martes, 27 de marzo de 2018

Hora Santa en reparación por profanación de una iglesia en Francia a manos de fundamentalistas islámicos 200318



Islamistas enajenados, acompañados por activistas y políticos de extrema izquierda, 
en el momento en el que ingresan a la Iglesia de San Denis en París, profanándola.
Acto seguido, fueron desalojados por la policía.


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación por la agresión y profanación de la Iglesia de San Denis en Francia, por parte de una horda de islamistas enajenados acompañados por activistas de la extrema izquierda. La noticia acerca del lamentable suceso puede encontrarse en los siguientes enlaces:



         Pediremos por la conversión de quienes perpetraron este sacrilegio, como así también nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y la del mundo entero. Para las meditaciones, nos serviremos de las reflexiones de un gran teólogo alemán, Odo Casel, recopiladas en su magistral libro: “Misterio de la Cruz”.

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Enunciación del Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir.)

Meditación

El primer Adán, creado por la omnipotencia de Dios Padre, por la Sabiduría de Dios Hijo y por el Amor de Dios Espíritu Santo, reflejaba en su cuerpo y en su alma la hermosura del Dios trinitario, al cual estaba unido por la vida de la gracia[1]. Creado por Dios Trino como rey de la Creación y llamado a una unión en el amor con las Tres Divinas Personas, el primer Adán sin embargo sucumbe, por el mal uso de la libertad con la cual debía unirse a Dios Trino, al escuchar la voz de la Serpiente Antigua. Pero el primer Adán es solo un tipo del segundo Adán, el Definitivo, Cristo Jesús, el Hombre-Dios, que por ser Dios no era que estaba siempre en gracia, sino que Él era en sí mismo la Gracia Increada y el Autor de toda gracia creada. El Segundo Adán, si bien fue creado por el Padre en su humanidad, en su divinidad como Segunda Persona de la Trinidad, es engendrado desde la eternidad en el seno del Padre. Del Padre recibe el Ser divino trinitario, la naturaleza divina, y por lo tanto este Segundo Adán comparte con el Padre y el Espíritu Santo un mismo honor y gloria y es adorado junto al Padre y al Espíritu Santo.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

El Segundo Adán proviene del Padre desde la eternidad y asume en su Persona divina una naturaleza humana en el seno virgen de María para poder ofrecerse a sí mismo como Víctima Inmaculada para la salvación de los hombres. Este Segundo Adán es Sacerdote, Altar y Víctima y por Él y su sacrificio definitivo, quedan abolidos los sacrificios del Antiguo Testamento. Es Sumo y Eterno Sacerdote para toda la eternidad, porque Él es el Único Mediador entre Dios y los hombres y por medio de su Sangre derramada en la Cruz, se presenta ante el Padre con la ofrenda de sí mismo, por el Espíritu Santo. Es Sacerdote “según el orden de Melquisedech (Sal 109, 4) y no según la sucesión del sacerdocio del Antiguo Testamento. El Segundo y definitivo Adán es Jesucristo, el Ungido por excelencia, porque el Espíritu de Dios descansa sobre la humanidad suya, la humanidad que es la del Logos, la Sabiduría del Padre, desde el momento mismo de la Encarnación. Jesucristo es también Altar, porque su Humanidad extendida en la cruz es el Ara perfectísima sobre la que se inmola la Víctima agradabilísima a Dios; es la Víctima Pura, Santa, Inmaculada, porque en su condición de Hombre-Dios, es Purísimo en su Humanidad glorificada y es Santísimo en su Divinidad Increada. Y este Segundo y definitivo Adán es el que se ofrenda, cada vez, en la Santa Misa, por la Sagrada Eucaristía, ofreciendo al Padre su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad en expiación por nuestros pecados y el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico para nuestra dicha, honra y gloria.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

         Quien se une a este Segundo Adán, que cuelga del Árbol de la Vida, la Santa Cruz y que se ofrece a sí mismo como manjar angelical en el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía. Quien se une a este Segundo Adán por la fe, por el amor, por la adoración en la cruz y por la comunión eucarística, es introducido en la gloria de Dios[2], en el seno mismo de la Trinidad o, mejor aún, es la Trinidad misma quien viene a inhabitar en el alma del que está en gracia, aun cuando esta alma continúe todavía viviendo en este “valle de lágrimas”. Por medio de este Segundo Adán, el hombre no solo queda libre del pecado, triunfante sobre la muerte y vencedor sobre el Demonio, sino que comienza a vivir una nueva vida, ya en la tierra, la vida de la gracia, que es participación a la vida íntima de Dios Trino. Y esta vida de la gracia es la que, en el Reino de los cielos, se desplegará en todo su esplendor, convirtiéndose en la vida de la gloria de Dios Trinidad. Vivir unidos al Segundo Adán por la fe, la gracia, el amor y la comunión eucarística, es vivir ya en anticipo –aun cuando estemos en este “valle de lágrima”- algo más grande que el Reino de los cielos, y es la comunión de vida y amor con el Rey del Reino de los cielos, Cristo Jesús y, por su intermedio, con Dios Padre y Dios Espíritu Santo.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Cuarto Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

El Primer Adán, creado en la gloria y felicidad paradisíacas en su dignidad de creatura predilecta de Dios, sucumbió sin embargo por su propio orgullo, por su desobediencia a la voz de Dios y por escuchar y hacer caso a la voz de la Serpiente Antigua. Así, el Primer Adán se hizo partícipe del pecado angélico, la soberbia, y de amigo de Dios se convirtió en enemigo de Dios y amigo de Satanás, el Ángel caído, por cuya envidia el Primer Adán conoció la muerte: “Por envidia del Diablo entró la muerte en el mundo” (Sap 1, 13). El Primer Adán comenzó en la gloria y terminó en polvo y corrupción[3], y eso somos nosotros, sus descendientes, en las palabras de los santos: “Nada más pecado”. La vida del Primer Adán terminó en una tumba y en el seol, en la oscura región de los abismos. Pero sobre la tumba del Primer Adán se alzó el Altar de la Cruz, el Ara Santa donde se inmoló el Segundo Adán, con cuya muerte sacrificial el Primer Adán volvió a la vida, a una vida superior a la que poseía. Según la Tradición, la tumba de Adán estaba en el Gólgota, en línea recta en donde sería plantado el Nuevo Árbol de la Vida, la Santa Cruz de Jesús y cuando la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios escurrió de sus sagradas llagas, cayó sobre el cráneo del Primer Adán, regresándolo a la vida. Es por esto que nosotros, descendientes del Primer Adán, nos postramos ante la Santa Cruz de Jesús y, con el corazón contrito y humillado, le suplicamos al Cordero de Dios, con piedad y amor y para recibir su vida, que su Sangre Preciosísima “caiga sobre nosotros”[4] –no lo pedimos con impiedad y blasfemia, como el Pueblo Elegido-, para que la muerte, el pecado y el demonio se alejen de nosotros, para que en nosotros muera el hombre viejo, el hombre dominado por la concupiscencia de la vida y de los ojos, y así seamos capaces de “nacer de lo alto” (cfr. Jn 3, 3), nacer de lo más profundo del Sagrado Corazón de Jesús, de su Sangre, que contiene el Espíritu Santo de Dios, Dador de vida eterna.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

Puesto que somos descendientes del Primer Adán, engendrados del pecado que de Adán, por medio de la concupiscencia, pasa a nosotros, también nosotros debemos arrastrar la carga de Adán. Pero hay una diferencia: todo lo que en esta vida es duro y áspero –dolor, enfermedad, sufrimientos, persecución, servidumbre, hambre, flaqueza, angustia y hasta la misma muerte-, todo, ha sido redimido por la Encarnación del Verbo, por su Sacrificio redentor y muerte en cruz, de manera tal que todo esto, si es asumido por nosotros con sentido penitencial –y así convertimos a nuestra vida terrena en una Cuaresma que finaliza en la Pascua a la vida eterna-, es un camino hacia Dios, es un camino de santificación y de salvación. Lo que antes era castigo, en el Primer Adán, ahora, gracias a Jesucristo, el Segundo Adán, se convierte –si es ofrecido con fe y con amor a Nuestro Señor crucificado- en fuente de santificación y en camino de vida eterna. La Cuaresma de esta vida es, por lo tanto –o al menos, debe serlo, porque tiene que ser ofrecida libremente, con fe y con amor-, un Via Crucis que nos lleva a la tumba con la Cruz[5], pero como en la Cruz se encuentra el Segundo Adán, que es Dios Eterno y Viviente y Dador de toda vida y de la vida de la gracia, en la Cruz encontramos nuestra Pascua, nuestro “paso” de esta vida a la eterna, aun viviendo todavía en esta vida terrena. Y si en la Cruz, también en la Eucaristía encontramos nuestra Pascua y con mucha mayor razón, pues en la Eucaristía se encuentra el Cordero de Dios, nuestra Pascua, vivo, radiante, resucitado, glorioso.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Odo Casel, Misterio de la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 218.
[2] Cfr. Casel, ibidem, 221.
[3] Cfr. Casel, ibidem, 223.
[4] Cfr. Mt 27, 25.
[5] Cfr. Casel, ibidem, 224.

