lunes, 30 de enero de 2017

Hora Santa en reparación por robo de la Eucaristía en Ferrara, Italia, en Enero de 2017


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por el robo sacrílego de un copón conteniendo Hostias consagradas. El horrible sacrilegio ocurrió el Domingo 22 de enero de 2017 en la localidad de Ferrara, Italia. La información acerca del lamentable hecho se puede encontrar en el siguiente enlace: http://blog.messainlatino.it/2017/01/ferrarahanno-rubato-il-signore-sante.html Por medio de esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, nos unimos a las Horas Santas y Santas Misas ofrecidas en reparación, por pedido del Sr. Obispo de la Diócesis de Ferrara, Monseñor Luigi Negri. Al mismo tiempo, pedimos por la conversión de quienes cometieron este horrendo sacrilegio, así como también la devolución intacta de todas y cada una de las Formas consagradas.

Oración inicial: "Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman" (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén".

Canto inicial: "Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.     
     
La Eucaristía es el Corazón de la Iglesia y así como el cuerpo del hombre no puede vivir sin el corazón, así tampoco la Iglesia porque, al igual que el hombre, que del corazón recibe la sangre que la da la vida, así la Iglesia, de la Eucaristía, recibe la Sangre del Cordero, que contiene la Vida eterna. La Eucaristía es para la Iglesia y para todo bautizado su razón de ser y de existir; es el fundamento y la Roca firme sobre la cual la Iglesia se edifica, y sin la Eucaristía, la Iglesia se desmoronaría como un edificio construido sobre arena. La Eucaristía da sentido al cristiano y a la Iglesia toda, y sin la Eucaristía, la Iglesia y todo bautizado carecerían de razón de ser y no subsistirían. La Eucaristía es el “Sacramento de la fe” de la Iglesia; es el Sacramento de los sacramentos; es el Sacramento sobre el que se funda nuestra fe católica, la fe que ilumina con la luz celestial del Cordero a las naciones que viven “en oscuridad y sombra de muerte” (cfr. Lc 1, 68). La Eucaristía es el “Don de dones”, la suprema muestra de amor de la Trinidad por la humanidad –Dios Padre envía a su Hijo, quien por el Espíritu Santo se encarna en María Virgen y prolonga su Encarnación en el seno virginal de la Iglesia, el altar eucarístico-, y este Don inefable del Divino Amor se transmite y comunica a los hombres por medio del sacerdocio ministerial, sacerdocio que obtiene el poder divino de transubstanciar el pan y el vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Redentor, al participar del divino poder del Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo. Sin la Eucaristía, que es Cristo Jesús en Persona, de nada le valdría al hombre el haber nacido y la Iglesia sería solo una congregación de hombres piadosos y no el Cuerpo Místico de Cristo.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Eucaristía es, para el católico, el “verdadero Maná bajado del cielo” (cfr. Jn 6, 44-51), enviado por el Padre para que, alimentado el hombre con la substancia divina, adquiera la fortaleza celestial que le permita atravesar el desierto de la vida y llegar a la Jerusalén celestial. El maná que recibió el Pueblo Elegido, en su marcha hacia la Jerusalén terrena, era solo una figura y una prefiguración del verdadero Maná, el Pan Vivo bajado del cielo, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, la Eucaristía. Así como en el desierto, en su peregrinación a la Tierra Prometida, el Pueblo Elegido, Yahvéh obra para ellos el milagro del maná del cielo y de las codornices, además del agua que brota de la roca luego de golpear Moisés su bastón: “(…) Entre las dos tardes comeréis carne y por la mañana os hartaréis de pan; y conoceréis que Yo soy Yahvéh, vuestro Dios” (cfr. Éx 16, 12), así también Jesús, en la Santa Misa, multiplica el Pan de Vida eterna y la carne del Cordero en el altar eucarístico, para que el alma se colme de esa agua límpida que es la gracia del Sagrado Corazón. El maná del Pueblo Elegido era de origen celestial, pero era sólo un alimento terreno, para un objetivo terreno, permitir la sobrevida del cuerpo en el tiempo, para poder así atravesar el desierto y llegar a la Jerusalén terrena. El Maná verdadero, la Eucaristía, es también un don celestial, venido del cielo, concedido al Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, por medio del más grande milagro de todos los grandes milagros de Dios, la transubstanciación, y si bien es un alimento que se obtiene en el tiempo y en la tierra, allí donde se encuentra un altar eucarístico, y si bien tiene la apariencia de un alimento –un pan- terreno, es sin embargo un alimento celestial, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, que alimenta el alma con la substancia misma de Dios Trino, para que el alma, viviendo en el tiempo y en la historia, tenga la fortaleza necesaria para atravesar el desierto de la vida y alcanzar, más allá del tiempo y del espacio, la Jerusalén celestial, la Ciudad Santa del cielo, cuya “Lámpara es el Cordero” (cfr. Ap 21, 23).

