Meditaciones Eucarísticas al Rosario mariano


Meditaciones Eucarísticas al Rosario Mariano
           
Misterios de Gozo

Primer Misterio de gozo: la Anunciación del Ángel a la Santísima Virgen María y la Encarnación del Hijo de Dios. El ángel anuncia a María que Dios Hijo se encarnará en su seno por el poder del Espíritu Santo. María, la Llena de gracia, inhabitada por el Espíritu, ofrenda su seno purísimo para que el Hijo de Dios habite en él, y le dona de su cuerpo y de su sangre, para que el Dios Invisible se haga visible, apareciendo ante los hombres como un Niño, como Dios Niño. La Iglesia virgen, de quien María es modelo, continúa en el tiempo el don de María: por la acción del Espíritu Santo, concibe en su seno purísimo, el altar eucarístico, a Dios Hijo, revestido de Pan, y anuncia al mundo, en la ostentación eucarística, que Dios encarnado se dona a sí mismo como Pan de Vida eterna: “Este es el Cordero de Dios”. Por medio de la Iglesia, Cristo, Dios Invisible, se vuelve visible, apareciendo ante el mundo como Pan de Vida eterna.
Segundo Misterio de gozo: la Visitación de María Santísima a su prima Santa Isabel. Por la encarnación del Hijo de Dios en su seno purísimo, María Virgen se convierte en el Sagrario Inmaculado que contiene en sí al Pan Vivo bajado de los cielos. María Santísima es Portadora de este Pan Vivo, y lo lleva consigo a quienes Ella visita, como cuando visitó a Isabel, y da la alegría de Dios a quien la recibe, como Juan el Bautista, que saltó de gozo al escuchar la voz de María y al anoticiarse de la Presencia de Jesús en el seno de María. La Iglesia, por la acción misionera, lleva en su seno, el altar eucarístico, al Hijo de Dios, como Pan Vivo, a los pueblos que no lo conocen, y con Él les comunica de su misma alegría.
Tercer Misterio de gozo: el Nacimiento del Hijo de Dios en un humilde portal de Belén. Desde el seno eterno del Padre, en donde es engendrado desde la eternidad como Luz de Luz eterna, Dios Hijo se encarna en el tiempo en el seno purísimo de la Virgen Madre, y como Sol eterno que alumbra a los ángeles y a los santos, nace de María como un rayo de sol atraviesa un cristal. El prodigio asombroso se actualiza en la Santa Misa: la Iglesia Madre prolonga el nacimiento de Dios Hijo del seno de María, y lo da a luz en el altar, así como María lo dio a luz en el Pesebre de Belén, y el Hijo de Dios, que antaño se manifestó como Dios Niño, es presentado en el altar por la Iglesia Virgen y Madre como Pan Vivo bajado del cielo. Dios Hijo salió del seno virginal de María como un rayo de sol atraviesa un cristal y así, como un rayo de sol atraviesa un cristal, así sale del seno virginal de la Iglesia, el altar eucarístico.
Cuarto Misterio de gozo: la Presentación de Nuestro Señor en el Templo y la Purificación de María Santísima. María presenta a su Niño en el templo, ante el altar del Dios Único, cumpliendo con el precepto legal de la purificación de la madre del primogénito. La Madre de Dios ofrece a Dios Padre en su honor el fruto de sus entrañas virginales, Dios Hijo encarnado en una naturaleza humana. Debido a que María es modelo de la Iglesia, todo lo que se cumple en María, se cumple luego misteriosamente en la Iglesia, y así como María presenta a su Niño Dios en el templo para cumplir con la prescripción de la purificación, así la Iglesia presenta a Dios Niño en el templo, para que el Niño Dios, el Unigénito, que viene en la Hostia, purifique el mundo con la Ley Nueva del Amor de Dios Trino, y así como María ofrece el fruto de su seno virginal ante el altar de Dios, así la Iglesia Madre ofrece, para gloria de Dios Trinidad, el fruto de sus entrañas virginales, Dios Hijo encarnado en la Eucaristía.
Quinto Misterio de gozo: Nuestro Señor perdido y hallado en el Templo entre los doctores de la ley. María y José caminan por tres días, pensando cada uno que Jesús está con el otro. Al tercer día, se dan cuenta de que Jesús no está con ellos y comienzan a buscar a Jesús entre el gentío, creyendo que Jesús se ha perdido. Desandan el camino, regresan al Templo y lo encuentran entre los Doctores de la Ley. También puede sucedernos lo mismo: pensar que Jesús se ha perdido en los caminos de nuestra vida, y creer que no está más con nosotros. No hace falta más que regresar al Templo, al Tabernáculo, al Sagrario, y allí encontraremos a Dios Hijo humanado, en el Sacramento del altar, esperando por nosotros.