jueves, 15 de marzo de 2018

Hora Santa en reparación por sacrilegio contra Nuestra Señora de Luján en Escaba, Tucumán, Argentina 110318



         Inicio: iniciamos esta Hora Santa y rezo del Rosario meditado en reparación y desagravio por los ultrajes cometidos contra el Inmaculado Corazón de María. En la localidad de Escaba, al sur de la provincia de Tucumán, Argentina, se produjo un horrible sacrilegio contra la Madre de Dios, en su advocación de Nuestra Señora de Luján: dos individuos desconocidos, en horas de la madrugada, incendiaron una imagen de Nuestra Señora de Luján. Ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por este horrible delito, al tiempo que pedimos por la conversión de los autores intelectuales y materiales.

         Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Enunciación del Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

         Porque estaba destinada desde la eternidad a ser la Madre de Dios, María Santísima fue concebida con un doble privilegio: como Inmaculada Concepción, es decir, como libre de toda mancha del pecado original –y por eso es llamada también “La Purísima”- y como inhabitada por el Espíritu Santo y por eso es llamada “La llena de gracia”. Por esto mismo, María Santísima es la creatura más excelsa jamás creada, luego de la Humanidad sacratísima de su Hijo Jesús, quien la supera en santidad solo por ser la humanidad del Verbo de Dios, unida personalmente a la Segunda Persona de la Trinidad. Porque la Virgen debía alojar en su seno virginal, durante nueve meses, al Verbo de Dios encarnado, no podía Ella poseer ni la más pequeñísima sombra de malicia, y por eso es la Inmaculada Concepción. Pero además, el Verbo necesitaba ser llevado, del seno del eterno Padre, al seno de la Virgen Madre porque en su encarnación no habría de intervenir obra alguna, al ser la Redención obra exclusiva de la augustísima Trinidad y por esa razón, fue concebida inhabitada por el Espíritu Santo, de manera que el Verbo de Dios, al encarnarse por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, fuera recibido por este mismo Espíritu Santo, para ser amado en la tierra, en el seno purísimo de María, con el mismo y único Amor Divino con el que era amado por el Padre desde la eternidad. ¡Oh Santísima y Beatísima Trinidad, Dios Uno y Trino, Dios que eres Trinidad perfectísima de Divinas Personas en unidad de naturaleza, te damos gracias por el don inefable que hiciste a la Iglesia y a nosotros, pobres y miserables pecadores, al concedernos como Madre de Dios y Madre Nuestra a la siempre bienaventurada Virgen María!

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

Puesto que se da el nombre de “madre” a toda mujer que da a luz a una persona, María Santísima es llamada “Madre de Dios” porque el fruto de su alumbramiento virginal fue la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios encarnado, la Palabra de Dios humanada.  Y puesto que su concepción milagrosa por obra del Espíritu Santo y su alumbramiento prodigioso en Belén, Casa de Pan, no menoscabó su integridad ni antes, ni durante, ni después del parto virginal, la Madre de Dios es Madre y Virgen al mismo tiempo, un prodigio único y sublime concedido por la Trinidad, que jamás había sido visto antes y que no se verá nunca más por todas las eternidades. La maternidad de María Santísima es singular y particular porque es de origen celestial porque todo en Ella fue obra del Espíritu Santo: la Encarnación del Verbo y su Nacimiento prodigioso, de manera tal que el seno purísimo de María continuó siendo tan puro como antes de la Encarnación; continuó siendo puro en el momento en el que alumbraba milagrosamente al Verbo –“como un rayo de sol atraviesa un cristal”, dicen los Padres de la Iglesia- y continúa siendo puro por toda la eternidad, porque jamás en Ella hubo otro amor esponsal que no fuera el Amor del Divino Esposo, el Espíritu Santo de Dios. Al ser la Virgen pensada por la Trinidad para ser la Madre de Dios Hijo, no podía, sin menoscabar su dignidad de Madre de Dios, estar contaminada ni siquiera con la más ligerísima mancha, no ya de pecado, sino de imperfección, por lo que María Santísima no estuvo jamás sometida a la concupiscencia de ninguna clase, sino ni siquiera tuvo la más ligerísima imperfección, siendo la Madre Purísima y Perfectísima que Dios Hijo necesitaba, según su dignidad divina, para su Encarnación.

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

La concepción, gestación y nacimiento del Verbo del Padre en el seno purísimo de la Virgen Madre puede ser comparado a la acción del rayo del sol sobre el diamante. A diferencia de las piedras comunes del camino, que son oscuras porque solo reflejan pero no atrapan en sí mismas la luz –es lo que explica que, cuando no reciben luz, sean opacas y oscuras-, el diamante es una piedra luminosa porque se caracteriza por atrapar en su interior a la luz, cuando la recibe desde afuera: una vez que la luz ilumina al diamante, éste la atrapa en su interior, en el sentido de no provocar su rechazo, como en el caso de las piedras comunes. Y solo después de haber atrapado a la luz, el diamante libera a la luz, reflejándola desde su interior hacia el exterior y es esto lo que explica el hecho de que el diamante sea una piedra luminosa, que resplandece con la luz que brota de su interior. De modo análogo, la Santísima Virgen –a quien podemos llamar, con respeto y veneración “el Diamante de los cielos”- se comporta como un diamante con respecto a esa luz celestial que es su Hijo Jesús: más que un rayo de luz, Jesús es el Sol de justicia en sí mismo; proveniente del Padre desde la eternidad, este Divino Sol es conducido por Dios Espíritu Santo desde el seno del eterno Padre al seno de la Virgen Madre. Allí, tal como lo hace el diamante con la luz, que lo atrapa en su interior, la Virgen Madre recibe a este Sol celestial que es Jesús, en su seno virginal, lo conserva en su interior por nueve meses para darle nutrientes y una vestimenta humana al Verbo de Dios y luego, al cabo de once meses de gestación, lo da a luz, desde su interior hacia el exterior –tal como sucede entre la luz y el diamante terrenos-, convirtiéndose así la Virgen en Portal de eternidad, por la cual viene a nuestro mundo la Luz Eterna que proviene de la Luz Eterna, Jesucristo, el Niño Dios, nacido en Belén, Casa de Pan. Y tal como hace el rayo de sol, que al atravesar el cristal lo deja intacto antes, durante y después de atravesarlo, así el “Sol divino que alumbra a todo hombre que viene a este mundo”, Cristo Jesús, deja intacta la virginidad de su Madre antes, durante y después del parto virginal en Belén.

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Cuarto Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

Con el alumbramiento virginal del Sol de justicia, Cristo Jesús, a través del seno virginal de María Santísima, se da cumplimiento a la profecía de la Escritura, de que habría de “visitarnos el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte”, es decir, para iluminar a las almas de los hombres, entenebrecidas por el pecado, oscurecidas por el error y la ignorancia acerca del Dios Verdadero y dominadas por las tinieblas vivientes, los ángeles caídos. Es a través de María Santísima, Diamante resplandeciente de los cielos eternos y Portal celestial por el cual nos viene la luz eterna y divina que es el Verbo de Dios encarnado, que los hombres somos iluminados por esta “luz que viene de lo alto”, Luz celestial, divina, eterna; Luz que contiene la Vida misma de la Trinidad; Luz que derrota con su claridad diáfana y transparente a las más densas tinieblas en las que los hombres vivimos desde el pecado de Adán y Eva, las tinieblas del pecado, del error, de la ignorancia, de la muerte terrena y eterna y las tinieblas siniestras vivientes, los ángeles apóstatas y rebeldes. Quien se deja iluminar por la luz que brota del seno virgen de María, “no vive ya en tinieblas”, sino que “tiene en sí la vida eterna”, la vida de Dios Uno y Trino, porque la luz que nace de María Santísima es la Luz de Dios, es Dios, que es Luz y Luz Viviente, que da la vida divina a todo aquel que ilumina. Quien es iluminado por la Luz celestial que surge milagrosamente del seno de la Virgen y Madre de Dios, ya no camina más en tinieblas, sino que tiene en sí mismo la Luz que resplandece en los cielos eternos, Cristo Jesús, el Hijo de Dios encarnado.