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Porque Aquel que en la Eucaristía se ofrece al Padre en el Amor del Espíritu Santo no es otro que el mismísimo Hijo de Dios en Persona[1], la Eucaristía es el único culto digno de la divina majestad trinitaria, en la que se contiene todo el deber de amor que el hombre tiene con Dios Trino: es la suprema acción de gracias, la adoración a la Trinidad, la expiación por los pecados de los hombres, y la petición de dones y favores que los hombres esperamos de la Bondad infinita de Dios. En la Eucaristía, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio del Calvario, el Hijo de Dios se inmola en el altar de la cruz, ofreciendo al Padre su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, por el Espíritu Santo, el Amor de Dios. En la Eucaristía, el que adora al Padre en el Amor del Espíritu Santo es el Hijo de Dios; el que expía la malicia de los pecados de todos los hombres, con el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, es el Hijo de Dios; el que da gracias al Padre por la redención de la Cruz, es el Hijo de Dios; el que pide por nosotros al Padre sus dones, favores y milagros, es el Hijo de Dios, y es por esto que no hay culto más agradable y perfecto que el de la Eucaristía. Por el culto eucarístico se tributa todo el amor, la adoración y la gloria que Dios Trino se merece, al ser la obra suprema de las Tres Personas de la Santísima Trinidad: en cada Santa Misa, en cada Eucaristía, Dios Padre envía a su Hijo, por el Amor del Espíritu Santo, para que renovando de modo incruento y sacramental, sobre el altar eucarístico, el Santo Sacrificio de la Cruz, todos los hombres, de todos los tiempos, seamos capaces de acceder al fruto más preciado de la Redención: el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

          Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Iglesia se funda en la Eucaristía y de la Eucaristía obtiene su nutriente vital, la substancia, la vida y el Amor divinos; hacia la Eucaristía tienden todos sus esfuerzos apostólicos y es el fin hacia el cual se dirige en su peregrinar terreno hacia el Reino de los cielos. En la Eucaristía la Iglesia prueba ya, en medio de las tribulaciones de la vida terrena, un anticipo del Amor celestial que espera gozar en la eternidad, porque la Eucaristía es el Rey del cielo, Cristo Jesús, en Persona, que se dona a sí mismo con todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. La Iglesia nace de la Eucaristía porque fue fundada el Jueves Santo, cuando en la Última Cena los Apóstoles, “en cuanto comunidad nueva del Pueblo de Dios”[2], son hechos partícipes, por la Comunión Eucarística, “del Cuerpo y la Sangre del Señor bajos las especies del pan y del vino”[3]. Obedeciendo al mandato de Jesús –“tomad y comed”, “tomad y bebed”, y comulgando en la Eucaristía del Jueves Santo su Cuerpo y su Sangre, los Apóstoles, en cuanto Columnas de la Nueva Iglesia del Cordero, la Iglesia Católica, entran en comunión sacramental con el Hijo de Dios, que se les dona bajo las especies eucarísticas del pan y del vino, recibiendo por esta Comunión Eucarística la participación en la vida eterna del Ser divino trinitario. Desde entonces –y hasta el fin de los tiempos-, la Iglesia se construye por la Eucaristía[4], al entrar los bautizados en la Iglesia Católica, los miembros del Nuevo Pueblo de Dios, en comunión sacramental con el Hijo de Dios, Jesucristo, prenda de la Pascua Eterna. Adorar y comulgar la Eucaristía es, por lo tanto, para el bautizado, que vive en el tiempo y en la historia, el anticipo de la adoración y de la contemplación cara a cara con el Cordero de Dios en la feliz eternidad.

          Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Eucaristía es a la vida del cristiano, lo que el alma al cuerpo y mucho más todavía, porque mientras el alma da al cuerpo la vida, una vida que es puramente natural y terrena, la Eucaristía concede al cristiano una nueva vida, la vida misma de Dios Trino, la misma vida divina con la cual viven las Tres Divinas Personas en su perfecta y feliz eternidad, pero al mismo tiempo, junto con esta vida divina, la Eucaristía concede al alma la Paz, la Alegría, la Fortaleza, la Sabiduría y el Amor de Dios, y lo concede al Amor en tal medida, que si el alma estuviera dispuesta –por la gracia- a recibir ese Amor en su total magnitud, moriría en éxtasis de amor con el sólo comulgar, tal como sucedió con algunos santos en la Iglesia. Es decir, la Eucaristía no sólo recuerda el Amor de Dios, sino que lo significa y lo hace presente en su realidad sobrenatural y no meramente en el recuerdo; en otras palabras, la Eucaristía, al poseer el Acto de Ser trinitario, subsistente en sí mismo, del cual brota, como de una Fuente inagotable el Divino Amor, hace presente a este Divino Amor, no de un modo simbólico o metafórico, sino de un modo real y verdadero, lo cual quiere decir que, para el hombre de todo tiempo y lugar, el misterio del Amor de Dios contenido en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, se encuentra, por así decirlo, delante de sus ojos, cada vez que la Eucaristía se consagra en el Altar del Sacrificio. Adorar la Eucaristía, por lo tanto, es adorar al Cordero de Dios, el mismo Cordero al cual adoran los ángeles y santos en el cielo, y aunque está oculto a los ojos corporales bajo las especies eucarísticas, el Cordero de Dios es “visible” al alma con los ojos de la fe bimilenaria de la Iglesia. Por la misma razón, comulgar la Eucaristía –acto de amor que debe ser precedido por la adoración-, es unirse al Cordero de Dios, ya desde la tierra y sacramentalmente, como un anticipo de la unión por la visión beatífica en la gloria, en el Reino de los cielos.

         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.




[1] Cfr. Juan Pablo II, Carta a todos los Obispos de la Iglesia sobre el Misterio y el Culto de la Eucaristía, n. 3.
[2] Cfr. ibidem, n. 4.
[3] Cfr. ibidem, n. 4.
[4] Cfr. ibidem, n. 4.

martes, 17 de enero de 2017

Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en honor y desagravio a María Santísima


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en honor al Inmaculado Corazón de María y en desagravio por el ultraje cometido contra una imagen suya (Nuestra Señora de Aparecida) el 11 de enero de 2017. La información pertinente se puede encontrar en el siguiente enlace: https://www.aciprensa.com/noticias/asi-responde-sacerdote-catolico-a-pastora-evangelica-que-rompio-imagen-de-la-virgen-67858/

Oración inicial: "Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman" (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén".

Canto inicial: "Cristianos, venid, cristianos, llegad, a adorar a Cristo, que está en el altar”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

Te bendecimos, te veneramos, te honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima, porque mereciste llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la Cruz, por designio del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre del cielo. Bendita seas, María Santísima, Madre de los Dolores, porque desde el momento mismo de la Anunciación y Encarnación, diste tu “Sí” a la obra de la redención decretada por el Eterno Padre para nuestra salvación. Desde el primer instante de la Encarnación del Verbo fuiste asociada a su misterio pascual de Muerte y Resurrección, convirtiéndote en Corredentora, al ser hecha partícipe de sus dolores, sus penas, sus angustias y su sacrificio en Cruz. Porque eres la creatura más excelsa que jamás la Trinidad haya creado, ni habrá otra igual a ti, pues en ti se cumple, oh María Santísima, el doble misterio y privilegio de ser Virgen y Madre de Dios al mismo tiempo, y por ser Nuestra Madre amantísima, te veneramos, te alabamos, te ensalzamos por encima de todos los ángeles y santos juntos, y te suplicamos nos cubras con tu manto, nos sostengas entre tus brazos y nos refugies en tu Inmaculado Corazón, para ser presentados por ti ante tu Hijo Jesús, en el trono de su divina majestad en el cielo.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Te bendecimos, te veneramos, te honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima, porque mereciste llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la Cruz, por designio del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre del cielo. En el momento de la Presentación, cuando llevaste a tu Hijo recién nacido al Templo, el anciano Simeón profetizó que “una espada de dolor” habría de atravesar tu Inmaculado Corazón (cfr. Lc 2, 34-35), una espada de dolor que habría de acompañarte toda tu vida, porque sabías que tu Hijo era el Mesías, que habría de entregarse para la salvación de la humanidad. Esa espada de dolor llegó a su culmen al pie de la Cruz, cuando acompañabas al Cordero que, por nosotros, se inmolaba al Padre, y mientras tú participabas de Su dolor redentor y endulzabas su agonía con tu presencia maternal, lo ofrecías al Padre, sin queja alguna y con todo el Amor Santo de tu Purísimo Corazón, como oblación perfectísima, prefigurando así la oblación que la Iglesia habría de continuar en el tiempo y en el espacio por medio de la Santa Misa, actualización incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz. La espada de dolor profetizada por el anciano Simeón, que te acompañó durante toda tu vida, llegó al culmen de su dolor en el momento de la muerte de Jesús, y aunque la fría lanza de hierro solo atravesó su Sagrado Corazón –materialización de nuestros pecados-, y no el tuyo, tú experimentaste en ese momento un dolor tan vivo, como si fuera tu Inmaculado Corazón el que era atravesado, siendo el dolor tan intenso que te habría arrancado la vida, si el Amor de Dios no te sostenía en ese amarguísimo momento, convirtiéndote así, oh María Santísima, en Madre de los Dolores, al verte inundada por los mismos dolores que atenazaban el Corazón de tu Hijo, los dolores causados por la malicia de nuestros corazones.

          Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Te bendecimos, te veneramos, te honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima, porque mereciste llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la Cruz, por designio del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre del cielo. Por ti, oh María Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía, vino al mundo Dios Hijo encarnado, naciendo milagrosamente en Belén, Casa de Pan, para donarse a sí mismo como Pan de Vida eterna. Por ti, María Santísima, Portal de la Luz eterna, vino a nuestro mundo, sumergido en “tinieblas y sombras de muerte” -las tinieblas vivientes, los demonios, y las tinieblas del error, de la ignorancia, del pecado y de la muerte-, la Luz Eterna, la Luz Increada, Cristo Jesús, brotando de tu seno virginal. El Verbo de Dios hecho carne nació de ti de la misma manera a como la luz del sol atraviesa el cristal y lo deja físicamente intacto, porque así también nació milagrosamente de ti, permaneciendo tú, María Santísima, Virgen y Pura antes, durante y después del Nacimiento. Y tu Hijo, Luz de Luz Eterna, vino para iluminar nuestras tinieblas, y puesto que Él es la Luz Increada que es al mismo tiempo la Vida eterna, al iluminarnos con la luz de su gloria, que brota de su Ser divino trinitario, derrotó para siempre las tinieblas que nos esclavizaban, pero también nos concedió la participación en su vida misma, la Vida divina que brota de su Ser divino trinitario. Y esta gracia de ser iluminados y vivificados por Jesús, se repite en cada adoración eucarística, puesto que en la Eucaristía está Presente, real, verdadera y substancialmente Aquel que, naciendo de ti en el tiempo, es la luz eterna que ilumina a la Jerusalén celestial, Cristo Jesús, el Cordero de Dios, la Lámpara de la Ciudad Santa del Reino de Dios. Gracias a ti, oh Madre de Dios, Nuestra Señora de la Eucaristía, tenemos la posibilidad de adorar a tu Hijo en la Eucaristía y de amarlo con toda la fuerza de nuestros pobres corazones, como anticipo del amor y la adoración que, por la gracia de Dios y su Misericordia, esperamos tributarle por toda la eternidad.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Te bendecimos, te veneramos, te honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima, porque mereciste llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la Cruz, por designio del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre del cielo. Así como estuviste en el Altar del Calvario, la Santa Cruz, en el Viernes Santo, así también te encuentras, oh Madre de los Dolores, en el Altar del Sacrificio Eucarístico, la Santa Misa, y así como en el Gólgota ofreciste a tu Hijo -su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad- al Padre, por nuestra salvación, y con tu Hijo te ofreciste a ti misma, en supremo acto de amor y obediencia a la Trinidad, así también, en cada Santa Misa, ofreces el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, a la Trinidad, en propiciación por nuestros pecados y por nuestra salvación. Por esto, tú eres, Madre Santísima, nuestra Corredentora, porque ofreciste en la Cruz y continúas ofreciéndolo en cada Santa Misa, a tu Hijo, y al ofrecerlo, te ofreces a ti misma, porque tu Hijo es tu vida y la razón de tu ser y de tu existir. Por esta razón nosotros, tus pobres hijos pecadores, gimiendo bajo el peso de nuestros pecados y viviendo en el destierro en este “valle de lágrimas”, que es la vida terrena, confiamos en ti y nos consagramos a tu Inmaculado Corazón, para que nos consueles con tu amor maternal y nos sostengas en las tribulaciones y dificultades de la vida, así como consolaste a Jesús con el amor de tu Inmaculado Corazón, en el Camino de la Cruz y en el Calvario. No nos abandones, amadísima Madre Nuestra del cielo, María Santísima; compadécete de nuestra miseria; refúgianos en tu Inmaculado Corazón y sé nuestro consuelo en lo que resta de nuestra vida  terrena, para que así seamos capaces de gozar de la visión beatífica de la Trinidad y el Cordero en el Reino de los cielos, en la vida eterna.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Te bendecimos, te veneramos, te honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima, porque mereciste llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la Cruz, por designio del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre del cielo. Oh Santa Madre de Dios, tú eres Nuestra Madre celestial, Nuestra Dueña y Patrona de nuestras almas; somos de tu propiedad y tú tienes toda autoridad sobre nuestras vidas; eres la amorosísima Madre de Dios y nadie está más cerca que tú de Jesús, Nuestro Dios y Señor, y a nadie escucha Él con más amor y atención que a ti, y a nadie le concede lo que a ti te concede. Por ser tú la Omnipotencia Suplicante, aplacas la Justicia Divina y obtienes piedad y perdón para nosotros, pobres pecadores, y para toda alma pecadora que a ti acuda con fe, con amor y con el corazón contrito y humillado, y esto porque tú, María Santísima y siempre Virgen, eres la Madre de Misericordia, ya que de ti nació la Divina Misericordia encarnada, Cristo Jesús. En ti, oh Madre amantísima, no hay sino bondad y amor, compasión y misericordia, principalmente para los miserables pecadores que somos nosotros, tus hijos. Tú eres nuestro modelo y ejemplo a seguir e imitar y lo primero que quieres que imitemos de ti es tu amor inefable por tu Hijo Jesús, a quien llevas en tus brazos siendo Niño y a quien nos lo ofreces, por manos del sacerdote ministerial, en la Eucaristía, como Pan de Vida eterna que nutre nuestras míseras almas con la substancia y el Amor divinos. A ti acudimos, oh Madre Nuestra Santísima, como niños pequeños necesitados de su madre, para que nos conduzcas a tu Hijo Jesús. Tú, oh Reina de cielos y tierra, eres nuestro consuelo celestial cuando nos agobian las tribulaciones del espíritu y los dolores del cuerpo; tú eres nuestro puerto y refugio seguro cuando nos parece naufragar en el turbulento mar de la existencia y de la historia humana; tú eres, oh Madre amorosísima, la Estrella brillante de la aurora que nos anuncia el fin de la noche del pecado y la llegada del día de la salvación, la llegada a nuestras almas y al mundo del Sol de justicia, Cristo Jesús, el Hombre-Dios y su gracia santificante; tú escuchas nuestros llantos y gemidos y estás pronta a socorrernos, cada vez que elevamos la mirada del alma a tu Inmaculado Corazón y es por eso que acudimos a ti con fe y con amor, para que viviendo tú en nosotros y nosotros en tu Corazón Purísimo, sepamos ofrecer los sufrimientos y dolores de la vida en unión con la Cruz de Jesús. Concédenos la gracia, oh María Santísima, de imitar y de participar de tu humildad, tu obediencia, tu espíritu de sacrificio y tu absoluta dependencia a la Voluntad Divina, para que así, conducidos por ti -como un niño pequeño es conducido por su madre-, seamos capaces de alcanzar las más altas cumbre de la santidad, ocultos al mundo y refugiados en tu Inmaculado Corazón, bajo la amorosa mirada de Dios, Nuestro Padre. Llévanos siempre en tu Inmaculado Corazón, oh María Santísima, para que cuando cerremos los ojos a la luz material de este mundo, los abramos a la claridad de la luz eterna. Llévanos en tu Inmaculado Corazón, oh Santa Madre de Dios, para que nuestra alma esté preparada y purificada para cuando llegue el encuentro definitivo con tu Hijo Jesucristo, Nuestro Dios y Señor.

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

viernes, 6 de enero de 2017

Hora Santa en honor al Sagrado Corazón de Jesús


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en honor al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús[1].

Oración inicial: "Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman" (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén".

Canto inicial: "Cristianos, venid, cristianos, llegad, a adorar a Cristo, que está en el altar”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

Jesús, en el Evangelio, nos dice: “He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguno me abre, entraré en él y cenaré con él y él conmigo” (Ap ). Este fragmento se cumple cabalmente por la Santa Misa, porque desde la Eucaristía, Jesús golpea a las puertas de nuestros corazones y quiere entrar en ellos, para darnos su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad y todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, para que nosotros a su vez le demos las migajas de nuestro amor. Se trata de un misterio insondable: ¡el Dios del Amor, que se dona a sí mismo como Pan de Vida eterna pide, como si fuera un mendigo, las míseras migajas de nuestro amor humano! Tal como lo hiciera la Sagrada Familia antes del Nacimiento, que mendigando el amor de los hombres golpeaba a las puertas de las ricas posadas de Belén, sin obtener respuesta, así Nuestro Señor Jesucristo, desde el sagrario, llama a las puertas de nuestros corazones, para mendigar nuestro amor, para que nos dignemos a abrirle nuestros corazones y lo hagamos entrar, ¡y cuán escasa respuesta encuentra! ¡Cuánta ceguera la nuestra, porque corremos y nos afanamos por los amores mundanos, pero dejamos al Amor de los amores, Cristo Eucaristía, en las puertas de nuestros corazones, sin abrirlas para dejarlo entrar, privándonos así del Don del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, el Amor de Dios, el Espíritu Santo!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Jesús Eucaristía es la “luz del mundo”, es el Dios que es la Luz Increada, que ilumina a quien se le acerca con fe y con amor y, al mismo tiempo que lo ilumina, le comunica su vida, la Vida divina que como Dios Hijo posee desde la eternidad. Quien se acerca a Jesús Eucaristía, recibe de Él una vida nueva, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, la vida de los hijos de la luz, porque Él es la Luz Eterna que proviene de la Luz Eterna, que es el Padre. Jesús Eucaristía quiere que nos acerquemos a Él por la adoración, por la fe y el amor, para que así pueda Él iluminarnos con su luz, disipar las tinieblas de nuestros corazones, encenderlos en el fuego de su Amor y hacerlos vibrar con los dulces latidos de su Corazón, el Corazón de un Dios que “se ha enamorado de nosotros”, como dice Moisés en el desierto: “Dios se ha prendado de vosotros”, y ese Dios “prendado”, enamorado de nosotros, es Jesús Eucaristía, que sólo desea darnos su Amor y nada más que su Amor, la  totalidad de este Amor, infinito y eterno, que por infinito y eterno, es incomprensible para nosotros. Adorar la Eucaristía es amar al Amor, que nos ha amado primero. ¿Correspondemos a este llamado de amor, que es la Adoración Eucarística? ¿Adoramos, es decir, amamos, a Jesús Eucaristía, cuando hacemos adoración? ¿O sólo nos quedamos envueltos en nuestros propios pensamientos y en nuestras propias preocupaciones? Cuando hacemos Adoración Eucarística, ¿amamos y adoramos a Jesús Eucaristía, o sólo dialogamos con nosotros mismos? Cuando hacemos Adoración Eucarística, ¿abrimos nuestros corazones al Amor de Jesús Eucaristía?

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús es como una inmensa hoguera –viva- que desea abrasarnos y consumirnos en el Fuego del Divino Amor. El Corazón de Jesús en la Eucaristía arde con el Fuego Santo, el Espíritu Santo, y desea incendiar nuestras almas con este Fuego sagrado. Y sin embargo, nuestros corazones, en vez de ser como leña seca o como pasto seco, que arden al instante al contacto con el fuego, se comportan, la mayoría de las veces, como leña verde o como roca fría, en los que las llamas del fuego no pueden prender, sino que sólo puede hacer desprender un humo denso y espeso. ¿Por qué rechazamos las delicias del Amor del Sagrado Corazón, que nos quiere comunicar en la Eucaristía? ¿Por qué rechazar los convites del Amor de un Dios que ha entregado en la Cruz su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, por todos y cada uno de nosotros, y continúa entregándose a sí mismo en la Eucaristía, en cada Santa Misa? Si lo que nos frena son nuestras miserias, sepamos que, antes de entregarse en la Cruz, Jesús, en cuanto Dios Eterno y Omnisciente, conocía a fondo nuestras miserias y porque sabía de ellas, es que se entregó en la Cruz y se entrega aún en la Eucaristía. Entonces, no tenemos justificativo alguno para rechazar el Amor de Dios, el Fuego del Espíritu Santo, que arde en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El Amor de Dios, contenido en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, es tan incomprensible, que hasta puede decirse, parafraseando un dicho que se aplica entre los hombres a quien “ha perdido la cabeza” por quien ama, que “Dios está loco de Amor”. Su Amor es tan grande, tan inmenso, tan majestuoso, tan sobreabundante, tan celestial y divino, que lamentablemente, para la inmensa mayoría de los hombres, pasa desapercibido y, si desapercibido, desaprovechado. Los paganos rinden culto a sus falsos dioses basados en el temor y en el terror de que sus dioses –que son demonios- no los castiguen, ni tomen venganza de ellos. Nosotros, los católicos, tenemos a un Dios –el Único Dios Verdadero, Uno y Trino-, que nos ofrece su Amor, todo entero, sin disminución, en su eternidad e infinitud, para cada uno de nosotros, y lo único que pide a cambio, es ¡amor! Dios viene a este mundo como un cigoto, como un embrión unicelular, para que le demos nuestro mísero amor; Dios viene a nosotros como un Niño recién nacido, para que le demos nuestro mísero amor; Dios viene a nosotros como un Joven Dios, para que le demos nuestro mísero amor; Dios viene a nosotros como un Hombre-Dios que se humilla lavándonos los pies, en las personas de los Apóstoles, para que le demos nuestro mísero amor; Dios viene a nosotros como un Hombre-Dios crucificado, para que le demos nuestro mísero amor; Dios viene a nosotros como un Hombre-Dios resucitado, para que le demos nuestro mísero amor; Dios viene a nosotros como Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía, para que le demos nuestro mísero amor…  Por todo esto, es que decimos que el Amor de Dios llega “a la locura”, porque ya no puede hacer más para mendigar nuestro mísero amor. Y a cambio este Amor infinito, eterno, incomprensible, inagotable, que brotando de su Ser divino trinitario se derrama sobre el mundo y las almas a través de la Sangre de su Corazón traspasado, nosotros, los católicos, teniendo a nuestra disposición el Divino Amor, Presente en Persona en la Eucaristía, en vez de postrarnos ante su Presencia y abrir nuestros corazones y darle nuestro mísero amor, lo desaprovechamos, lo ultrajamos y lo abandonamos en el sagrario, lo dejamos solo en la Eucaristía, cada vez que no asistimos a la Santa Misa dominical para recibirlo en la Comunión Eucarística y, peor aún, cada vez que lo cambiamos por el pecado y la traición. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, acércanos a tu Hijo Jesús, llévanos al interior de su Sagrado Corazón Eucarístico, ayúdanos a descubrir las dulzuras de su Amante Corazón!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