Misterios de Luz

Primer Misterio de luz: el bautismo de Jesús en el Jordán. El Espíritu Santo había sobrevolado sobre el vientre virginal de María, consagrando la Humanidad santísima del Verbo de Dios; ahora, en forma de paloma, sobrevuela en el Jordán, sobre la cabeza de Jesús, revelando públicamente a Jesús como el Hijo Unigénito del Padre; sobre el altar eucarístico, el Espíritu Santo, por medio del sacerdote ministerial, que actúa in Persona Christi, sobrevuela sobre el altar no como paloma, sino como viento y fuego, y convierte las ofrendas inertes del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús resucitado.
Segundo Misterio de luz: las bodas de Canaá. Por un pedido de María, Jesús convierte el agua en vino, alegrando de esa manera el banquete de los esposos. El agua se convierte en un vino exquisito, y con este vino los cónyuges pueden celebrar con alegría la alianza esponsal. El vino convertido del agua es un don de Jesús a los esposos, es el regalo de bodas de Jesús y de María a los cónyuges. El milagro de Canaá es una prefiguración de un milagro que provocará asombro infinito en quien lo contemple, porque será infinitamente más grandioso que la conversión del agua en vino: el milagro de Canaá es figura de la conversión del vino en su Sangre, la sangre del Cordero. En Canaá, María pide a su Hijo que con el poder de su Espíritu convierta el agua en vino; en la Misa, la Iglesia, de quien María es modelo, pide a Jesucristo que convierta, con el poder del Espíritu infundido sobre el altar, el vino en la Sangre del Señor Jesús. En Canaá, el vino que viene del agua alegra la mesa de los cónyuges, que celebran su alianza esponsal; en la Iglesia, el vino que se convierte en la Sangre de Jesús alegra el banquete celestial, con el cual Dios celebra su Alianza esponsal con la humanidad. En Canaá se alegraron los esposos por el vino nuevo, en la Misa se alegran los hombres santificados por Jesucristo por el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero.
Tercer Misterio de luz: la proclamación del Reino. El Reino es la gracia de Cristo Dios, la gracia es la participación a su vida, su vida es luz divina. Quien vive en gracia, vive iluminado por la luz de Cristo, y vive ya, en esta vida, en el Reino de Dios. Y si el Reino es la gracia de Cristo Dios, como la Eucaristía es Cristo Dios, que es la Fuente de la Gracia, porque es la Gracia Increada, cuando estamos delante de la Eucaristía, estamos delante del Rey del Reino de Dios, y el Reino de Dios está donde está su Rey. Tener la Eucaristía es tener el Reino de Dios; contemplar la Eucaristía es contemplar el Reino de Dios; consumir la Eucaristía es poseer dentro de sí el Reino de Dios.
Cuarto Misterio de luz: la Transfiguración en el Monte Tabor. La luz de la gloria de Dios se trasluce a través de la humanidad de Cristo en el Monte Tabor, antes de la Pasión, para que cuando Jesús sea crucificado, al recordar la luz del Tabor, los discípulos se fortalezcan en la fe en la resurrección. Cuando Jesús sea golpeado, insultado, coronado de espinas y crucificado, los discípulos no podrán reconocer en el Crucificado a su Maestro, y sin embargo, el Señor crucificado es el mismo Señor de la gloria que en el Tabor hace resplandecer la luz de Dios. La luz del Tabor será el consuelo de los discípulos cuando las tinieblas del Calvario cubran la tierra. Luz en el Tabor, tinieblas en el Calvario, luz en el Nuevo Monte Tabor, el altar eucarístico de la Iglesia santa. La luz del Tabor es la luz de Jesús resucitado, antes de sufrir la Pasión; la luz del altar, la luz de Cristo Eucaristía, es la luz de Jesús resucitado cuando ya ha cumplido su misterio pascual de muerte y resurrección, que no solo nos recuerda el futuro de gloria y eternidad en las horas de cruz de esta vida, sino que nos concede ya de su gloria y de su resurrección en la comunión.
Quinto Misterio de luz: la institución de la Eucaristía. ¿Por qué la institución de la Eucaristía es un misterio de luz? Si contemplamos la Eucaristía, tiene el aspecto y la luminosidad de un pan común, pero de ninguna manera irradia luz. ¿Por qué entonces es un misterio de luz? La respuesta está en las palabras de Jesús en el Evangelio: “Yo Soy la luz del mundo” (Jn 8, 12). Jesús es la luz del mundo, porque Jesús es Dios y Dios es luz: no una luz conocida, como la del sol o la luz artificial, sino una luz desconocida, que brota del seno mismo de Dios Uno y Trino. Dios Trino es luz infinita, brillante, inaccesible, desconocida para las creaturas; es una luz que además de iluminar, da vida divina a quien ilumina, y con la vida da la alegría, la paz y el amor de Dios. Esa Luz que es Dios, es la que brilla en Jesús de Nazareth, porque Jesús procede eternamente del Padre –“Dios de Dios, Luz de Luz”, decimos en el Credo-, y como la Eucaristía es Jesús en Persona, entonces la Eucaristía es luz: la Eucaristía es el misterio de la luz de Cristo en medio de la noche del mundo.

