sábado, 8 de abril de 2017

Hora Santa en reparación por profanación eucarística en México el 020317


Profanan capilla San Gabriel en México / Foto: Facebook del P. Hugo Muñoz

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por la profanación eucarística ocurrida en una ciudad de México fronteriza con EE.UU. Según refieren los sitios de información, el párroco de San Lucas, Hugo Muñoz, ha expresado el hecho a través de su cuenta de Facebook, expresando su repudio por el hecho, además del pedido de conversión de quienes realizaron el lamentable sacrilegio: “La comunidad de San Gabriel Arcángel perteneciente a San Lucas fue víctima de los ladrones. Violaron el Sagrario y depositaron las hostias sobre el altar. Aparte se robaron el sonido y los micrófonos, un Cristo y el Copón. Les pido su oración y solidaridad con nuestra comunidad”. El sacerdote expresó su “indignación y profunda tristeza por la gravedad de los hechos”, y ha exhortado “a quienes cometieron este grave atropello a que se arrepientan sinceramente y cambien de vida; la misericordia y el perdón de Dios les espera”. El Obispo del lugar, Monseñor Torres Campo, recordó a su vez a los fieles que “la Eucaristía es un tesoro inestimable; no solo su celebración, sino también estar ante ella fuera de la Misa, nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia”. La información pertinente se puede encontrar en el siguiente enlace: http://www.actuall.com/laicismo/profanan-una-capilla-en-una-ciudad-de-mexico-fronteriza-con-eeuu/
Nos unimos entonces a los pedidos del sacerdote y el obispo, de rezar en reparación y desagravio y de pedir la conversión de los que cometieron el sacrilegio. Para tal fin, las meditaciones se centrarán en la Eucaristía.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
Al encarnarse en el seno virgen de María, el Hijo de Dios adquirió un Cuerpo como el nuestro, sometido a la muerte, pero siendo Él el Verbo de Dios y por lo tanto la Vida Eterna e Increada en sí misma, su Cuerpo estaba inmune a la corrupción, por lo que, a pesar de que verdaderamente murió en la Cruz, al permanecer la divinidad de la Persona Segunda unida al Cuerpo y al Alma, no sufrió la corrupción, de ninguna manera y, por la promesa de la resurrección que el Verbo Encarnado había hecho, cumplió su Palabra, como Dios Veraz que es Es, y resucitando al tercer día, inundó de luz divina su Cuerpo resucitado, y con esta luz santa iluminó el Santo Sepulcro, el Día Domingo y todos los domingos que se sucederán hasta el fin de los tiempos, y también iluminó nuestras almas de pecadores y pobres mortales, haciéndonos participar, por la gracia santificante, de su gloria, de su luz y de su inmunidad a la corrupción. Y esta inmunidad a la corrupción, la comunica el Verbo Encarnado a nuestros cuerpos por medio de la Eucaristía, en donde el Verbo bendito del Padre, encarnado una vez en el seno virgen de María por obra del Espíritu Santo, prolonga su encarnación, por obra del mismo Espíritu Santo, en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico, para donársenos como Pan de Vida eterna. Gracias al Verbo Eterno del Padre, encarnado en María Santísima en Belén, que prolonga su Encarnación en el Nuevo Belén, el Altar Eucarístico, la muerte ya no tiene ningún poder sobre los hombres, porque el Verbo, en la Cruz, con su Cuerpo sacratísimo ofrendado como Hostia Viva, Pura y Santa, no solo destruyó nuestra muerte para siempre, sino que nos concedió la Vida eterna, la vida misma que inhabita en su Cuerpo, vivo, glorioso y resucitado, Presente en la Eucaristía juntamente con su Sangre, Alma, Divinidad y el Amor de su Sagrado Corazón.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El Verbo de Dios, encarnado en María Santísima, adquirió un Cuerpo para ofrendarlo en la Cruz el Viernes Santo, sobre el Monte Calvario; Él mismo, sobre el Nuevo Monte Calvario, el Altar Eucarístico, obrando en Persona a través del sacerdote ministerial, ofrece a la Divina majestad la misma Víctima ofrecida en el altar de la Cruz, su Cuerpo Sacratísimo y su Sangre Preciosísima, en adoración a la Trinidad, en acción de gracias, en reparación y en expiación por nuestros pecados, y para obtenernos las gracias que necesitamos para nuestra eterna salvación. La única diferencia entre uno y otro ofrecimiento de la Víctima es el modo, ya que en el Calvario Jesús ofreció su Humanidad Santísima cruentamente, mientras que en el altar lo hace de modo incruento y sacramental, y tanto en uno como en otro altar, sea el de la cruz del Calvario o el de la cruz del Altar, el Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo derrama su Sangre, que  vierte en el cáliz, y entrega su Cuerpo, en la Eucaristía, para concedernos el perdón divino y comunicarnos su Vida divina y el Amor de su Sagrado Corazón.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Eucaristía es un prodigio de la omnipotencia divina que obra sobre el Altar Eucarístico de manera que las ofrendas del pan y del vino no se destruyen, como así tampoco se crea el Cuerpo de Cristo, en sí mismo real y glorioso. Lo que sucede es que, por el milagro de la Transubstanciación, producido por el Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo, que actúa en Persona a través del sacerdote ministerial, se convierte toda la substancia del pan y del vino –materia y forma- en toda la substancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo –materia y forma-. Este prodigio realizado por el Verbo de Dios Encarnado, Sumo y Eterno Sacerdote, sobre el altar eucarístico, por medio del sacerdote ministerial, es inmensamente más grande que la transformación substancial que se verifica en las combinaciones químicas, puesto que en estas, entre la substancia corrupta y la substancia generada, persiste la materia prima, mientras que en la Transubstanciación, la conversión implica también a la materia prima del pan y del vino, convirtiéndose así el todo de cada una de estas substancias en el todo de la substancia del Cuerpo y Sangre de Cristo. De este modo, en la Eucaristía, la Persona del Verbo no se une al pan, puesto que el pan no es más pan, ni tampoco está presente en el pan, con el pan o bajo el pan, ya que el pan no conserva más su propia naturaleza, al haberse verificado la transubstanciación. Por esta razón, para los católicos, la Presencia de Cristo en la Eucaristía no es simbólica, sino real, verdadera y substancial, y es lo que hace posible que el Verbo Encarnado, “hecho carne”, se ofrezca como alimento espiritual –todo Él mismo, en su Persona divina del Hijo de Dios-, bajo la apariencia de pan, como “Pan de Vida eterna”. Así, por la comunión eucarística, se cumplen las palabras de Cristo: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, porque la Eucaristía no es el pan material, que conserva su substancia, sino que es la Palabra Eternamente pronunciada por el Padre, el Logos o Verbo de Dios, consubstancial al Padre: en la Santa Misa, el hombre no se alimenta de pan material, sino del Pan de Vida eterna, que es la Palabra de Dios hecha carne, la Eucaristía.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario. 
Meditación.
El Verbo Eterno del Padre, que es la Palabra de Dios eternamente pronunciada, se nos da como alimento, por medio en la Eucaristía, constituyéndose así en el banquete de la Santa Misa. Sin embargo, es un banquete esencialmente distinto a todo banquete terreno, desde el momento en que el manjar que en este banquete se sirve, no se prepara en ningún lugar de la tierra, puesto que lo que se da en este manjar celestial es la substancia misma del Ser divino trinitario. Sobre el altar, y a diferencia del pan y vino de la tierra, que conservan su substancia, el Pan y el Vino consagrados han sido convertidos, por el poder del Espíritu Santo, en la substancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Mientras que en el banquete terreno el pan y el vino están destinados a solamente saciar el apetito corporal, en el Banquete celestial, la Santa Misa, el Pan de Vida eterna y la Sangre del Cordero de Dios, consumidos con fe y amor por el alma fiel, unen al alma con la Víctima sacrificada en el altar, el Cordero de Dios, Jesús, el Dios de la Eucaristía.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Cuando el Verbo se encarnó en María Santísima, tomó un Cuerpo y un Alma humanos, a los cuales unió a su Persona divina, la Persona del Hijo de Dios. Así, el seno virginal de María Santísima se convirtió en la Custodia Viviente que alojaba el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, convirtiéndose la Virgen en Nuestra Señora de la Eucaristía, prefiguración del Sacrosanto Altar Eucarístico, seno purísimo de la Santa Madre Iglesia, en el que, por el poder del Espíritu Santo, el pan y el vino se convierten, por el milagro de la Transubstanciación, en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Tanto en el seno de María Virgen, como en el seno de la Iglesia Santa, el Altar Eucarístico, se contiene, por obra del Espíritu Santo, el Cuerpo vivo de Cristo unido a su Alma humana, que lo informa como su principio vital, y toda la naturaleza humana, Cuerpo y Alma, están unidos  a la Persona del Verbo, a la que pertenecen por la unión hipostática. Y de la misma manera, por la circunmicessio –la especial relación de unidad en naturaleza y de armonía de las Tres Divinas Personas entre sí-, con el Verbo Encarnado están presentes las divinas Personas del Padre y del Espíritu Santo, siendo el Verbo inseparable de ellas, al ser todas y las Tres Divinas Personas el mismo y único Dios, Acto Puro de Ser Perfectísimo, indivisible y eterno.
Meditación final.
Por el misterio de la Transubstanciación, que es hecho posible por la Encarnación del Verbo, se hace Presente de manera real, verdadera y substancial, la Presencia de Cristo Dios en la Eucaristía, en su condición de Sacerdote y Víctima del Sacrificio Eucarístico. Este Sacrificio Eucarístico no es distinto del Sacrificio de la Cruz, siendo irrepetiblemente el mismo, que se hace evidente por el Sacramento, es decir, por la doble consagración del pan y del vino, que permite que los fieles se alimenten, no con pan y vino, sino con el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios, que son ofrecidos a los que aman a Dios bajo las especies sacramentales.
         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Junto a la Cruz de su Hijo”.





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