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

María Santísima, Virgen y Madre de Dios, es Madre y figura de la Iglesia, que anticipa y representa a la verdadera y única Iglesia de Jesucristo, la Santa Iglesia Católica. Esto significa que todos los misterios que se encuentran en María, se reproducen en la Iglesia. Como la Virgen, la Iglesia, nacida del Costado traspasado del Señor, es Santa y Pura; como la Virgen, que concibió y dio a luz milagrosamente por obra del Espíritu Santo sin intervención humana alguna en la concepción del Verbo de Dios encarnado, así la Iglesia concibe y da a luz, prolongando en la Encarnación del Verbo, por obra del Espíritu Santo, al Hijo de Dios humanado que así prolonga su Encarnación, por obra del Espíritu Santo y luego de las palabras de la consagración, en la Sagrada Eucaristía. Como la Virgen, que dio a luz en Belén, Casa de pan, a su Hijo Jesús, Dios Hijo en Persona, oculto en una naturaleza humana, así la Iglesia da a luz por las palabras de la consagración sobre el altar eucarístico, Nuevo Belén, al Hijo de Dios, Jesucristo, que así prolonga su Encarnación en el Santísimo Sacramento del altar, la Eucaristía. Por último, así como por María Virgen vino a nosotros los hombres el Hijo de Dios, oculto en una naturaleza humana, así por la Santa Madre Iglesia viene a nosotros ese mismo Hijo de Dios, oculto en las apariencias de pan y vino. Que la Inmaculada Concepción, Virgen y Madre de Dios, la Inmaculada Concepción, interceda ante Nuestro Señor para que, con el alma en gracia y llena del Amor de Dios, recibamos en la Eucaristía a su Hijo Jesús, lo entronicemos en nuestros corazones y allí lo adoremos, en el tiempo y en la eternidad.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



sábado, 10 de marzo de 2018

Hora Santa en reparación por burla blasfema a la Eucaristía por un izquierdista italiano 260218



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por una burla blasfema cometida contra la Presencia real de Nuestro Señor en la Eucaristía. El acto sacrílego –consistente en una parodia de la comunión eucarística a cargo de un supuesto “cómico” italiano llamado Beppe Grillo, en el que la Sagrada Eucaristía era reemplazada por un insecto, un grillo, vivo- ocurrió en Italia y la información relativa al lamentable episodio se puede encontrar en el siguiente sitio:


         Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado (Misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

