos visto su gloria, gloria como de Hijo Unigénito”. Y ese Cuerpo Sacratísimo, dado por la Virgen Madre y tejido por Ella con su propia substancia materna en los nueve meses que duró su gestación, es el mismo Cuerpo que luego habría de entregar en la Cruz, en sacrificio para la expiación de nuestros pecados, y es el mismo Cuerpo que continúa entregando en cada Eucaristía, para donarnos su Vida y su Amor divinos.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Si la Virgen Santísima engendró en su seno virginal al Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, para darlo al mundo en Belén como Pan de Vida eterna, esto lo hizo en cuanto Madre y Modelo de la Iglesia, para que la Iglesia, a su imagen y semejanza, también engendrara por el Espíritu Santo, en su seno inmaculado y puro, el altar eucarístico, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, donándolo a las almas como Pan de Vida eterna en cada Santa Misa. El mismo Don que hizo la Virgen al mundo en Belén, Casa de Pan, de dar a su Hijo Jesús como Pan Vivo bajado del cielo, ese mismo don lo continúa la Iglesia, Nuevo Belén, al dar al Hijo de Dios, Jesús, como Pan Vivo bajado del cielo, en la Eucaristía. Es por esto que, parafraseando a María Santísima en el Magnificat, como Iglesia le decimos: “El Señor hizo en ti, oh Virgen Santa y Pura, amabilísima Madre de Dios y Madre nuestra, grandes maravillas”.

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

        
          



[1] Cfr. San Justino, Diálogo con el judío Trifón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario