viernes, 14 de abril de 2017

Hora Santa en reparación por decapitación de la imagen de la Virgen de Lourdes en Higuera de la Sierra, España, el 030417


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por el ultraje sufrido por una imagen de Nuestra Señora de Lourdes en Higuera de la Sierra, España. La información correspondiente al aberrante hecho puede encontrarse en la siguiente dirección electrónica: www.eluniverso.com/noticias/2017/04/04/nota/6123110/decapitan-imagen-virgen-lourdes
         A modo de reparación, las meditaciones girarán en torno al misterio de María Santísima como Inmaculada Concepción[1]. Pedimos por la conversión de quienes perpetraron este lamentable sacrilegio, y también por nuestra conversión y la del mundo entero.

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

La Santísima Madre de Dios, Señora de Cielos y Tierra, fue al mismo tiempo Virgen y Madre: Virgen por especialísima disposición de la Santísima Trinidad, creada sin la mancha del pecado original como Inmaculada Concepción, Llena de gracia e inhabitada por el Espíritu Santo, porque debía ser la Madre del Dios siempre Vivo, del Dios Tres veces Santo, que habría de encarnarse para adquirir un Cuerpo y así ofrecerlo en el Ara santa de la Cruz. La Inmaculada Concepción, así concebida en gracia, Purísima, Castísima, más Hermosa que los cielos eternos, era la Única creatura con la dignidad y majestad celestial necesarias para ser la morada del Espíritu Santo, Templo de la Santísima Trinidad y Custodia Viviente más preciosa que el oro, capaz de alojar en su seno virginal el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hijo de Dios, Jesús de Nazareth, el Mesías, ante cuyo Nombre Santísimo toda rodilla habría de doblarse en los cielos, en la tierra y en el abismo. ¡Oh Virgen y Madre de Dios, María Santísima, que por la gracia nuestros corazones se conviertan, a imitación del tuyo, en otros tantos sagrarios en donde se custodie y adore a tu Hijo, Jesús Eucaristía!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         María Inmaculada, Flor Purísima, cuya fragancia celestial cautiva al propio Dios y embelesa a los ángeles, sobrepasa sin medida a los más puros ángeles del cielo, en pureza y santidad de alma y cuerpo, porque su cuerpo purísimo jamás fue mancillado por amores mundanos y su alma beatísima jamás se contaminó con las manchas de la herejía, de la ignorancia, del error, de la blasfemia, sino que, como un cristal purísimo, que atrapa en su interior la luz brillante del sol para luego irradiarla al exterior, así alojó en su seno a la Luz Eterna de Dios, el Hijo de Dios, Luz de Luz, que provenía de la Luz Increada y sin Principio, el Eterno Padre; la albergó en su seno purísimo por nueve meses; la recubrió de carne; la alimentó con su substancia materna, como hace toda madre con su hijo y, al final de los nueve meses, la Virgen y Madre de Dios, cual Diamante celestial, cual Roca cristalina y purísima, irradió sobre el mundo que “yacía en tinieblas y sombras de muerte” a la Luz Eterna, Cristo Jesús, en Belén, Casa de Pan, para que una vez ofrecido en el Altar Sacrosanto de la Cruz como Pan de Vida eterna, los hombres pudiéramos alimentarnos con su substancia divina, al unirnos con la Divina Víctima en la Sagrada Eucaristía, consumiendo con la Hostia no pan y agua, sino la substancia del Hijo de Dios encarnado, esto es, su Cuerpo, Sangre y Alma glorificados y su Divinidad Santísima. ¡Gracias te damos, oh Beatísima Trinidad, por habernos dado a una Madre tan amorosa como María, siempre Virgen, cuyo único anhelo para con nosotros, es alimentarnos con el Cuerpo Sacramentado de su Hijo, Jesús Resucitado!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Virgen Santísima es verdadera Madre de la verdadera Luz Increada, Cristo Jesús, que habiéndose encarnado en su seno purísimo, asumió un alma y un cuerpo humanos y los unió a su Persona divina, la Segunda de la Trinidad, para que Cristo, Dios Nuestro, Creador, Redentor y Santificador de nuestras almas, Glorioso Vencedor Invicto de la Serpiente Antigua, del Pecado y de la Muerte, se nos donara todo Él, sin reservas, con su Ser divino trinitario y con su Humanidad glorificada y resucitada, plena del Espíritu Santo, en cada Comunión Eucarística. Es por eso que nosotros, pobres pecadores, indignos de toda indignidad, llenos de pasiones, de pensamientos errantes y ciegos, cuando no malvados, inclinados por la concupiscencia, esclavizados por las pasiones y las inclinaciones impuras, le pedimos a nuestra amorosa Madre del cielo que anule en nosotros el imperio del pecado, que nos conceda la sabiduría divina, su misma sabiduría celestial, e interceda para que nuestras almas, libres del pecado e inhabitadas por la gracia, sean halladas dignas de glorificarla por encima de todos los ángeles y santos y de dar gracias a la Trinidad Santísima por habernos dado a María como a nuestra celestial, Purísima y Amantísima Madre nuestra.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