         La Eucaristía es “un misterio de luz”[1], aunque no de una luz creatural, como la luz del sol o la luz de los cirios. Se trata de una luz sobrenatural porque en la Eucaristía está contenido el Hijo de Dios, cuya naturaleza divina es, en sí misma, luminosa. Jesús dice de sí mismo: “Yo Soy la luz del mundo” y la luz que es Él mismo, la ha recibido del Padre desde la eternidad. Esta verdad es la que la Iglesia manifiesta en el Credo cuando dice: “Dios de Dios, Luz de Luz”. Jesús es el Hombre-Dios y en cuanto Dios es luz, una luz divina, celestial, sobrenatural, que vivifica a quien ilumina por cuanto es una luz viva, que procede del Ser divino trinitario. Así como Jesús dijo de sí mismo que quien fuera iluminado por Él no viviría en tinieblas, sino en la luz viviente de Dios –“Yo Soy la luz del mundo y el que me sigue no andará en tinieblas”-, lo mismo se dice de la Sagrada Eucaristía, que es Dios Hijo, Jesús, en Persona: quien adora la Eucaristía, no vive en tinieblas, porque recibe la luz divina que vivifica el alma humana con la vida misma del Ser divino trinitario.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Jesús se presenta a sí mismo como “Luz del mundo” y se muestra como tal, como Luz celestial, en la Transfiguración y en la Resurrección[2]. En la Escritura, la luz es sinónimo de gloria divina, por lo que en el Monte Tabor y en el Santo Sepulcro –también en la Epifanía- la luz que emite Jesús y que resplandece a través de su Humanidad glorificada es la luz de la gloria que brota de su Ser divino trinitario. Es decir, la luz de Jesús no es una luz que le venga añadida de afuera, como algo que no le corresponde y que le es concedido: es la luz que brota de su Acto de Ser divino trinitario y confirma que Él no es un hombre más entre tantos; no es un hombre santo, ni siquiera el más santo entre los santos, sino que esta luz celestial que brota de su Ser trinitario y resplandece en la Epifanía, en el Tabor y en la Resurrección, es su propia luz; es Él, que es luz divina, por cuanto su naturaleza divina es una naturaleza luminosa. Ahora bien, no solo en Belén, en la Epifanía, y en el Tabor y en el Sepulcro Jesús refulge y resplandece con su luz divina trinitaria. También en la Eucaristía resplandece Jesús con su luz celestial y aunque esta luz está oculta a los ojos del cuerpo –“en la Eucaristía la gloria de Cristo está velada”[3]-, es visible sin embargo a los ojos del alma iluminados con la luz de la fe. La Eucaristía resplandece con la luz divina con un resplandor más intenso que cientos de miles de millones de soles juntos y porque se trata de una luz viva, que concede la Vida divina a quien lo ilumina, quien contempla la Eucaristía en la Santa Misa y en la Adoración Eucarística recibe, junto con esta luz, la vida de la Trinidad y con la vida Trinidad, el Amor, la Paz, la Sabiduría, la Justica divinas y toda clase de dones, virtudes y gracias para su alma[4].