¡Oh Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, una de las mayores desgracias del hombre –si no es la mayor- es el no conocerte y no amarte en tu Presencia Eucarística! Cuando esto sucede, el alma, deseosa de felicidad, busca vanamente la felicidad en las cosas falsas y vanas del mundo, dejándose atraer por los bienes terrenos que, aunque numerosos y ricos, nunca podrán saciar la sed de felicidad del alma humana, felicidad que sólo Tú, oh Dios de la Eucaristía, puedes dar. Vivimos engañados cuando pensamos y creemos que esta vida pasajera durará para siempre y que sus vanos encantos también lo harán; cuando esto hacemos, perdemos de vista la única fuente de felicidad, tu Sagrado Corazón Eucarístico, pleno de luz divina y de vida eterna, vida que es Amor, Amor que se nos comunica en cada comunión eucarística. Oh Jesús, Tú nos amas, a todos y cada uno de nosotros, y nada está oculto a tus ojos.  Si el alma espera a ser buena y santa para acercarse a Ti, pierde el tiempo, porque nuestras almas, que son abismos de miseria, de indignidad y de ignorancia, sólo pueden ser colmadas por tu gracia y por Ti mismo, oh Dios de toda bondad y majestad. Tu Sagrado Corazón Eucarístico es panal de miel, que endulza las tristezas, que consuela, que fortalece y que concede la Vida divina al que con fe y amor a él se acerca. Oh Jesús, tu Sagrado Corazón es llama ardiente de Amor Divino, que quieres donar sin reserva a quien te recibe en la Comunión Eucarística, y sin embargo, en la inmensa mayoría de las veces, al entrar en los corazones por la comunión, sólo encuentras tibieza, frialdad, indiferencia, porque muchos te reciben sólo por compromiso o por costumbre; muchos te reciben con el corazón frío como una piedra, y así no puedes encenderlos con la llama de tu Amor. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que nuestros corazones, duros y fríos como una piedra, sean como el leño seco para que, al contacto con las llamas de Amor del Corazón Eucarístico de Jesús, ardan en el Fuego del Divino Amor!

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.








[1] Adaptado del sitio: “Siervos del Divino Amor”; cfr. http://www.siervosdeldivinoamor.com/index.php?mod=quienes&modulo=1&art=1