Misterios de Dolor

Primer Misterio de dolor: la oración de Jesús en el Huerto. Dice el Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María de Alacquoque: “El dolor más grande me fue provocado por las almas que rechazaron el Amor de mi Sagrado Corazón y se condenaron. Quiero que participes de este dolor y de esta amargura”. Le dice también: “Tú, Margarita, vendrás a estar ante mi Sagrario todas las noches del jueves al viernes desde las once a la medianoche, y te haré participe de la mortal tristeza que padecí en el Huerto de Getsemaní, antes de la Pasión”. Pidamos como gracia, ante Jesús Eucaristía, tener los mismos dolores y la misma tristeza de muerte que Él experimentó por nosotros en el Huerto de los Olivos.
Segundo Misterio de dolor: la flagelación. Jesús es flagelado por los soldados romanos. Recibe cientos de golpes de látigos, que provocarían la muerte por dolor, de no estar el Señor sostenido por la fuerza sobrehumana de su Persona divina. En pocos minutos, y a causa de los azotes y latigazos, todo su cuerpo santísimo queda cubierto de llagas y heridas abiertas, de las cuales mana sin cesar la sangre inmaculada del Cordero de Dios. En pocos minutos, su cuerpo sacratísimo e inmaculado, queda reducido a poco más que un guiñapo sanguinolento, tanta es la cantidad de heridas que recibe. ¿Qué significan estas llagas dolorosas en su cuerpo sin mancha? Significan los dolores del cuerpo, como las enfermedades dolorosas, o los males del espíritu, ya sean los concedidos por Dios para la purificación del alma, o los que el hombre mismo se procura por su mal obrar. En su Pasión de amor, Cristo, por amor a mí, llevó todos mis dolores, todas mis penas, todos mis males, y todos mis pecados, y los hizo desaparecer en la hoguera de amor de su Sagrado Corazón. A Cristo Presente en la Eucaristía, agradezcamos tanto amor y tanta misericordia, con la adoración de reparación.
Tercer Misterio de dolor: la coronación de espinas. Los soldados romanos trenzan una corona de espinas y la colocan sobre la cabeza de Jesús. Las gruesas espinas perforan su cuero cabelludo, y la sangre del Salvador comienza a correr, abundante, desde su cabeza, empapando sus ojos, la frente, su rostro todo. Aquel que en el cielo posee la corona de luz y de gloria, desde la eternidad, dada por su Padre, aquí en la tierra es coronado por los hombres con espinas. ¿Por qué Jesús deja que lo coronen de espinas? La cabeza es la sede de los pensamientos; allí se genera el pensamiento, producto del espíritu; Jesús se deja coronar de espinas para que nuestros pensamientos no solo no sean malos, sino para que sean santos y puros como sus propios pensamientos, como los pensamientos que Él tuvo en la cruz, en la Pasión, en la coronación de espinas. ¡Salve, Rey de los hombres y de los ángeles, coronado de espinas por nuestra mano humana! ¡Salve, Dios bendito, que sufres la humillación suprema por amor a nosotros! Jesús se deja coronar de espinas para que nuestros pensamientos sean santos y puros, como los suyos. ¿Qué pensamientos dedicamos a Cristo en la Eucaristía?
Cuarto Misterio de dolor: Jesús lleva la cruz a cuestas. El madero de la cruz pesa sobre los hombros de Jesús, y lastima su cuerpo ya flagelado, aumentando el dolor, el cansancio, el sangrado de sus heridas. “Entregué mi espalda a los que me herían, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro ante los que me escarnecían y escupían” (cfr. Is 50, 6). ¿El Siervo sufriente de Yahvéh está en medio de nosotros? Por el misterio de la Eucaristía, Jesús, que por nosotros fue tratado como un malhechor, que por nosotros llevó la cruz sobre sus espaldas, que fue herido por nuestras rebeldías, está con nosotros.
Quinto Misterio de dolor: la crucifixión de Jesús. Los clavos de hierro traspasan las manos y los pies de Jesús, provocándole un dolor intensísimo, que se suma a los dolores de su cuerpo azotado sin piedad por los látigos de los romanos. En la cruz, Jesús realiza el supremo sacrificio: el don de sí, por amor a Dios y a los hombres, para salvar a los hombres de la condenación, para donar a los hombres su filiación divina y su Espíritu de amor. En la Eucaristía, Jesús continúa el don de sí que realizó en la cruz: allí, en el Calvario, Jesús donó su cuerpo y su sangre; en la Eucaristía, Jesús dona su cuerpo y su sangre, ya resucitados, ya habiendo pasado por la cruz, ahora gloriosos, pero siempre su cuerpo y su sangre, y con su cuerpo y su sangre, dona su alma, su divinidad, su Amor. Jesús en la cruz nos dona todo su ser, su sangre, su cuerpo, su alma y su divinidad; Jesús en la Eucaristía, nos dona todo su ser, su sangre, su cuerpo, su alma y su divinidad. ¿Cómo respondemos al don de amor de Jesús?