         Es en María Santísima, Virgen y Madre de Dios, Nuestra celestial Intercesora ante nuestro Dios Jesucristo, su Hijo, en quien todos los hombres ponemos nuestras esperanzas, nuestras dichas y alegrías, porque sin Cristo no hay paz verdadera y a Cristo se llega por María. María nos concede el fruto de sus entrañas virginales, el Rey de la Paz, Cristo Jesús, que viene a nuestras almas oculto en apariencia de pan, para concedernos su substancia divina, su vida divina y el Amor eterno de su Sagrado Corazón Eucarístico. Sólo Jesús, el Dios de la Paz, es capaz de darnos la verdadera y única paz que aquieta al corazón humano, la Paz de Dios, la paz que sobreviene al alma al serle quitado, por la Sangre de su sacrificio en cruz, aquello que nos enemista con Dios y que es el pecado, fuente de discordia, de desunión, de desamor y de desapego del alma con Dios y con sus hermanos. En Cristo Jesús, el Hijo de María, encuentra la Humanidad entera el verdadero y único reposo, la verdadera y única Alegría del alma, porque Cristo es Dios y Dios es Alegría infinita.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         María Santísima, Virgen Inmaculada, Llena de gracia e inhabitada por el Espíritu Santo, Sagrario Viviente más precioso que el oro, contiene en su seno virginal, a partir de su “Sí” al anuncio del Ángel, a la Eucaristía, esto es, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo que, aunque todavía no ha pasado por su misterio pascual de Muerte y Resurrección, es Él, en sí mismo, el Pan de Vida eterna, el Maná bajado del cielo, el Pan Vivo venido del cielo, que alimenta nuestras almas con la substancia misma de la divinidad. Por esto mismo, porque es el Portal desde el cual se derrama sobre el mundo la Luz Eterna, Cristo Jesús, la Virgen y Madre es la gloria de nuestra naturaleza, la Flor de los cielos, el Paraíso en el que Dios Trino se deleita, el Jardín cerrado en el que crece el Árbol de la Vida, Jesús de Nazareth, el Redentor; es la Mediadora ante el Mediador de los hombres, Cristo Jesús; es la Corredentora junto al Redentor; es la Sacerdotisa, que ofrece con amor, con fe y con piedad a Dios Padre al Hijo de sus entrañas, Cristo Jesús, que al mismo tiempo que Víctima, es también Sumo y Eterno Sacerdote. La Virgen es el Puente de oro que une al hombre con el Hombre-Dios y, en el Hombre-Dios, con el Padre y el Espíritu Santo; es la Puerta de acceso al Corazón de Jesús, Puerta de ingreso al seno del Eterno Padre; es la Llave que nos abre las puertas del Corazón de su Hijo, en donde arde el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo. ¡Virgen María, Madre del Amor Hermoso, Madre de la Divina Misericordia, apiádate de tus hijos pecadores, y haz que unidos a tu Hijo, seamos llevados por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, al seno del Eterno Padre!

         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.




[1] Meditaciones adaptadas de la Oración a la Santísima Madre de Dios, de San Efrén.

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