viernes, 9 de febrero de 2018

Hora Santa en acción de gracias por maravilloso milagro del Sagrado Corazón ocurrido en Moroleón, Guanajuato, México, 310118




Un maravillosísimo prodigio ha ocurrido en Guanajuato, México, el pasado 31 de Enero de 2018.
Aunque no nos caben dudas de la autenticidad y espontaneidad del video, 
y por lo tanto de su contenido, es decir, a pesar de que estamos absolutamente convencidos de que es
ciento por ciento real, no queremos adelantarnos al juicio de la Santa Madre Iglesia.
Sin embargo, hasta tanto, compartimos el maravilloso prodigio, 
en el cual advertimos, entre otras maravillas, dos cosas:
por un lado, el Sagrado Corazón de Jesús comienza a latir
más rápido cuando las personas que filman comienzan a rezar; 
el segundo aspecto que queremos señalar es el aumento de 
la luminosidad en el Corazón de Jesús,
luminosidad que no puede estar dada por elemento artificial alguno, 
sino por el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo,
que envuelve al Sagrado Corazón de Jesús.
Un último elemento a señalar: ese mismo Corazón, que late
en el crucifijo de madera, es el mismo Corazón que late, 
vivo, glorioso, resucitado, pleno del Amor de Dios,
en la Sagrada Eucaristía.


          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por los pecados del mundo.
         Canto inicial: “Cristianos, venid; cristianos llegad”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario meditado (misterios a elección).

         Primer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         Cuando el Sagrado Corazón se le apareció a Santa Margarita, le mostró su Corazón rodeado por una corona de espinas. Cuando contemplamos esta imagen, muchos pueden pensar que se trata de una imagen que expresa el Amor de Jesucristo, que nos da su Corazón a través de Santa Margarita. Sin embargo, hay otras consideraciones que debemos hacer, para apreciar en su contenido sobrenatural el gesto de Jesús. Una primera consideración es que, puesto que el Corazón está en movimiento continuo y no estático como en una imagen, las espinas -duras, filosas, cortantes, desgarradoras- se introducen en el Corazón en cada movimiento de expansión –diástole-, y se retiran de éste, desgarrándolo, en cada movimiento de contracción –sístole-. Esto quiere decir que, en ambos movimientos, las espinas provocan al Sagrado Corazón de Jesús dolores inenarrables, que no le dan, literalmente, ni un segundo de descanso en sus dolores. La otra consideración que debemos hacer, es el del origen de las espinas de la corona de Jesús, y el origen son nuestros pecados. En otras palabras, nuestros pecados, de cualquier índole, esos pecados que parece que a nadie afectan y menos al que los comete, porque el que los comete no siente nada –al contrario, el pecado produce placer de concupiscencia-, esos pecados se materializan, por así decirlo, en las espinas del Corazón de Jesús, formando la corona que lo atenaza y que le provoca dolores imposibles de describir, a cada instante. Al contemplar al Sagrado Corazón envuelto en una corona de espinas, pensemos que son nuestros propios pecados los que perforan, desgarran, y hacen sangrar de dolor al Corazón de Jesús y, si al menos no lo hacemos por estar convencidos de la fealdad del pecado, evitemos el pecado, por lo menos, por compasión hacia el Sagrado Corazón de Jesús, para que, de nuestra parte, tenga una espina menos que le provoque dolor.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Además de las espinas, el Sagrado Corazón de Jesús estaba envuelto ten llamas, pero no llamas de un fuego terreno, como el que estamos habituados a ver: las llamas del Sagrado Corazón de Jesús pertenecen al Espíritu Santo, que es llamado “Fuego de Amor Divino”, y con esas llamas, es que Jesús, el Divino Incendiario, quiere encender las almas, siendo esta la razón por la cual ha venido a este mundo: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo quisiera ya verlo ardiendo!”. Las llamas que envuelven al Sagrado Corazón, desprendiendo un divino y celestial resplandor, son las llamas de Amor de Dios, y con estas llamas, quiere Jesús encender nuestros corazones. Así como el carbón, antes de que se le aplique el fuego, es oscuro y frío, y luego de que se le aplica el fuego se convierte en brasa incandescente que irradia luz y calor, porque se ha convertido, en cierta manera, en el fuego mismo, así también nuestros corazones, sin el Fuego del Divino Amor, son oscuros y fríos, porque les falta el Amor Divino y la Divina Caridad. Es por eso que debemos desear que nuestros corazones sean como el carbón o como el pasto seco, para que al contacto con las llamas del Fuego del Espíritu de Dios, se enciendan como brasas incandescentes en este Amor celestial, y comiencen a irradiar la luz y el calor del Divino Amor. ¿Dónde obtener este Fuego celestial? En la Sagrada Eucaristía, porque allí se encuentra el Corazón de Jesús, vivo, resucitado, glorioso, lleno del Fuego del Amor de Dios.

         Silencio para meditar.

Padre Nuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En la base del Sagrado Corazón de Jesús hay plantada una cruz, la cruz que para nosotros, los católicos, es el verdadero y único “Árbol de la Vida”. La Cruz es el Árbol de la Vida porque quien se sube a este Divino Árbol, puede introducir su mano en el Costado Traspasado del Señor Jesús y obtener el Fruto más dulce y exquisito jamás saboreado en la tierra, el Fruto de este Árbol bendito, que es el Sagrado Corazón de Jesús. Así como cuando alguien se sube a un árbol, cargado de frutos exquisitos, para tomar sus frutos y deleitarse con ellos, de la misma manera, quien se sube a la Santa Cruz de Jesús, obtiene su Fruto más preciado, su Sagrado Corazón, envuelto en las llamas del Divino Amor. El Sagrado Corazón de Jesús, que pende del Árbol de la Vida, la Santa Cruz, es el premio inmerecido y que sobrepasa todo lo que el hombre pueda desear o imaginar, porque no es que se trate de un mero fruto celestial, que sería en sí algo bueno y grandioso: el Fruto del Árbol de la Vida no es otro que el mismo Hijo de Dios encarnado, que al ofrecernos su Sagrado Corazón, nos ofrece con Él a sí mismo, con todo su Ser divino trinitario, con su Amor, con su Paz celestial, con su Paz y su Alegría infinita. No hay otro modo de obtener este Fruto exquisito, que supera infinitamente lo que los hombres y los ángeles puedan concebir, el Sagrado Corazón de Jesús, que subiendo al Árbol de la Vida, la Santa Cruz.

                 Silencio para meditar.

Padre Nuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En el Sagrado Corazón hay una herida abierta; es la herida producida el Viernes Santo, por el soldado romano, cuando para cerciorarse de que el Señor ya estuviera muerto, atravesó su Sagrado Corazón. Cuando el soldado atravesó su Corazón, Jesús estaba muerto terrenalmente, porque su Cuerpo se había ya separado de su Alma, pero como Él es el Hombre-Dios, con su Cuerpo estaba su Divinidad y con su Alma estaba también su Divinidad. Mientras su Cuerpo quedaba en la tierra para ser sepultado y así poder ser cumplida su promesa de resucitar al tercer día, su Alma, unida a la Divinidad, descendía al Hades, para rescatar a los justos del Antiguo Testamento. Inmediatamente después de traspasado su Corazón, brotaron de él, como un manantial, Sangre y Agua, símbolos de los sacramentos. Como Jesús era el Hombre-Dios y en su Cuerpo moraba la Divinidad, su Sangre y Agua contenían al Espíritu Santo, Dador de Vida divina, y esa es la razón por la cual, aquel sobre quien caiga la Sangre y el Agua del Corazón de Jesús, recibe una vida nueva, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, la vida de los hijos de la luz. Que por intercesión de María Santísima, Nuestra Señora de los Dolores, permanezcamos siempre postrados ante la Santa Cruz del Calvario, besando con piedad, devoción y amor, los sagrados pies de Jesús, para que permaneciendo así, al pie de la Cruz, caigan sobre nuestras almas y corazones la Sangre Preciosísima del Redentor, brotada de su Corazón traspasado, para que cubiertos por la Sangre del Cordero, seamos liberados de todo pecado y, con el alma plena de la gracia santificante, seamos conducidos, al final de nuestra vida terrena, a las Moradas eternas en el Reino de los cielos.

        Silencio para meditar.

Padre Nuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El Sagrado Corazón de Jesús, el mismo Sagrado Corazón que se encuentra en la Cruz, late vivo y glorioso, resucitado, en la Eucaristía. Envuelto en las llamas del Divino Amor, el Sagrado Corazón tiene como único deseo que nosotros, los hombres, nos decidamos a apartarnos del pecado y, con el alma en gracia, recibamos a su Sagrado Corazón por la comunión eucarística. Si nuestros corazones son como el carbón, oscuros, fríos, sin luz, cuando entren en contacto con las Llamas de Amor que envuelven al Corazón Eucarístico de Jesús, se convertirán en brasas incandescentes, que irradiarán al mundo y al prójimo la luz y el calor del Divino Amor. Que por la intercesión de Nuestra Señora de la Eucaristía, nuestros corazones, entonces, sean siempre como el carbón, para que por la Sagrada Comunión, se conviertan no solo en brasas encendidas en el Fuego del Divino Amor, sino en el mismo Divino Amor.

Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

Sitio del P. Álvaro: Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, http://adoracioneucaristicaperpetua.blogspot.com.ar


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