Misterios de Gloria
           
Primer Misterio de gloria: la triunfante resurrección de Jesús. En la madrugada del Domingo de Resurrección, el sepulcro, horadado en la roca, que desde el Viernes había permanecido en silencio, oscuro y frío, guardando con majestuoso y mudo silencio el cuerpo muerto de Jesús, ahora, se llena de luz, de cantos de ángeles, de alegría, de cantos celestiales, de gozo estremecedor. El Espíritu Santo, Soplo de Vida divina espirado por el Padre y por el Hijo, irrumpe en el cuerpo muerto y frío del Salvador, que reposa en el sepulcro, comunicándole la vida, la luz, el amor, la gloria, de Dios Hijo, y el cuerpo del Salvador, animado con la vida y la gloria divina del Hijo de Dios, se levanta, radiante, esplendoroso de gloria divina, majestuoso con majestad celestial. Cristo ha resucitado; su cuerpo refulge con la plenitud de gloria del ser divino del Padre. Cristo ha resucitado, y la gloria divina que trasparenta su cuerpo glorioso, es la vida divina que comunica desde el sacramento del altar a quien lo consume.
Segundo Misterio de gloria: la Ascensión de Nuestro Señor a los cielos. Jesús asciende a los cielos, pero se queda en la tierra en el sacramento de la Eucaristía, trayendo, de esa manera, el cielo a la tierra, y algo inmensamente más grande que los cielos: su Presencia sacramental. Antes de ascender a los cielos, Jesús deja a su Iglesia el encargo de su amor: comunicar a los hombres que Él ha muerto y ha resucitado para dar la vida divina a los hombres. La Iglesia, con la silenciosa Presencia del Señor en la Eucaristía, cumple la misión de Jesús, anunciar que Él, que ascendió a los cielos, está vivo y resucitado con nosotros en la tierra, que se ha quedado en la Eucaristía para llevarnos al cielo, junto a Dios Padre.
Tercer Misterio de gloria: la venida del Espíritu Santo sobre María Santísima y los Apóstoles reunidos en oración. El Espíritu Santo irrumpe en el cenáculo de María y de los Apóstoles en forma de lenguas de fuego. El mismo Espíritu Santo, como fuego de Amor divino, es espirado por Dios Hijo desde la Eucaristía, cada vez que el alma consume el sacramento del altar. De esta manera, Pentecostés se renueva en cada comunión, en el interior del alma, al ser enviado por Jesús Eucaristía el Fuego divino, el Espíritu Santo, para encender al alma en el amor de Dios, así como encendió a la Iglesia en Pentecostés.
Cuarto Misterio de gloria: la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma a los cielos. María Santísima es Asunta en cuerpo y alma a los cielos: es la plenitud de gracia en la que fue concebida, que ahora se manifiesta de modo visible. María es Asunta en cuerpo y alma a los cielos porque la gracia que recibió de su Hijo al momento de nacer, es la que ahora glorifica y diviniza su alma y su cuerpo. Su Hijo Jesús, que la recibió en el cielo, está también aquí en la tierra, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, en el Sagrario, en la Eucaristía, para comunicar de su gracia y de su gloria a quien se acerque a Él en el Sagrario, y a quien lo reciba en la comunión.
Quinto Misterio de gloria: la Coronación de María Santísima como Reina y Señora de lo creado. María en los cielos recibe una corona de luz y de gloria divina, pero no sin antes haber llevado el dolor de la corona de espinas de su Hijo Jesús. No se llega a la corona de luz sin la cruz, sin llevar antes la corona de espinas de Jesús. En la Eucaristía, en el Sagrario, Jesús espera a quien lo ama, para darle su corona de espinas, para hacerlo partícipe del dolor de las espinas, para luego hacerlo partícipe de la corona de luz en el cielo.