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Los discípulos de Emaús, antes del contacto con Jesús resucitado, estaban abrumados por la oscuridad de sus almas. Pero cuando Jesús “les explica las Escritura” en el camino y luego “parte para ellos el pan” en la mesa eucarística, sus almas son iluminadas con la luz de la Palabra de Dios y así “son sacadas de la oscuridad de la tristeza y la desesperación”, al tiempo que, encendiendo sus corazones en el Divino Amor, enciende en ellos el deseo de permanecer para siempre unidos a Jesús: “Quédate con nosotros, Señor” (cfr. Lc 24, 29)[5]. Ahora bien, los discípulos de Emaús reciben la efusión del Espíritu Santo y de luz divina en el momento en el que Jesús parte el Pan Eucarístico, ese Pan que es su Corazón traspasado y del cual brotan la Sangre y el Agua que contienen al Espíritu de Dios. La fracción del Pan Eucarístico, en la Santa Misa, se convierte así en una prolongación y actualización de la efusión de Sangre y Agua ocurridas en el Calvario, por la cual se derramó sobre el mundo la Divina Misericordia y es fuente de luz divina para el adorador, así como lo fue para los discípulos de Emaús.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Del Sagrado Corazón de Jesús traspasado en la cruz brotaron Sangre y Agua, portadoras del Amor de Dios, el Espíritu Santo, que al derramarse sobre los corazones, los enciende en el Fuego del Divino Amor; del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, brota el torrente inagotable de la divina gracia, que colma las almas de la gracia santificante, divinizándolas al hacerlas partícipes de la vida divina, siendo esto mismo lo que les sucedió a los discípulos de Emaús. Los discípulos de Emaús recibieron la iluminación celestial proveniente del Corazón Eucarístico de Jesús, que es el mismo Corazón traspasado de Jesús en el sacrificio del Calvario. Los discípulos de Emaús fueron iluminados por la luz del Espíritu Santo en el momento de la fracción del pan eucarístico y, al amar y adorar la Eucaristía gracias a esta efusión del Espíritu, sus vidas dieron un giro de completa conversión al Señor. A imitación de los discípulos de Emaús, el adorador eucarístico debe resplandecer, no por sus palabras, sino por su caridad, paciencia, humildad y misericordia, porque mucha luz divina y mucho Amor recibe del Dios de la Eucaristía por lo que mucho amor debe dar, según la afirmación del Señor: “Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho”. Al que es iluminado por la Eucaristía, se le pedirá mucho amor porque mucho Amor divino recibe en la adoración. Un adorador que obre las obras de las tinieblas, que son las obras del Demonio, traiciona al Corazón Eucarístico de Jesús, así como Judas Iscariote traicionó el Amor de Cristo y, como el Iscariote, se convierte en hijo de las tinieblas. En este sentido, los discípulos de Emaús son modelos inigualables a imitar en la conversión, para todo adorador eucarístico.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En la cima del Monte Calvario, la Virgen ofreció al Padre la Víctima Perfectísima y Purísima, el fruto Santísimo de sus entrañas virginales, la Hostia Santa y Pura, el Cuerpo de Jesús, y el Cáliz de la Nueva y Eterna Alianza, la Sangre del Cordero de Dios, por la salvación del mundo y, con el Cordero, se ofreció a sí misma, como víctima en la Víctima. La Virgen no ofreció a su Hijo sino en toda conformidad con los designios del Padre, con amor ardiente a la voluntad de Dios, aun cuando está Divina Voluntad le arrancaba a Aquél que era la Vida de su Alma y el Amor de su Corazón, Cristo Jesús. Sin un solo reproche y en total unión mística con los designios de Dios Uno y Trino, María Santísima ofreció a su Hijo Jesús y con Él, a ella misma, convirtiéndose así en Corredentora de los hombres, incluidos aquellos que persiguen a su Hijo y a su Iglesia, la Iglesia Católica. Si bien no sufrió físicamente, sí sufrió mística y espiritualmente, participando, con los dolores de su Inmaculado Corazón, de los dolores inenarrables de Jesús. Al celebrar la Santa Misa, el sacerdote debe imitar a María Virgen y no sólo ofrecer al Padre la Víctima Perfectísima, Jesucristo, sino ofrecerse él mismo, en Jesús, al Padre. Y lo mismo debe hacer todo sacerdote bautismal, es decir, todo bautizado en la Iglesia Católica, imitando a la Virgen en su anonadamiento e inmolándose a sí mismo en la Víctima Perfectísima, la Hostia Santa y Pura, Cristo Jesús, repitiendo junto a María y Jesús en el Calvario: “Hágase tu voluntad, oh Padre, y no la mía”. Porque es a través de la Virgen Santísima que viene a nuestro mundo, por la Encarnación y Nacimiento en Belén, Casa de Pan, Jesucristo, la Luz del mundo, es que la Virgen puede ser llamada “Portal de luz eterna” por cuyo medio el mundo, que vive “en tinieblas y en sombras de muerte”, recibe la Luz divina, Jesucristo, quien con su fulgor divino disipa y derrota a las tinieblas en las que los hombres estamos inmersos, las tinieblas del pecado, del error, de la ignorancia acerca de Dios y su Mesías, y las tinieblas vivientes, los ángeles apóstatas, que buscan nuestra eterna perdición. Todas estas tinieblas son vencidas, de una vez y para siempre, por Cristo Jesús, Luz del mundo, que viene a nosotros por el Portal de eternidad que es María Santísima. Pero también la Iglesia Santa es Portal de eternidad, por cuanto a través de ella y a imitación de María Santísima, viene al mundo envuelto en tinieblas Jesús Eucaristía, Luz de Luz y Dios de Dios, que resplandece en el altar eucarístico con un fulgor más intenso que miles de millones de soles juntos. Quien recibe a Jesús Eucaristía es iluminado con esta luz divina de su Ser divino trinitario y por eso “no vive en tinieblas”, sino en la luz de Dios Trino.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.




[1] Cfr. Juan Pablo II, Mane nobiscum Domine, Carta Apostólica al Episcopado, al Clero y a los Fieles para el Año de la Eucaristía, II, 11.
[2] Cfr. Mane nobiscum Domine, II, 11.
[3] Cfr. ibidem.
[4] “Cristo se convierte en misterio de luz, gracias al cual se introduce al creyente en las profundidades de la vida divina”; cfr. Mane nobiscum Domine, II, 11.
[5] Cfr. Mane nobiscum Domine, II, 12.